Editorial


Satanización política

Ninguna campaña política para la presidencia de un país suele ser de tono bajo, especialmente cuando hay varios candidatos competentes, quienes pretenden resaltar sus virtudes y las falencias de sus contendores, como en las elecciones del 30 de mayo próximo en Colombia. En las campañas en los Estados Unidos se escudriñan todas las actuaciones de los candidatos, y también se exageran sus fallas y se minimizan las virtudes de los contendores. Allá, sin embargo, pesa mucho la vida amatoria de los aspirantes, y una falda enredada en el camino de los servidores públicos causa daños irreparables. Es una sociedad con visos puritanos formales, pero con un libertinaje subyacente, una combinación que se presta para la hipocresía. En Colombia, sigue haciendo parte de la vida personal de las personas y no del combate político. Según las encuestas, que tanto molestan a quienes figuran mal en ellas y a sus seguidores, Colombia tiene dos candidatos que le tomaron ventaja a los demás: Juan Manuel Santos y Antanas Mockus. Siempre se supo que Santos sería un candidato fuerte, casi imparable por ser el sucesor de Uribe, mientras que poca gente tomaba en serio a Mockus. Los detractores de Santos olvidan sus éxitos en seguridad y le echan en cara las falencias de la época de Uribe, y tratan de asociarlo, y hasta responsabilizarlo, de las chuzadas del DAS y los falsos positivos, sin omitir la perversidad de algún asesor extranjero experto en el juego sucio. En este esquema, Santos encarna la maldad y por un comentario mal pensado, también la picardía. Quienes esgrimen este argumento olvidan sus gestiones excelentes frente a los ministerios que ocupó. El éxito súbito de Mockus tiene muchos orígenes, incluyendo sus dos alcaldías exitosas en Bogotá. Quienes pretenden pintarlo como un inepto o como un payaso se equivocan, de la misma manera que lo hacen quienes pretenden caricaturizar a Santos como la quintaesencia de la maldad. Mockus no es torpe ni blandengue, como lo demostró durante sus administraciones, ni Santos un insensible. Pero, ¿cómo explicar el fenómeno de Mockus, quien parecía no despegar y ahora se mantiene en un empate técnico para la primera vuelta en la mayoría de las encuestas recientes, y gana la segunda en casi todas? Parte de la respuesta podría ser que un buen porcentaje del país siente una rabia intensa -¡casi audible en todo el territorio!- por el desborde de la corrupción, la politiquería, y sobre todo, la impunidad. Los crímenes contra el erario, los contratos amañados, el enriquecimiento obvio de algunos personajes, y sobre todo, la falta de investigaciones y condenas desbordó la paciencia ciudadana. Y mientras que el intento de una segunda reelección de Uribe se asocia con el relajamiento de su rigor anti politiquero, a Mockus se le recuerda como firme ante las veleidades de los políticos que intentaron amedrentarlo políticamente. Santos, Mockus, Noemí, Pardo y Petro, los candidatos más visibles, son todos competentes. Vale la pena ser seguidores entusiastas de cualquiera de ellos, pero no hasta el extremo de satanizar a los demás.

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