Editorial


Subir a una buseta, el peor calvario

De las cosas peores que le pueden ocurrir a un ciudadano en Cartagena, es subir a una buseta o bus. El transporte colectivo de pasajeros es la peor expresión de una mala atención, o dicho de otra manera, es la antítesis completa de “servicio” por la arbitrariedad, abuso e insensatez de los choferes. Son expertos en atropellar al pasajero, como lo podría constatar el “conductor” de la buseta de placas UAQ-112, afiliada a Cootransurb, de la ruta Caracoles al Centro, quien acolitado por su sparring, un joven ácido con los usuarios, tardó 1 hora y cuatro minutos en una vía despejada, desde el Reloj Solar, hasta la esquina del Colegio Bertha Gedeón de Báladi, en el barrio El Campestre. Ese tiempo incluyó tertuliar por unos 5 minutos con el controlador del reloj frente al Castillo San Felipe, ir a no más de 5 km/hora, y frenar cada vez que veían a una persona en el andén, además de los atropellos durante la marcha de tortuga en la que el chofer ignoró los reclamos de los pasajeros. Abusos como ese, sucedido hacia las 6 de la tarde del lunes feriado de esta semana a un trabajador de esta casa editorial y a todos los demás que iban en esa buseta, ocurren por montón todos los días, en todas las rutas, y quejas en ese sentido llegan a diario a este periódico, muchas de las cuales hemos publicado. Verse obligado a subir a una buseta es indignante, y los choferes los culpables principales de que el mototaxismo prosperara tanto, hasta el punto de que en los días sin moto, mucha gente se niega a salir por no dañarse el día, y otras veces, por la fobia a los buses, o más bien, a quienes los conducen. Los abusos van desde los altoparlantes a volúmenes exagerados, el sobrecupo, hasta disponer del tiempo de los usuarios, como si con recorridos paquidérmicos recogieran más pasajeros que andando rápido. Ojo, ¡rápido!, no volando, como para matar al pasajero o al transeúnte, que es lo que los choferes no quieren entender. Para ellos, su tiempo vale, pero no el de los 20, 30, 40 ó más pasajeros. Y así quieren ser conductores de Transcaribe, cuando muchos –por no decir que todos– desconocen el respeto por el pasajero y su tiempo, que es oro. Transcaribe es el anhelo salvador de miles de ciudadanos ante tanto atropello histórico, pues si muchos pagan 2 mil, 3 mil, 4 mil y hasta 5 mil pesos para ir al Centro o retornar a sus casas en moto o en taxi colectivo, tendrán para pagar los articulados del sistema masivo, que serán mucho más baratos. Las arbitrariedades suceden porque no hay autoridad que los someta a las normas y al bien común, porque el DATT ni la Policía de Tránsito han emprendido una política decidida para sancionar con rigor a las empresas transportadoras y a los choferes: en la práctica, el uno acolita al otro. Señores directivos de las empresas afiliadoras, no permitan el maltrato contra los usuarios, que les dan las utilidades a sus compañías, y de comer a los choferes. Señores del DATT, Policía de Tránsito y Administración Distrital, hagan que la gente se sienta orgullosa y respetuosa de ustedes, imponiendo la autoridad, porque ahí están las leyes. ¡Aplíquenlas!

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