Editorial


Una lección de éxito

¿A quién no se le erizó la piel el sábado pasado viendo al padre de Nairo Quintana animando con amor infinito desde Boyacá al héroe deportivo colombiano que cruzaba triunfante la meta en el macizo montañoso de Semnoz?
¿Quién no se sintió ayer orgulloso de ser colombiano cuando vio tres veces a Nairo subir al podio de la premiación final del Tour de Francia, la carrera ciclística más importante del mundo?
Hace 25 años, otro colombiano llamado Fabio Parra nos daba la felicidad de destacarse entre los grandes, con su tercer lugar en el Tour, y desde entonces, la gloria le había deparado a nuestro país varios títulos de montaña y del mejor joven, y algunos triunfos en etapas, incluso una contrarreloj que ganó Santiago Botero.
Un deporte que ha forjado a tantos héroes, que ha sacado de la pobreza y la exclusión a decenas de colombianos, debería ser consentido y promocionado no sólo por el Estado, sino por la empresa privada.
En las épocas gloriosas de Martín Ramírez,  Lucho Herrera y Fabio Parra, la empresa privada patrocinó varios equipos para correr las más importantes carreras europeas, pero de un momento a otro, con solo tres o cuatro fracasos, el exaltado entusiasmo se desinfló y los ciclistas tuvieron que buscar por su cuenta nuevos horizontes en los equipos internacionales.
Es gracias a esa ilusión de cada joven soñador que los ciclistas colombianos han seguido obteniendo logros, unos mayores que otros.
La ilusión que ocupó desde pequeño el corazón y la voluntad de Nairo Quintana –quien sólo tenía enfrente la opción continuar la tradición luchadora de los quehaceres de su familia en los campos boyacenses, nació de conocer los triunfos de sus coterráneos, y creció al encontrar el apoyo de unos padres amorosos, para comenzar una dura travesía de entrega y esfuerzo, que debía terminar en la consagración como justa recompensa.
Tal como Nairo Quintana se motivó al conocer las victorias de Santiago Botero, Félix Cárdenas y Mauricio Soler en las carreteras europeas y americanas, muchos adolescentes sedientos de gloria también se motivarán con lo que el boyacense consiguió a punta de corazón y trabajo duro.
Este año, Rigoberto Urán en el Giro de Italia y Nairo Quintana en el Tour de Francia  empezaron como gregarios al servicio del capitán de sus equipos, pero aprovecharon la oportunidad para demostrar su capacidad y terminaron como capitanes, con otros gregarios trabajando para ellos.
¿De qué está hecho un campeón? De lo que está hecho Nairo Quintana, de humildad, nobleza, profundo amor por su familia, generosidad, dedicación, trabajo infatigable, y una virtud imprescindible para el éxito, que dejó entrever en sus palabras después de ganar la penúltima etapa del Tour: “Quiero seguir aprendiendo”.

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