Editorial


Un consenso para Cartagena

De Cartagena se dice que está fragmentada y se describen dos ciudades: una pequeña, blanca y opulenta de estrato seis; y otra numerosa, negra y paupérrima de estrato menos uno. Esta aproximación no deja de ser una caricatura, como cualquier generalización.Lo anterior sugiere que la minoría opulenta (que no lo es tanto, pero que lo parece por comparación con la “otra” ciudad) tiene una visión común y que su dirigencia es unida, comparte paradigmas de progreso y trabaja hombro a hombro, dejando rezagada a la Cartagena de los arrabales. Pero esta también es una caricatura, apenas una aproximación a la realidad.
La “dirigencia” cartagenera, si es que la hay, está fragmentada hasta más no poder. El sector privado -y nos referimos a aquel que crea empresas legítimas a partir de ideas y de innovación, y no a los “empresarios” de nuevo cuño, la cara indispensable de la corrupción politiquera a través de la cual se reparte el erario-, no tiene mayor fuerza, dado que en Cartagena la mayoría de las industrias son de gente de afuera.
Algunas de las organizaciones gremiales terminan siendo el negativo borroso de la fotografía del poder nacional. El tal sector privado cartagenero es más una ilusión que una instancia de poder.
Aunque las Pyme han crecido algo y deberían crecer mucho más con la expansión industrial local, incluida la construcción de la nueva refinería de Ecopetrol, aún no se comparan en cantidad ni generación de empleo a las de Bucaramanga y ni siquiera a las de Barranquilla.
Una entidad como la Cámara de Comercio, el “gremio de gremios”, que debería ser un dinamo para el desarrollo local, no representa a casi nadie, o mejor, muy poca gente se siente representada por ella. Más bien es vista como una entidad alcabalera a la que hay que pagarle algunos servicios obligatorios y como va, también podría terminar tomada por la politiquería local, que sin duda la tiene en la mira.
Y por supuesto, las clases política y empresarial de la ciudad son el agua y el aceite y se miran entre sí con desdén y desconfianza, por no decir desprecio. La mayoría de nuestros parlamentarios, diputados y concejales trabajan para sí mismos, aunque algunos envíen comunicados de prensa constantes para hacernos creer lo contrario. 
Aunque mucho de lo afirmado aquí es inexacto, sesgado y también termina siendo caricaturesco, emerge una verdad inocultable: Cartagena sí es una ciudad fragmentada y mientras lo siga siendo solo podrá empeorar en todo sentido, económica y socialmente.
Con frecuencia oímos que los barranquilleros pelean entre sí, pero se unen en torno de lo fundamental para su ciudad. Igual se dice de paisas y santandereanos. Si también son caricaturas, algo tienen de ciertas y de útiles.
Aunque suene a utopía, es indispensable llegar a un paradigma cartagenero, a un acuerdo sobre el mínimo indispensable para que Cartagena progrese y promoverlo con ahínco, cada cual en su área.
No sabemos cómo se logra, pero sí tenemos la convicción de que no nos queda otro camino.



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