Editorial


Resocialización e inseguridad

Una de las razones principales por la que existen las cárceles –además de sitio para que purguen su pena quienes hayan violado la ley-, es para realizar allí la resocialización de los reclusos, a quienes se supone que el establecimiento carcelario procurará educar para que sean útiles a la sociedad cuando salgan, y para que no reincidan. En la práctica, las cárceles generalmente son el sitio donde los criminales ingenuos aprenden a ser duros, decididos y más recursivos para romper la ley. En el caso de Colombia y de Cartagena, las cárceles son los lugares desde donde algunos planean crímenes, y donde ciertos guardianes son los cómplices de la mayoría de los entuertos que se dan entre sus muros. Hace poco hubo redadas y capturados porque se hacían llamadas extorsivas desde las cárceles y se les cobraban las vacunas a las víctimas con la ayuda de parientes de los presos, y la colaboración de algunos guardianes. La resocialización de los infractores no sólo se debería dar en las cárceles, sino en programas como los de la reinserción a la vida civil de los miembros de los grupos armados ilegales -autodefensas y guerrillas- a quienes el Gobierno apoyaría por un tiempo, incluyendo una suma mensual (casi nunca generosa), además de capacitación en distintas áreas laborales para aprender a funcionar en la legalidad. Un proceso de reinserción tiene muchos peligros a pesar de la buena voluntad del Gobierno. Uno de los peores es la pobreza del Estado para hacer fluir los fondos en el volumen necesario para mantener vivos los programas de reinserción. Otro escollo considerable es la desconfianza de los empleadores para contratar a un reinsertado, además de que la economía del país no crea suficientes empleos dignos para absorber a los desempleados “normales”, ni mucho menos a los reinsertados. Ya hemos visto cómo se han rearmado muchos grupos de ex combatientes, quienes ahora se dedican al narcotráfico mondo y lirondo y a quienes el Estado bautizó con el acrónimo de Bacrim, o Bandas criminales, dando por terminados los privilegios otorgados por su antiguo estatus político dentro del proceso de reinserción como Autodefensas o guerrilleros. Es cierto que los reincidentes son una minoría con respecto a los desmovilizados serios, pero sólo se necesitan unos pocos para dañar el clima de seguridad que costó tanto trabajo, dinero, dolor y sangre. En algunas áreas rurales que hace poco estaban tranquilas, ya hay avivatos tratando de revolver el agua para pescar en ella, metiendo miedo en un lado, extorsionando en otro, y hasta hubo un secuestro llevado a cabo por un par de hampones en el área de San Onofre. Es indispensable que las autoridades neutralicen esta clase de brotes de delincuencia común de inmediato, no sea que alguno tome fuerza y se llegue a convertir en un dolor de cabeza. Es igualmente imperativo que la gente llame a las autoridades para informarlas de todo lo que ven y oyen, para lo cual éstas tienen que acercarse a la población civil para establecer una confianza tal, que fluya la información. ¡No se puede malbaratar la seguridad ganada!

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