Editorial


Venezuela después de Chávez

Los venezolanos y en general todos los latinoamericanos vieron sorprendidos al vicepresidente Nicolás Maduro reunido con sus ministros, el alto mando militar y los gobernadores oficialistas para evaluar, según sus palabras, los avances de los programas estatales.
Lo inusitado es que nunca antes se había transmitido por televisión una reunión similar, y por el contrario siempre se hacían a puerta cerrada.
Las caras preocupadas de algunos de los asistentes hicieron pensar a todos que algo grande ocurría, aunque Maduro aseguró que la reunión no tenía que ver con la salud de Chávez.
Poco antes de las 5 de la tarde, Maduro volvió a dirigirse al país, para decir que acababa de recibir “la información más dura y trágica que podamos transmitir a nuestro pueblo”, y anunció que a las 4:25 de la tarde falleció el presidente Hugo Chávez Frías. (Lea más sobre el presidente Hugo Chávez)
La noticia que todo el pueblo venezolano esperaba con temor no solo intensificó las dudas sobre el futuro del país, sino que impulsó de inmediato los clamores de los partidarios y opositores, obligando al gobierno venezolano a desplegar a las fuerzas armadas y a pedir la unidad y la calma de la ciudadanía para garantizar la estabilidad política.
Las palabras de Maduro no dieron claves de las acciones inmediatas del gobierno, para cumplir con la Constitución en caso de falta absoluta del jefe del Estado, pues además de los esperados torrentes de alabanza a Chávez, el vicepresidente sólo repitió el llamado “a ser vigilantes de la paz, del respeto, del amor, de la tranquilidad de esta patria”.
Para pensar en Venezuela sin Chávez, es menester saber quién era y qué representaba el presidente fallecido, que gobernó desde 1999, instaurando un modelo socialista que llamó del siglo XXI, pero cuya esencia es el fracasado modelo de la Guerra Fría, basado en redistribuir la riqueza y la propiedad, y en fortalecer la lucha de clases, enfrentando a la gruesa población de estratos bajos con la empresa privada, a la que sometió a restricciones económicas y a expropiaciones.
La renta petrolera le permitió impulsar en Venezuela las llamadas misiones sociales para los pobres, y construir en la región un liderazgo seguido por países de gobiernos izquierdistas opuestos a Estados Unidos, sin dejar de venderle un millón de barriles diarios de petróleo al “imperialismo”.
La Constitución de Venezuela dice que deberán celebrarse elecciones en un mes, y según su testamento político, el candidato para sucederlo será el vicepresidente Nicolás Maduro, carente del carisma, oratoria y gran olfato político de Chávez, pero con el aparato estatal a su servicio hasta ahora.
Podrían abrirse otros caminos: pugna interna por el poder entre los pro y anti cubanos, maniobras jurídicas para no convocar a elecciones sino cuando los efectos de la desaparición de Chávez hayan amainado, intervención de las fuerzas armadas, caos y enfrentamientos, que por estar todos por fuera de la democracia obligarían a la comunidad internacional a intervenir de algún modo.
En Venezuela hay tantas armas por fuera del Estado formal, que cualquier opción distinta a una transición de poder pacífica podría ser desastrosa. Esperemos que no haya violencia.

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