Editorial


Que la fiesta no se vuelva agresión

El Carnaval de San Diego empezó como una actividad de integración del barrio, un desfile folclórico y de disfraces organizado y ejecutado por la propia comunidad. Años después, la Fundación Socio Cultural por la Paz los Jagüeyes, una organización sin ánimo de lucro, se dio a la tarea de convertir esta manifestación festiva tradicional en una muestra cultural donde se consolidara la identidad de las etnias blanca, negra e indígena, enriqueciéndose año tras año con talleres formativos sobre coreografía y vestuario. Como ocurrió con el Cabildo de Getsemaní, el Carnaval de San Diego iba camino a convertirse en una vigorosa manifestación cultural, donde la propia gente recuperaba los bailes, los disfraces y las puestas en escena que se acostumbraban hace muchos años, fundiéndolas con modernas ideas creativas, para encontrarse en un espacio común que era al mismo tiempo fiesta y convivencia. La versión de este año del Carnaval de San Diego mostró una esencia muy distinta a este sueño de los tradicionales habitantes de este sector, donde se forjó gran parte de nuestra música tropical. Una guerra de buscapiés protagonizada por bandadas de jóvenes, aparentemente sin ningún arraigo en ese barrio, convirtió el desfile en un intolerable derroche de agresión y martirio para mucha gente que acudió a ver un desfile colorido, rítmico y alegre. De esta arremetida explosiva no se salvaron ni las personas de avanzada edad, y una gran cantidad de hombres y mujeres que intentaban disfrutar sin agonías de este evento que ya tiene renombre, debieron optar por salir del barrio, por el temor de sufrir quemaduras graves. Es posible que la paulatina diáspora de sandieganos hacia otros sectores de la ciudad haya contribuido a este descomunal caos, porque antes los propios habitantes del barrio se encargaban de impedir los desmanes en lo que era su territorio. Lo único cierto es que el pasado sábado, el Carnaval de San Diego no fue ese derroche de color y alegría que se desbordaba sanamente por todas las calles del Centro Histórico, con jubilosas comparsas, danzas festivas y disfraces llenos de creatividad. Esa batalla inadmisible de buscapiés y algunas agresiones con bolsas de agua y harina arrojada sin discriminación, relegaron a segunda plano la esforzada participación de los grupos folclóricos y las comparsas organizadas con toda dedicación, y sobre todo, espantaron a mucha gente que iba por primera vez a presenciar lo que se habían descrito como un alegre espectáculo. Ojalá que los organizadores del Carnaval de San Diego se aseguren el año entrante de tener el control del desfile, impidiendo que los vándalos se dediquen a quemar a los demás con los infames buscapiés que ya no tienen cabida en las fiestas de esta época. De no hacerlo, sería preferible que se acabara de una vez la tradición, como lastimosamente ocurrió con El Patial en Manga, cuyas últimas ediciones se volvieron verdaderos disturbios, cuya única característica era el deseo de hacer el mayor daño posible. FRASE: Los infames buscapiés definitivamente no tienen ya cabida en las fiestas de esta época

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