Cartagena


En 13 de Mayo la unión se fue huyendo

La semana pasada, la presidenta de la Junta de Acción Comunal del barrio 13 de Mayo, Josefa Morelo Díaz, observó desde la sala de su casa la llegada de un grupo de adolescentes, al parecer, “comandados” por una niña de escasos 14 años de edad.

El grupo ingresó a la que parecía ser la residencia de uno de los recién llegados, sacó varias sillas y se sentó en el callejón sin importarle que obstruía el paso del resto de vecinos.

Josefa intentó salir a la tienda, pero antes se dirigió a la niña de la voz cantante:

--Mi amor --le dijo con dulzura--,¿por qué no pones las sillas en la terraza, para que dejes el paso libre a quien necesite salir? La respuesta fue una andanada de términos soeces que dejaron estupefacta a Josefa, pues la aludida bien podía ser su nieta.

Pero, pese a la agresión, guardó silenció en el momento de recordar que días antes había visto ese rostro en alguna parte del barrio, sospecha que confirmó a la semana siguiente cuando volvió a encontrar a la niña, pero comprando en una tienda.

Se decidió a seguirla y logró observar cuando entró a una vivienda, en cuya terraza estaba una muchacha tendiendo ropa al sol.
--Buenos días --le dijo Josefa-- Vengo a ponerle unas quejas de su hija.
--¿Cuál de mis hijas?
--La que acaba de entrar.
--No --corrigió la mujer--, esa no es mi hija. Es mi bisnieta.

Josefa supuso, entonces, que la muchacha que estaba sentada en la sala era la madre de la niña, pero aquella le respondió que era la abuela. De modo que pidió que le llamaran a la mamá, pero la que salió a su encuentro fue otra jovencita parecida a la ofensora.

“Eso pasa en este barrio y en los  vecinos –explica Josefa--: las niñas se embarazan desde temprana edad, pero antes ya han consumido licor y drogas en los bailes de picó que se organizan los fines de semana”.

Con 35 años de fundado, 13 de Mayo es uno de los barrios apostados a los pies del cerro La Popa, cuyos vecinos son asentamientos urbanos como Daniel Lemaitre, 20 de Julio, La Heroica, San Vicente, La Paz y Primavera.

Para acceder a estos predios, el visitante debe arribar, a través de las Carrera 17, al Parque de Daniel Lemaitre y girar por la Calle 68 (conocida como “La calle de los sanandresanos”), y unos metros más abajo encontrará un promontorio de casas pegadas en la margen derecha de la vía.

Detrás de las 512 viviendas que componen a 13 de Mayo está una de las estribaciones de La Popa; y en sus alturas reinan dos moteles famosos, con cuyos dueños los residentes han tenido más de un cruce de palabras, dado que temen que la tierra que sostiene esas construcciones termine sepultándolos para siempre.

“En épocas de lluvias –relata Eliécer Infanzón, uno de los vecinos--, las corrientes bajan hacia nuestras casas. Por eso les pedimos a los propietarios de los moteles que tomaran alguna medida. Al principio hicieron unos cuantos trabajos para controlar las caídas de agua, pero hace diez años dejaron de hacerlo, y volvimos al mismo temor”.
Junto a esa preocupación tienen la relacionada con la insuficiencia del alcantarillado, el cual, en los primeros años del barrio, funcionaba de manera óptima, pero, en cuanto los sectores contiguos empezaron a conectarse, las redes se mostraron incapaces de conducir tantos desechos, de manera que la Calle 68 suele llenarse de excrementos humanos y malos olores, que obligan a los afectados a tapar con carretillas de tierra las tapas de los manjoles.

“Cuando cae un aguacero –cuenta María de la Barrera, miembro de la JAC-- el alcantarillado se congestiona tanto que las tapas de los manjoles vuelan y tiene uno que corretearlas para que no se pierdan. El Camel de Aguas de Cartagena a veces viene, pero la solución definitiva es que amplíen el alcantarillado”.

No obstante, afirman que ninguna de esas preocupaciones es tan fuerte ni tan alarmante como la situación de orden público que afecta al barrio, sobre todo los fines de semana cuando los dueños de equipos de sonido ocupan las calles de las estribaciones para hacer fiestas, que casi siempre terminan en riñas con heridos y hasta muertos.

Dicen haber comunicado a la Policía que los asistentes a esas veladas son menores de edad que aún no alcanzan los 15 o 16 años, pero que ya consumen licores y estupefacientes en plena vía pública.

“Pero nada hacemos con informarles a los padres, porque ellos también son muchachos, quienes supuestamente no pueden controlar a los hijos. Ya algunas niñas están embarazadas y hasta participan en atracos y peleas entre pandilleros”, aseguran los vecinos, quienes agregan que, diariamente, desde que son las cuatro de la tarde, decenas de muchachos atiborran las esquinas para atracar o pelear con cualquier transeúnte.

“A veces forman unas trifulcas, que uno tiene que encerrarse en su casa y esconderse en el rincón que crea más seguro, para que no lo alcance una bala”.
Unos diez vecinos que decidieron renunciar a vivir con los nervios de punta, están vendiendo sus casas por temor a algún percance como los que se presentan en las veladas juveniles que llaman “piques”.

“En esos piques, los pelaos empiezan compitiendo con las motos. Después compiten golpeándose los puños. Y por último, se enfrentan con armas cortopunzante hasta que alguno sale malherido o muerto. Esa es la nueva forma de diversión que están practicando”.

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