Editorial


¿Por allá lejos?

Últimamente se habla con frecuencia del fenómeno de las pandillas en Cartagena, al que voces un poco piadosas prefieren llamar eufemísticamente “problemática de jóvenes en riesgo”. Independientemente de cómo se quiera llamar, el asunto preocupa si se le presta atención a que esos grupos ya no están únicamente en las faldas de La Popa o en los barrios de la Zona Suroriental, como se decía en un principio. Ahora incursionan en sectores en donde no se conocían tales manifestaciones, como los barrios apostados cerca de la zona industrial de Mamonal, que si bien no son de altos estratos, tampoco muestran la pobreza dramática que se ve cerca de la Ciénaga de la Virgen. Es decir, ya no es tan necesario que los jóvenes desorientados tengan a la miseria como plataforma de lanzamiento para integrar las gavillas que hacen estragos en sus propios sectores y en los circunvecinos, cuando deciden enfrentarse por motivos que ni ellos mismos entienden del todo. Debe reconocerse el trabajo de pacificación y de reintegración que intentan algunos dirigentes comunales de esas zonas, sólo para terminar admitiendo que por mucho que las autoridades afirmen que los respaldan, hasta ahora casi siempre están solos, comprobando perplejos que el aprieto se les sale de las manos. Y otro elemento que ayuda a que esa manifestación se sostenga y crezca es la indiferencia, actitud que las familias de los barrios azotados justifican como miedo a las retaliaciones. Pero la otra indiferencia proviene de los cartageneros enclaustrados en los llamados “barrios tradicionales”, tanto los del cordón amurallado, como los cercanos a él. Guardando las proporciones, en Cartagena podría estar sucediendo lo mismo que a mediados del siglo pasado, cuando se empezaron a tener noticias de las primeras manifestaciones guerrilleras en las zonas selváticas del interior del país. Para nadie era preocupación, porque eso sólo sucedía “por allá lejos”. Hasta que ese “por allá lejos” se transformó en muy cerca, y se volvió casi imposible de solucionar. Que en Cartagena no suceda lo mismo. Que la indiferencia no siga tranquilizándonos con el argumento facilista de que las pandillas “están por allá lejos”, no sea que cuando nos percatemos ya estén tan cerca de Manga, Pie de la Popa, Centro Histórico, Bocagrande, El Laguito y Castillogrande que entonces toque organizar diálogos y todas esas estrategias que los gobiernos nacionales se inventan para librarse de la pesadilla terrorista. En una de las tantas asambleas de líderes comunales que se organizan en las localidades de Cartagena, una dirigente veterana afirmó que “el pandillero carece de disciplina delincuencial”. La frase llamó la atención por su aparente contrasentido, que no lo es tanto si se entiende que esos jóvenes no contemplan límites al acometer sus acciones; que un día de estos podrían romper las fronteras de sus entornos y los tendremos a nuestro lado las 24 horas del día, sin importar en donde vivamos, como ocurre en Río de Janeiro.

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