Editorial


“Banca” y seguridad en el campo

Para la mayoría de los citadinos, la Banca está hecha de las instituciones que reciben y prestan dinero, y los cajeros son donde se extrae la plata con una tarjeta plástica.
Pero para la mayoría de los campesinos, la banca es donde se sientan los alumnos del colegio precario de su pueblito; o el jarillón recientemente desbordado por el cuerpo de agua más cercano. Allí el cajero no “da plata” porque es el percusionista en el conjunto musical más cercano.
En las áreas rurales no hay Banca, pero sí una red financiera basada en la confianza y la solidaridad entre quienes se conocen desde siempre y comparten una vida más o menos homogénea, más pobre que acomodada.
El campo tiene sus propias “entidades” financieras: el tendero, el quesero y el carnicero. Y también, desafortunadamente, las sanguijuelas de la usura, que prestan plata carísima, “al premio”, como se dice en esta región.
El tendero es la unidad “bancaria” fundamental del agro de la costa norte, y probablemente, del país. Conoce bien a sus vecinos, sabe qué hacen y cuánto ganan, y cómo pagarán el “fiao” de artículos para la vida diaria. El tendero próspero es buena persona –hasta da consejos- y la mayoría de sus clientes también son sanos.
El quesero es la segunda de las ramas “bancarias” del campo y suele ser algo más pudiente que el tendero típico. Les recoge diariamente la leche a los ganaderos del pueblo que tienen excedentes, hace queso, y lo vende en el poblado mayor más cercano.
El quesero les hace “avances” a sus proveedores fieles para solucionar imprevistos, que les descontará de la siguiente década o quincena, los períodos más comunes de pago. Algunos hasta cancelan las nóminas ocasionales de ciertas fincas, contra la producción de leche futura.
Y luego está el otro “banco” de la trilogía financiera informal del campo, el carnicero, quien compra la res vieja, la que malpare y queda maltrecha, la descartada porque mermó la producción o la que fue “calumniada” por alguna necesidad repentina, de las muchas de los ganaderos. Este también les avanza dinero a sus proveedores constantes.
Y por supuesto, también está el usurero, que en todas partes vive de la necesidad ajena y se queda con los bienes a precio de huevo.
Si el Gobierno pretende –de verdad- reactivar el campo, ahora inundado en casi todo el país, tendrá que refinanciar (sin intereses) al menos a los tenderos, para que estos les sigan fiando a sus clientes del agro. Sin comida y sin donde producirla es imposible que los campesinos no emigren a las ciudades. En la labor de convocar a los tenderos pueden ayudar Fenalco, las Cámaras de Comercio donde las haya, la Curia, en fin, las instituciones respetadas y no politiqueras.
El Gobierno también tiene que garantizar la seguridad en el campo con tropa y policías, más aún donde pretende que retornen los despojados por la delincuencia polifacética.
A la gente no se le puede seguir pidiendo volver a donde morirá de hambre, ni mucho menos donde la van a asesinar.

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