Editorial


Ruido, basuras y salud

Faltaría que la Policía dejara la tolerancia con el consumo de bebidas alcohólicas por parte de los conductores La conciencia ambiental en las ciudades grandes sin duda ha adelantado algo en estos últimos años. En Cartagena, por ejemplo, el Establecimiento Público Ambiental (EPA) ha avanzado en muchas áreas, especialmente en una de las más difíciles, como es el control del ruido. Éste es una de las amenazas mayores contra la salud pública, y es quizá la forma de contaminación más desestimada. Poco a poco se ha logrado alguna conciencia, especialmente en el sector turístico y en algunos barrios aledaños, aunque también se han hecho operativos en contra de los picós en los barrios de estratos menores, y no solo en contra de los aparatos de sonido rodantes de los hijos de papi. Los vecindarios ya no se quedan callados cuando los desvelan estos picós móviles con conductores desconsiderados, y las autoridades, especialmente la Policía, reaccionan bien la mayoría de las veces que se acude al 123, al menos en Bocagrande, Castillogrande, El Laguito, Manga, Pie de La Popa y Crespo. Faltaría que la Policía dejara la tolerancia con el consumo de bebidas alcohólicas por parte de los conductores de las discotecas rodantes, ya que suelen limitarse a amonestar a los parranderos y hacerlos acallar sus equipos de sonido, pero dialogan con el vaso de trago o la botella en la mano, como si nada. ¿La Policía les pregunta por el conductor designado? ¿Les hace prueba de alcoholemia? ¿Por qué no? La contaminación por basuras parece más difícil de combatir que la auditiva, y los colegios –quizá con algunas excepciones- se rajan en este aspecto cumbre de la educación cívica de los jóvenes, quienes mayoritariamente arrojan basuras a la calle sin pestañear. Quizá lo hacen porque siguen el ejemplo de los adultos, incluidos sus padres. Las playas de Cartagena las vuelven una miseria durante los fines de semana, y arrojan en ellas de todo. ¡El retroceso aquí es alarmante! Allí hay botellas, latas, cajas de icopor donde hubo comida, bolsas plásticas y sabrá Dios qué más se atreven a botar a la arena. En vez de mejorar, la cultura ciudadana entre los asistentes a las playas se ha desplomado. Pero no se puede esperar que los bañistas se porten bien allí, cuando es muy probable que no lo hagan en su propio barrio. Otra vez el problema es de falta de educación, y de falta de una autoridad que sancione. También es cierto que mientras más lejos se esté de los barrios de estratos altos, peor será la situación y la falta de control. Los pueblos en general, y los que están en el área metropolitana de Cartagena en particular, dan grima. En Turbaco, por ejemplo, además de los botaderos satélites de basuras por doquier, hay una media docena de picós –o más- en los quioscos frente a la bomba de la entrada del pueblo, aledaños al puesto de salud, que compiten en escándalo, tratando de opacarse unos a otros. Tener que sufrirlos es un atentado contra la cordura y los tímpanos de cualquiera, pero allí empeoran día a día, cuando deberían ser confiscados de inmediato. La autoridad parece inexistente, incluyendo a Cardique. La Procuraduría y las demás “ías” deberían investigar a los funcionarios públicos por negligentes, y cuando –como en Turbaco- su falta de autoridad tiene consecuencias directas sobre el bienestar del conglomerado.

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