Editorial


Veinte años no es nada

A las 8:40 de la noche del 18 de agosto de 1989, los colombianos fueron estremecidos por el asesinato del candidato liberal a la Presidencia, Luis Carlos Galán Sarmiento. Su sepelio fue un testimonio desgarrador de orfandad nacional. Miles de personas acompañaron el féretro, y millones más lo lloraron desde sus casas. El país sintió indignación, rabia, amargura, dolor y frustración. Colombia hervía de violencia y de miedo, los capos poderosos del narcotráfico atacaban sin cuartel, intentando desestabilizar las instituciones y sembrar el caos para impedir que les aplicaran lo que más temían: la extradición. Estallaban bombas en aviones y edificios, y asesinaron a dirigentes políticos de izquierda como Jaime Pardo Leal y José Antequera. Luis Carlos Galán encarnaba la esperanza de una sociedad atemorizada y se perfilaba como el único hombre capaz de combatir la alianza entre el narcotráfico y la política tradicional corrupta. Había dejado ver que su pelea contra los corruptos y los carteles de la droga se iba a intensificar cuando fuera Presidente de Colombia. Han pasado veinte años y el magnicidio sigue en la impunidad y a punto de prescribir, luego de una investigación que ocupa 55.200 folios en 400 cuadernos, que incluyen las declaraciones de cientos de testigos y sospechosos, y el trabajo de cuatro fiscales generales, quienes se comprometieron en su momento a encontrar y castigar a los responsables. La muerte de un líder valeroso como Galán corroboró que a los corruptos y a los criminales no es fácil someterlos a la ley. Con menos espectacularidad, la situación sigue muy parecida, como lo demuestran los procesos contra decenas de políticos aliados con grupos delincuenciales y los crímenes que siguen cometiendo bandas organizadas de sicarios en el país. Los mafiosos sabían que asesinando a Galán, no sólo mataban la voluntad de limpiar a Colombia de la corrupción y el crimen, sino que hacían desaparecer una esperanza. Galán sabía perfectamente cómo empezar a solucionar los problemas del país, y así lo explicó en su proyecto político, uno de los más integrales, limpios y lúcidos del siglo XX. Proclamó la excelencia como meta y siempre les exigió a sus colaboradores combatir con firmeza la mediocridad. Conocía muy el país, y muchas de sus propuestas siguen vigentes en una nación golpeada por la corrupción, narcotráfico y violencia guerrillera. Siempre fue consistente como liberal auténtico y no tuvo saltos ideológicos en su vida. Como congresista, logró impulsar la modernización administrativa y fiscal de los municipios, y sembró la semilla de las reformas electorales que permiten a los gobernantes honestos enfrentarse mejor al fraude y al clientelismo. Los políticos corruptos y los capos del narcotráfico no iban a permitir que su paraíso de robo y muerte se diluyera debido a la inflexible voluntad del futuro presidente. Por eso lo asesinaron de manera cobarde. Lo grave no sólo es que el crimen siga impune, sino que los conflictos sociales causados por el magnicidio todavía existen y que la penetración de la delincuencia en la estructura de nuestras instituciones siga siendo una realidad que los colombianos no merecemos.

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