Este año, el barrio El Nazareno cumplirá 24 de haber sido fundado en las lomas de la zona suroccidental de Cartagena.
Está rodeado de barrios como Los Santanderes, Nelson Mandela, Esmeralda 2, El Silencio, Manuela Vergara de Curi, Nueva Venecia, Villa Fany, 3 de Junio y 2 de Noviembre, entre otros.
Tiene las carencias que padecen muchos barrios subnormales de Cartagena, pero en estos momentos lo que más roba la preocupación de los moradores es la inseguridad, fenómeno representado en atracadores en moto y a pie, pero principalmente en los enfrentamientos de pandillas, que ya han cobrado varias vidas inocentes.
Jennys Pérez Amaranto, una de las activistas cívicas del barrio, afirma que en El Nazareno son pocos los jóvenes que participan de esta modalidad delincuencial, “más bien ellos tratan de contrarrestar los grupos que vienen de otros barrios a buscar pelea por acá”.
Zully Julio Geles, otra trabajadora cívica, manifiesta que en los últimos días la Policía Metropolitana organizó una reunión con líderes comunales y jóvenes desorientados, donde estos últimos expresaron que necesitaban más oportunidades de estudio y de trabajo para abandonar las malas actividades en la calle.
De la misma reunión se sacó en claro que esos mismos jóvenes son el producto de hogares disfuncionales, viviendas en donde conviven hasta cinco familias, pero la ausencia de los padres suele ser la nota predominante.
Mientras los jóvenes alegan que supuestamente pelean por defender su territorio, la mayoría de las calles están siendo cerradas con altos portones de hierro para evitar el paso de los atracadores en moto, pero principalmente para que las trifulcas pandilleras no se apoderen de las calles peatonales.
Aún así, los moradores reconocen que en los últimos meses algo que los hace vulnerables a las arremetidas de la inseguridad es la falta del transporte público.
“Anteriormente --cuenta Zully Julio--, contábamos con 110 busetas que recorrían casi todos los barrios de estas alturas. Pero de pronto las quitaron y nos pusieron Transcaribe, que no da abasto para cubrir toda la zona. Mucha gente tiene que salir en la madrugada para sus trabajos y no encuentra en qué irse, salvo las mototaxis, que cobran caro. En la noche, después de diez, es lo mismo. Hay que caminar con el riesgo de encontrarse con los atracadores en el camino”.
No obstante el crecimiento de la inseguridad, los líderes comunales piensan en iniciativas como buscar la ayuda del Gobierno Distrital para pavimentar las calles y callejones que aún faltan, pero usando como mano de obra a los jóvenes desocupados.
Esa misma táctica también desean usarla para la recuperación de parques, canchas deportivas, construcción de un hogar para la tercera edad y un puesto de salud, cuyo local ya existe, pero falta el presupuesto y demás elementos que están en manos del Distrito.
Otra anomalía que las amas de casa consideran debería clasificarse entre los problemas de orden público, en el sentido del latrocinio, son las altas facturaciones por concepto del servicio de energía eléctrica, cuyas exorbitantes cifras ignoran por completo la condición de estratos uno y dos en que el barrio fue clasificado.
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