Editorial


Viajes oficiales y provincialismo

La oposición le lleva contados los viajes al exterior al presidente Santos como si se fuera de paseo cada vez que sale del país, y como si corriéramos el riesgo los colombianos de que además de promover los intereses de Colombia en el mundo, Santos se pudiera divertir viajando.
La vocación mediterránea y atrasada de mucha de la dirigencia y parte de la población colombiana parece que las hiciera pensar que viajar es “malo” y nos recuerda a aquel presidente lanudo que se vanagloriaba de no conocer el mar. La negación de don Miguel Antonio Caro aisló al país y nos sigue saliendo cara a los habitantes de la Costa Caribe, sujetos a dosis altas de centralismo.
Por supuesto, los viajes de los funcionarios por cuenta del erario deben tener unas metas de interés público establecidas y anunciadas con claridad antes de viajar, y deberían medirse los resultados después. Los logros de estos viajes, sin embargo, pueden no ser inmediatamente obvios ni sus resultados cuantificables nítidamente, condición que es precisamente la que los expone a las críticas fáciles.
A Campo Elías Terán le han tocado ya las críticas de un viaje al Caribe en donde vio playas bien organizadas y marinas funcionales; y ahora uno a Miami, a donde dijo que fue para comprar dos máquinas de bomberos a la ciudad hermana de Coral Gables y de paso, lanzar la primera bola de un partido de béisbol. Sus críticos insinúan que las máquinas de bomberos fueron el pretexto para ir a lanzar la bola. Ya veremos qué sucede.
Los funcionarios públicos de cierto rango, de quienes dependen muchas decisiones clave acerca de procesos que conocen en teoría pero no en la práctica, deberían poder viajar para empaparse de lo que hacen otros países al respecto porque no vale la pena volver a inventar la rueda. Es mucho más sensato para la defensa del erario que los funcionarios viajen y aprendan, a que malgasten el dinero dando palos de ciegos.
En un país con ciertos atrasos como Colombia y en una ciudad como Cartagena, que enfrenta unos retos enormes de otras ciudades del país y de fuera, los concejales –por ejemplo- deberían tener un programa de viajes durante el año para que entiendan mejor algunos de los aspectos sobre los cuales legislarán.
Un programa de viajes significa eso: un cronograma preestablecido luego de debatirse abiertamente, con presupuesto anunciado a la ciudadanía, con las metas que se esperan alcanzar y con un seguimiento riguroso una vez regresen los funcionarios.
Eso es exactamente lo que hace la empresa privada cada vez que sus actividades lo requieren, porque ahorran dinero al conocer ejemplos internacionales exitosos de lo que piensan implementar localmente.
El país y la ciudad deberían abandonar el provincialismo con respecto a los viajes de los funcionarios públicos siempre y cuando estos sean justificados, discutidos en público al detalle, especialmente los costos, y anunciadas las metas, además de cómo y quién las medirá.  

Comentarios ()

 
  NOTICIAS RECOMENDADAS