Editorial


Si se calla el cantor, calla la vida

Tristeza, dolor, indignación, incertidumbre, verg?enza  y repudio son los sentimientos que se experimentan en América Latina y del mundo entero, por el brutal asesinato en Guatemala del cantautor Facundo Cabral, un hombre que siempre estuvo a favor de la paz y de la vida.
Las reacciones en las principales ciudades de Latinoamérica hicieron recordar aquellas jornadas de la imaginación que comenzaron en mayo de 1968 en Francia y se extendieron por las más grandes universidades de los Estados Unidos, para derramar sobre los seres humanos entero sus cánticos de paz, de amor y de concordia, en un mundo desgarrado por la guerra y el odio.
Desde aquellas sublimes décadas de los 60 y 70, nuestro planeta no ha mejorado mucho: el odio y la muerte se han multiplicado por la facilidad con que cualquiera consigue armas de todo tipo y por la profundización de las diferencias que deberían, por el contrario, servir para cimentar las similitudes.
También ayer, desde el mediodía, jóvenes indignados pero esperanzados empezaron a llegar a la Plaza de la Constitución, en Ciudad de Guatemala, con guitarras en la mano para cantar los temas más conocidos de Facundo Cabral, expresando a gritos sus sentimientos de tristeza, mientras otros llevaban carteles donde se leían frases como “Paz al mundo”, “No más violencia” o “Facundo Cabral vive”.
Un guatemalteco también cantante y también sensible a la poesía y al amor, Ricardo Arjona, dijo una frase que resume el sentimiento de todos los latinoamericanos: “Nadie se merece una muerte así”. Y mucho menos Facundo Cabral, añadiríamos nosotros, que encarnaba el ideal de la vida, el grito de solidaridad y amor que tanta falta nos hace a los seres humanos.
Aunque no sirve para revivir el poeta Cabral, serviría de mucho que supiéramos por qué lo escogieron como víctima de esta inexplicable infamia.
La Premio Nobel de la Paz, la también guatemalteca Rigoberta Menchú, cree que Facundo Cabral “fue asesinado por sus ideales”.
Un funcionario gubernamental de Guatemala, por el contrario, dice que el cantante argentino murió por equivocación, porque según dijo, el atentado estaba dirigido al al empresario nicaragüense Henry Fariña.
Poco consuelo ofrece esta teoría, porque resulta más doloroso y más indignante que un poeta de la vida y de la paz haya muerto por equivocación, como si los asesinos feroces y desalmados pudieran ser disculpados porque no querían matarlo.
Duele porque un crimen así deja una sensación de asco, una enorme desilusión surgida por el triunfo momentáneo de esa parte más oscura de la humanidad.
No hay justificación para matar a un hombre que dijo: “Cada mañana es una buena noticia, cada niño que nace es una buena noticia, cada hombre justo es una buena noticia”.
Ninguna otra palabra puede reflejar el dolor y la rabia, la furia y la pena que suscita un crimen como este. Por eso es preferible simplemente repetir los versos de Horacio Guaraní, para decir que el mundo llora la muerte de un cantor:

Si se calla el cantor calla la vida
porque la vida misma es todo un canto.
Si se calla el cantor muere de espanto
la esperanza, la luz y la alegría.

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