Editorial


Tradiciones y transformaciones

La arremetida comercial durante años y años terminó por sembrar en la tradición colectiva el concepto de Halloween como una fiesta para disfrazarse, preferiblemente de algo relativo a brujas, fantasmas y lo sobrenatural. Esta festividad importada se fundió en algún momento con la celebración de la noche de los niños, que tenía otro objetivo y otra esencia, para finalmente terminar desdibujándose en una fiesta sin identidad. La primera víctima del Halloween fue aquella tradición que los mayores de 40 años recuerdan con cariño y nostalgia, en la que todos los 1 de noviembre, los niños salían desde muy temprano en la mañana a pedir alimentos de casa en casa, con los que después cocinaban un sancocho suculento en un espacio colectivo de cada barrio y compartían anécdotas y travesuras. El Ángeles Somos desapareció poco a poco, hasta cuando algunas organizaciones culturales comenzaron el esfuerzo titánico de revivirlo hace una década, sin que todavía lo hayan conseguido del todo, porque el torrente de ideas, costumbres y fiestas que se nos imponen para sacarle provecho comercial al Halloween impide que la idea de esa fiesta infantil de antes se fije con fuerza en la mente de los menores y de sus padres. Sería ingenuo pretender a estas alturas desmontar la parafernalia del Halloween tejida durante tantos años, pero sí puede convertirse en una celebración a la que se le introduzcan elementos propios de nuestra cultura, convirtiéndola así en una fiesta más cercana. La Iglesia Católica utilizó esa misma estrategia para convertir las fechas festivas paganas, imposibles de desarraigar mediante prohibiciones, en celebraciones cristianas, sin perder por ello el mensaje original. Podría pensarse entonces en estrategias para recrear y transformar la tradición original de los celtas, que la noche del 31 de octubre realizaban rituales de adoración a los espíritus de los árboles, especialmente del roble, con fogatas sagradas y dejando platos de alimentos en las ventanas, para que los espíritus de sus antepasados comieran sin obstáculos. De cierta forma, la fiesta celta del “All hallow's eve” está muy emparentada con la nuestra de Ángeles Somos, con elementos comunes que tienen que ver con el alimento, el árbol y los seres espirituales etéreos, pero con características humanas. El Halloween se pervirtió para volverse una especie de noche que hacía del terror una celebración, con su dosis de brujas, fantasmas y a finales del siglo pasado, asesinos seriales que adquirían poderes del más allá y se hacían inmortales. ¿Por qué no aprovechar esa costumbre comercial de Halloween para nutrirla de las historias nuestras de terror, esas que se narraban en las noches oscuras de los pueblos olvidados, alrededor de un fogón rural? ¿Por qué no convertir el Halloween en una fiesta de Patasolas, Mohanes y Lloronas, que continúe al día siguiente en el Ángeles Somos y consolide así una tradición cultural fuerte? Los pueblos basan su identidad en las tradiciones culturales y en ello va implícita la supervivencia. Sin detener el progreso, es posible lograr que esas tradiciones, aunque varíen, conserven su esencia intacta.

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