Editorial


A Santos hay que cogerle la caña

El viernes pasado, el presidente Santos asistió a la Asamblea de Proantioquia, en Medellín, y su intervención en la patria chica del ex presidente Uribe fue lo más parecido a una rendición de cuentas de sus pocos meses como presidente de Colombia.
A veces parecía estar a la defensiva, especialmente por haber confirmado que en Colombia hay un conflicto interno, aunque reafirmó que mantener y profundizar la seguridad sigue siendo la condición indispensable para que el país siga progresando, y por lo mismo, su prioridad. Y tiene razón.
Su presentación dio una impresión amplia de su enfoque de gobierno, incluyendo el Estatuto Anticorrupción aprobado la semana pasada, que obliga a que “no puede haber ninguna licitación sin que el proyecto esté completamente estructurado”, y afirmó que la obra más cara es la que no se termina. También dijo que era “increíble” que el país no tuviera un inventario de las obras por hacer.
Santos señaló que “estamos ad portas de una crisis alimentaria en el mundo” porque pronto tendrá 2 billones de personas más. Aseguró también que esta nueva demanda de comida es una oportunidad importante para Colombia al poder utilizar la tierra arable dedicada a la ganadería extensiva, con una productividad bajísima, para producir alimentos de manera eficiente.
Todo lo dicho por Santos en Medellín es muy relevante para el resto del país, incluidas Bolívar y Cartagena, que sufren precisamente por comenzar proyectos importantes improvisadamente, como por ejemplo, Transcaribe, algunas de las doble calzadas y la vía de Barú.
Siguiendo la sugerencia de Santos de pensar como en Oriente, donde le gastan el 80 por ciento del tiempo a planear el futuro, mientras aquí –dice él- añoramos un pasado dorado en el recuerdo, deberíamos tener en el Departamento y la ciudad la lista de las prioridades para ambos, y con la ayuda del Gobierno nacional, estructurar los proyectos.
Las obras de infraestructura que acometa el Gobierno deberían estar preparadas para los “Cisnes Negros”, u ocurrencias improbables pero posibles y desastrosas, señaladas en una columna reciente por Amylkar Acosta, como por ejemplo, las crecientes de La Niña, para no tener que reparar las chapuzas usuales en las carreteras, puentes y demás.
Es indispensable diseñar grandes reservorios de agua que sobrevivan cualquier invierno, para regar durante las sequías de El Niño, la contracara de La Niña. Bolívar debería ser un emporio agrícola en La Mojana, Marialabaja y “María la Alta” (Montes de María), y también en todas las tierras aledañas al Canal del Dique, respetando y recuperando las zonas de amortiguación.
Hablar de “tecnificar” el campo seguirá siendo retórica barata y politiquera sin una infraestructura que garantice el riego en verano y asegure el control de inundaciones en los inviernos.
A Santos hay que cogerle la caña, pero para que se deje, Bolívar y Cartagena tienen que fortalecerse en planificación y desterrar el gansterismo contratero.

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