Farándula


Uno de los mejores directores de orquesta del mundo es colombiano

COLPRENSA

14 de julio de 2013 12:24 PM

Jovencísimo, Andrés Orozco Estrada es vehemente, pasional, brioso, espiritual. Enérgico, y a la vez dueño y señor de una ternura que conmueve, es por hoy uno de los mejores directores de orquesta del mundo. 
Nacido en 1977, hizo sus primeros estudios musicales en el Instituto Diego Echavarría de Medellín y en la Universidad Javeriana, en Bogotá. Su deseo de llegar a ser director de orquesta, el mejor, lo llevaron a estudiar con Hans Swarowsky, en Viena, cuna consagrada de la música, de los más grandes compositores de la historia y de las musas. 
El camino no ha sido fácil. Pero como “la constancia vence lo que la dicha no alcanza”, Orozco ya ha conseguido metas que parecían inalcanzables y a sus 35 años ha dirigido varias de las mejores sinfónicas y filarmónicas del mundo. Su nombre entró en la historia en el año 2004, cuando un famoso crítico lo bautizó como ‘El Milagro de Viena’. Esta es su historia. 
¿Cómo recuerda sus primeros pasos en Medellín? 
Tengo recuerdos encontrados de la Medellín que viví cuando era niño, porque en los 80 y 90 la historia de la ciudad era espesa y compleja. Vivíamos en el barrio Manrique, donde los fines de semana no faltaban las balaceras y los muertos. Eso me marcó. Lo sentí con fuerza cuando llegué a Viena, donde hay un delito en un millón, y se necesita tener el Cristo de espaldas para que algo malo le pase a uno. 
¿Y el lado bueno? 
Cuando cumplí 11 años nos fuimos a vivir a Itagüí, donde jugué mucho fútbol. Como era portero, le ponía mucha pasión y hacía unas voladoras de miedo. Como ya estudiaba música, hacíamos grandes producciones. Carmina Burana fue una puesta en escena extraordinaria, con la Filarmónica de Medellín. Yo, muy chico, era parte del coro. Tuve experiencias estupendas con la música, pero nunca fui ‘nerd’, porque me tentaban las cosas que hacían los niños de mi edad. Empecé a tocar el violín a los 6 años y, para ser honesto, si hubiera practicado más, quizás hubiera logrado un nivel importante como violinista. 
¿Su gran talento viene de familia? 
Tengo buen oído, como corresponde a un director, y soy afinado. He tenido técnica vocal y me gusta cantar con la orquesta cuando hago óperas, porque aprenderse la parte vocal hace parte de la preparación de la partitura. Creo que mi voz es bonita, pero con ella no tengo ninguna aspiración. Mi mamá conserva una linda voz y muy buen oído, y tengo un tío buen guitarrista y compositor. Juan Carlos Higuita Estrada, violinista de la Filarmónica de Bogotá, es un primo con quien tengo una relación muy estrecha. 
¿Cómo decide irse a Viena? 
Como no vengo de una familia de muchos recursos, la Fundación Mazda, que vio en mí algún talento, me dio una beca para estudiar en la Javeriana. Estuve allí dos años, pero no encontraba lo que buscaba en dirección de orquesta. Sabía que si lograba dar el salto a Viena, la ciudad de los compositores, tendría la oportunidad de mi vida. Soñaba con la bellísima sala dorada del Teatro Staatsoper, que tiene la mejor acústica del mundo. 
Tenía claro que sería difícil iniciar el proceso porque el examen –en alemán- es muy exigente. Pero me propuse esa meta porque sabía que podría construir un camino con mis manos y mi trabajo. 
¿Viajó a Austria cuando apenas iba a mitad de la carrera? 
Sí, mi mamá y mi abuela se cogían la cabeza: “¡un profesional sin cartón no es nada!”, me decían. Al final entendieron que en mi profesión lo más importante era estudiar como un poseso hasta aprender cómo dirigir. Ninguna orquesta del mundo me pregunta si tengo un diploma, porque a nadie le interesa desde el punto de vista artístico ni contractual. De lo que sí tengo que ser capaz, cuando me paro frente a una orquesta, es de lograr que suene como música celestial. 
¿Fue muy duro el aterrizaje en Viena? 
No, ayudó que nos fuimos en grupo una pianista, un violinista, mi novia y un compañero que también quería estudiar dirección. No teníamos muchos medios, pero en Viena la universidad era gratis, así que tomamos un apartamento y nos organizamos con una disciplina espartana, no solo en el estudio, sino que compartíamos el mercado, los servicios y nos turnábamos la cocina. El régimen era estricto. 
Yo comía atún tres veces a la semana, pero no me importaba porque estaba en lo mío. Estudié allí seis años y venía a Colombia en los veranos para hacer conciertos con la Filarmónica de Medellín y dictar clases. De pronto empezaron a surgir oportunidades en Europa y me nombraron director de la Orquesta de la Universidad Técnica de Viena. 
¿Al terminar los estudios de dirección, qué posibilidades ofrece Europa? 
Las escuelas de Viena y de Alemania tienen un ritual muy bello: es normal que un director sea buen pianista y que se decida por el mundo de la ópera. En los teatros siempre necesitan ese tipo de pianistas que preparan la ópera antes de que los cantantes entren en escena con la orquesta. Los llaman pianistas preparadores. Como en Viena y en Europa todas las noches hay funciones, se necesitan muchos directores y a estos pianistas les hacen contratos con posibilidad de dirigir. Ese es el camino típico. Largo, pero muy sólido. 
¿Si, como usted mismo ha dicho, es tan mal pianista, qué hizo? 
