Editorial


Un deber ineludible

Hace ocho años, los colombianos vivimos la elección presidencial más crucial en las últimas siete décadas, en medio de una coyuntura desalentadora, azotados por taras estructurales. En las elecciones de 2002, Colombia mostraba una situación crítica. Prevalecía la iniquidad, los grupos armados ilegales nos sometieron a una especie de toque de queda, con retenes en las vías y atentados criminales, mientras el Estado era incapaz de actuar con las tres ramas del poder trabajando al unísono y escasamente intentaba mantener la institucionalidad en medio de la ingobernabilidad. En los dos períodos de gobierno del presidente Uribe, la situación mejoró, eso no puede negarlo ni el opositor más recalcitrante. Los grandes bloques paramilitares se desmontaron y mal que bien se sometieron a la Ley de Justicia y Paz; las Farc, que desestabilizaron las instituciones y sembraron inseguridad y violencia, sufrieron golpes demoledores. La economía creció y la inversión se incrementó muchísimo, gracias a la confianza internacional en la estabilidad nacional. Sin embargo, aún quedan demasiados problemas graves que la administración del presidente Uribe no pudo resolver, algunos de los cuales, incluso, empeoraron. La pobreza sigue golpeando a la mitad de los colombianos, el desempleo es un azote devastador y la desigualdad social creció un poco más. El Gobierno se ha esforzado en mantener sin desmayo los programas contra la pobreza, pero con subsidios paternalistas, que actúan más como una limosna que como un incentivo, con el riesgo de que quien los reciba asuma que son vitalicios. Para el próximo Presidente, mantener la política de seguridad, con el nombre que quiera dársele, es un imperativo, aunque hay que debatir si debe intensificarse la inversión en este campo, y qué cambios hay que hacer en el sistema de inteligencia del Estado, para que sea eficaz en lugar de represivo. Además, debe enfrentar retos enormes: fortalecer el Estado, frenar la corrupción, estructurar una Justicia con excelencia e independiente, impulsar la calidad del sistema educativo, reformar la salud para que todos tengan acceso a ella en condiciones de modernidad y eficacia, y reducir la brecha creciente entre ricos y pobres. Quien dirija el país el próximo cuatrienio, debe poseer virtudes y habilidades más allá de saber hablar bien en público. En realidad, ante la dimensión enorme de los retos que enfrentará, debe poseer talentos múltiples, y sobre todo, rodearse de asesores experimentados y honestos. El voto de los ciudadanos escogerá a quien tendrá la responsabilidad histórica de conducir a Colombia a través del nuevo rumbo de su vida democrática, por lo cual es preciso no equivocarse a marcar el tarjetón. Colombia necesita un Presidente comprometido en la lucha contra la corrupción, que no negocie prebendas burocráticas ni contratos estatales jugosos, que no ceda nunca a la tentación de quebrantar la ley con el pretexto de alcanzar una meta superior, que siga frenando con éxito a los grupos armados ilegales y, sobre todo, que trabaje por la equidad social y la prosperidad colectiva sin discriminaciones. Ciudadanos, en nuestras manos está el futuro y por éste hay que votar hoy.

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