Cartagena


Estafadores que roban hasta la voluntad

La señora *Patricia Gómez acostumbraba a caminar todas las mañanas para cumplir con una vieja prescripción médica.

Sus caminatas en el barrio Crespo, donde reside,  podían incluir un paseo por la playa o la Avenida Santander, cuya duración variaba entre 30 o 35 minutos, durante los cuales no solía charlar con los demás caminantes, sobre todo si no eran personas conocidas.

La desconfianza era una de las características de su personalidad. Sin embargo, ese rasgo pareció extraviarse una mañana cerca de un supermercado popular, cuando se le aproximó un hombre alto, de buena apariencia física y atuendos de alta factura.

Entre la actual nebulosa de sus recuerdos, Patricia logra rememorar que el recién llegado se expresaba con un acento entre puertorriqueño y neoyorkino, mientras le hablaba de una supuesta fundación que había creado en Cartagena con dineros que le dejó su padre, un caribeño multimillonario y filántropo, que se dedicaba a favorecer a los más desposeídos.

Patricia no supo en qué momento se vio envuelta entre el tropel de una palabrería abundante y un estado mental y físico en el que parecía no tener voluntad para otra cosa que no fuera escuchar al desconocido, sobre todo cuando le dijo que estaba recogiendo colaboraciones de gente bondadosa para consignarlas a la cuenta de su fundación y de esa forma convertir en socios a quienes decidieran extender sus generosos aportes.

No supo en qué momento se trasladaron desde las puertas del supermercado a una cafetería, a la cual llegó otro desconocido con una bolsa plástica en las manos y dirigiéndose al presunto extranjero: “Mire, le conseguí este dinero y estas joyas con mis vecinos, que también quieren ser socios de su fundación”.

Patricia tomó confianza, pero rechazó un vaso de jugo que le estaban ofreciendo, al tiempo que le sugerían que incluyera sus joyas entre la donación que pensaba hacer para la supuesta fundación, que tenía su sede principal en una ciudad del extranjero.

La mujer salió de la cafetería hacia su residencia, pensando en el compromiso de tomar su dinero, sus joyas, su carro y recoger a los dos hombres en la cafetería, para luego ir al Centro Histórico y consignar la donación en una entidad bancaria.

Al entrar a la casa, Patricia encontró a sus hijas preparándose para partir hacia sus lugares de trabajo, pero ni siquiera habló con ellas, sino que pasó directo al closet de su recámara. Sacó el dinero, mas no las joyas. Luego abrió el garaje, abordó su automóvil y fue en busca de los hombres, quienes, sin pérdida de tiempo, se embarcaron, a la vez que uno de ellos le gritaba al de la cafetería: “después te pagamos”.

Llegaron a una esquina del centro amurallado. Patricia alcanzó a ver cómo el supuesto extranjero introducía el dinero en la bolsa plástica y posteriormente en la guantera del carro. “Espérenos aquí. Vamos a consignar”, le dijo. Ella asintió y se quedó esperando el regreso de los dos “filántropos”.

Pasaron muchos minutos en los que Patricia empezó a aburrirse de tanto aguardar, cuando de pronto notó que algo se le aclaraba en la mente, la cabeza le dolía un poco y empezó a experimentar una mezcla  de terror y desconcierto al verse sola en el Centro Histórico, vestida con ropas de gimnasia y estorbando el tráfico en una esquina de notable concurrencia vehicular.
Abrió la guantera, sacó la bolsa plástica y se sorprendió por la cantidad de papeles que contenía. A los pocos segundos llamó desde una venta de minutos a celular a una de sus hijas y explicó, con grandes dificultades, en dónde se encontraba.

Una vez rescatada, sus hijas la llevaron al Instituto de Medicina Legal, en donde después de valorarla se enteraron que había sido drogada con una sustancia extraña y que el suyo era el cuarto caso que en los últimos días había llegado hasta esas instancias: dos del barrio Bocagrande y uno del barrio Crespo, cuyas víctimas decidieron no denunciar.

El comandante de la Policía Metropolitana de Cartagena, coronel Jorge Luis Ramírez Aragón, explica que “cuando se presentan estos casos la gente, por lo general, se abstiene de denunciar por pereza o por pena, porque creen que es ridículo haber sido estafado de esa manera”.

Por esa razón, dice el funcionario, se conocen pocas situaciones parecidas, pero se sabe que muchos estafadores están usando sustancias de difícil percepción para el olfato y la vista de los incautos, quienes terminan perdiendo la voluntad y hasta la fuerza física.

“De lo primero que debe armarse la posible víctima -recomienda- es de desconfianza. Debe también conseguir inmediatamente la compañía de alguien conocido. Y, lo más importante, llamar al cuadrante de su zona para que los agentes de policía establezcan la veracidad de la información que están promocionando los estafadores”.

Por último, sugiere la búsqueda inmediata de ayuda médica, si la víctima ha sido rociada con alguna sustancia que ponga en peligro su salud.
*Nombre cambiado

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