Pues tenía preocupación existencial porque no me veía ninguna posibilidad. Me quedaban dos opciones: una, hacer concursos de dirección y que de pronto alguien se fijara en mí y quisiera ser mi mánager. O buscar una orquesta donde pudiera mostrar mis talentos, que fue lo que ocurrió con la de la Universidad Técnica de Viena, que buscaba director. Me presenté y gané. Hice mi examen final dirigiendo una obra de Ravel, muy bella y muy difícil, con la Orquesta de la Radio de Viena. Fue un concierto maravilloso con muy buena crítica. Después llegaron las oportunidades que, no solo hay que saberlas aprovechar, sino prepararse para mantenerlas. 
¿Cuándo saltó en definitiva a la fama? 
Fue en junio de 2004 con la Orquesta Sinfónica de Viena, de la que soy titular. El director se enfermó y me invitaron a reemplazarlo en un programa de Brûler, en el teatro Staap. La crítica lo llamó: “El Milagro de Viena”. Lo bonito es que se refería a mí. El autor del artículo contaba que, después de salir del concierto, se había sentado en el metro a revisar el programa para saber quién diablos era ese joven cuya técnica lo había maravillado. 
¿Qué siguió? 
Empecé a trabajar también con una orquesta en Graz, la segunda ciudad de Austria, donde estuve hasta 2008. Venía mucho como director invitado de la Filarmónica de Bogotá. Fue una época maravillosa porque tuve mucha cercanía con la ciudad y fui aprendiendo más y más del mundo orquestal. En 2009 me nombraron director titular de la Orquesta…; donde hice mi debut y empecé a hacer mis primeras apariciones importantes en orquestas del mundo y fui nombrado director de la Orquesta Nacional del País Vasco. 
¿En las grandes orquestas es usual que la consagración de un director llegue a una edad tan temprana? 
Cuando empecé en Graz, tenía 27 años. Como titular en Viena ya tenía 31, y esta temporada empiezo como director titular en la Orquesta de Houston, a los 35. Pero no es lo usual. Está el caso del director venezolano Gustavo Dudamel, dos años menor que yo, que ha tenido un ‘boom’ extraordinario porque hoy hay conciencia de que la música clásica necesita un nuevo impulso, una dosis de juventud, energía, vitalidad. Sin perder la experiencia de directores consagrados porque esa combinación es muy valiosa. 
Muchas orquestas están apostando a darse una imagen más joven e intentando que sus públicos se refresquen. Es bonito –y al mismo tiempo impresionante– ver en las salas de Viena, donde el 90 % de la gente es mayor, auditorios que parecen nevados porque todas las cabezas son blancas. 
¿Qué le aportan a la música directores latinos como usted y Dudamel? 
Aunque cada uno tiene su historia, también tenemos cosas en común. Por ejemplo, la pasión absoluta con que nos dedicamos a nuestro oficio. A a mí me da la impresión de que los europeos pierden cierta noción de lo que significa llegar a la cúspide con sacrificios. En Viena todo profesional tiene trabajo, lo cual no es normal en nuestros países. Aquí todo el mundo se las arregla y eso nos hace creativos, porque la entrega y el temple se dan con un trabajo arduo.
¿Qué siente cuando sale de dirigir un gran concierto? 
Ganas no solo de festejar, sino de seguir viviendo y de ser más feliz. O, de pronto, de acostarme con una sensación de plenitud. Pero lo que es indudable es que esa sensación, que se comunica a los demás, tiene que ver mucho con nuestras raíces, y eso lo aprecia la gente. 
¿Y le permite ser un músico arriesgado? 
Exacto. Cuando uno empieza a hacer música está imbuido de una especie de aura romántica, porque ser artista es muy inspirador. Pero detrás de eso se instala una rutina que da experiencia y seguridad, pero que se puede volver monótona. Me explico: un músico que tiene un trabajo fijo todos los días, que va a ensayar a una hora determinada, que toca en dos o tres conciertos a la semana y hace lo mismo una y otra vez, puede sentir que es un trabajo como cualquier otro. Por eso es importante descubrir el alma de las orquestas, saber si está allí o no, y eso tiene que ver con la humanidad de cada uno de sus integrantes. A mí me ayuda el origen, porque los latinos somos querendones y nos gusta conversar con la gente. 
¿Cómo hizo para aprender alemán, un idioma tan esquivo? 
Fue muy duro. En el grupo siempre estábamos hablando en español, hasta que entendí que aprender alemán era imperativo o no tendría la más mínima posibilidad. Decidí cortar con la conexión colombiana porque para mí lo más importante era la música, y eso implicó hasta terminar con mi novia. Después conocí a la que hoy es mi esposa alemana, con quien tengo una vida absolutamente feliz, no solo en lo personal sino en lo profesional, y a Laura Orozco, mi hijita de 1 año. 
¿Cree que en América Latina y en Colombia, está desarrollándose un gusto por la música culta? 
En Europa es una actividad cotidiana ir a conciertos, pero creo que allá están viendo a América Latina como el futuro de la música clásica. No porque aquí vayan a salir mejores orquestas, pero sí desde el punto de vista de los públicos, que cada vez son más jóvenes. Un referente es Venezuela con su programa en materia de música y orquestas. La música es un componente social importante e inspirador. Eso también está empezando a funcionar en Colombia, con un público que ya lleva tiempo escuchando conciertos. Entre más se sabe, más se entiende. 

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