Editorial


Un acto de fe y un buen negocio

Luz Escandón y Pedro Correa abandonaron su parcela en el sur del Cesar para escapar de la violencia, llegaron a Barranquilla sin un centavo, y durante meses se rebuscaron vendiendo todo tipo de productos en las calles, hasta cuando se dedicaron a fabricar bolitas de coco para vender en las tiendas. Como los dulces empezaron a tener acogida, decidieron organizarse y crear una microempresa, con 30 mil pesos de capital inicial y una precaria instalación de tablones de madera y dos tanques de agua. Ahora tienen 10 empleados, un buen número de clientes y se preparan para exportar sus delicias a la Florida, en Estados Unidos. El éxito fue posible gracias al tesón y laboriosidad de la pareja, a su espíritu indeclinable y al apoyo que les dio una de las decenas de fundaciones que existen en Colombia para financiar proyectos productivos en los sectores más pobres y asesorarlos en su operación. Por supuesto, antes de tener utilidades suficientes para vivir con decencia, debieron realizar sacrificios innumerables, trabajar hasta el cansancio todos los días y aprovechar lo que otros vecinos podían aportarle a su negocio. Una clave para los buenos resultados ha sido la diversidad de su clientela, desde las pequeñas tiendas de barrio, hasta algunos almacenes de cadena, que no les compra por ayudarlos, sino porque el producto tiene calidad. Hay miles de experiencias productivas como las de este matrimonio, pero infortunadamente muy pocas logran prosperar lo suficiente para sacar de la pobreza a quienes las emprenden con entusiasmo. Estos fracasos tienen las más variadas y complejas causas. Una de ellas es la baja calidad de los productos, por falta de esfuerzo, por no aprovechar las asesorías y por no dedicarse lo suficiente a su fabricación. La más frecuente, sin embargo, es la imposibilidad de comercializar los productos, a pesar de que son de buena calidad y tienen precios razonables. Es justamente este aspecto lo que impide que crezcan las empresas caseras y microempresas, limitando demasiado su contribución al combate contra la pobreza. Y en manos de muchas medianas o grandes empresas está la solución. Sólo tienen que tomar la decisión de adquirir algunos suministros o contratar ciertos servicios con microempresas, cooperativas o empresas solidarias que les garanticen buena calidad y precios provechosos. Para minimizar riesgos, las empresas buscan proveedores grandes y reconocidos, aunque podrían ahorrar bastante, si lo hicieran con microempresas o empresas solidarias que les ofrecen calidad. No se trata de una decisión caritativa, sino de una operación comercial y financiera que podría reducir sus costos de producción y inyectarle dinamismo a la economía, tan golpeada por la crisis. La lucha contra la pobreza necesita que los empresarios realicen actos de fe como este, que no van en contra de sus principales propósitos administrativos y financieros, y cuyas consecuencias podrían ser muy beneficiosas para todos los sectores de la sociedad.

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS