Editorial


Una Cumbre con muchos balances

La dificultad para evaluar los resultados de la Cumbre de las Américas estriba en que por primera vez esta cita continental no se limitó a la reunión de jefes de Estado y de gobierno, sino que incluyó también foros sociales y un encuentro empresarial que probablemente tuvieron más beneficios prácticos que el propio evento central.
Sin una declaración final de los mandatarios, tal como ocurrió en Mar del Plata en 2005 por desacuerdos sobre la zona de libre comercio, la VI Cumbre se vio ensombrecida por los temas de la presencia de Cuba, la soberanía de Las Malvinas y la lucha contra el narcotráfico, de manera que aparte de una tenue decisión de los mandatarios disponiendo que la OEA comience un análisis sobre la política antidrogas, las conclusiones se limitaron a un catálogo de buenas intenciones en los cinco ejes temáticos propuestos por Colombia como país sede, plasmadas en los mandatos donde proliferan verbos como promover, impulsar, fortalecer, avanzar, reafirmar y profundizar.
Los mandatos relativos a la seguridad ciudadana y a la lucha contra la delincuencia organizada, por ejemplo, hablan de fortalecer e impulsar la cooperación para prevenir y combatir la delincuencia organizada; seguir implementando políticas, estrategias y acciones para prevenir la delincuencia y la inseguridad; mejorar la efectividad de políticas públicas integrales de seguridad ciudadana; fortalecer la participación ciudadana en la promoción y sostenibilidad de las políticas de seguridad ciudadana. Retórica, pero nada concreto.
Lo más importante que ocurrió en Cartagena fue que se pudieron discutir abiertamente temas polémicos como el de Cuba y que los países de América Latina están fortaleciendo cada vez más su autonomía frente a Estados Unidos.
Curiosamente, fueron los mandatarios ausentes –Chávez, Correa y Ortega– los que desde afuera sembraron la semilla de la discordia, haciendo que el tema de Cuba se erigiera como el posible certificado de defunción de las Cumbres de las Américas, pues los países del ALBA y otros como Argentina, Brasil y algunos del Caribe dejaron claro que o está Cuba en la próxima reunión de Panamá o ellos no asisten.
Esto podría ser interpretado o bien como un gran fiasco diplomático de la política internacional colombiana, que no logró el consenso que tanto buscó, o como un paso adelante para sacudir y transformar estas reuniones en herramientas que consoliden la integración con igualdad.
Un éxito rotundo e indudable fue la organización del evento, no solo para el Gobierno de Colombia, que realizó una Cumbre de lujo y demostró una alta capacidad de logística con el apoyo del sector privado; sino para Cartagena, que ratificó su vocación de ciudad para los grandes encuentros internacionales, con seguridad y comodidad, y cuya población soportó las molestias de un evento de esta magnitud sin martirizarse, con la satisfacción de saber que la buena imagen de la ciudad se expandió en el mundo.
Además, el trabajo cuidadoso y esforzado de todas las fuerzas armadas y de las autoridades logró que ningún incidente empañara la seguridad de la Cumbre.
A todos ellos hay que felicitarlos.

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