Cartagena


Historias de un barrio tradicional cartagenero: Blas de Lezo

HILENIS SALINAS GAMARRA

01 de junio de 2017 05:11 PM

En Blas de Lezo hay salsa, deporte y unión

Jaime León Baena no recuerda una sola película de las que se vio en el Teatro Blas de Lezo, allá por la década de los 70. Para él y todos los de su generación ir a cine era una mamadera de gallo, pues las proyecciones eran tan malas que muchos iban cargados con tarros de pintura para tirársela a la tela en la que se proyectaba. “El teatro era tan malo, que no duró 5 años, entre los que nos colábamos falsificando los tiquetes y las ‘duras críticas’ a las películas, el curita se rindió y lo cerró”, dice sentado en el parque de la Virgencita, a la entrada del barrio al que llegó con 5 años de edad.

La familia de Jaime llegó como muchas otras, en busca de casa propia en una ciudad que crecía alejándose del centro. Hugo Romero Vásquez, quien acompañó la urbanización del nuevo barrio y luego se hizo morador, dice que en el sector se implementó la llamada ‘autoconstrucción’, “el Instituto de Crédito Territorial ofrecía los lotes y 10 mil pesos en materiales, que la gente iba pagando en cuotas como de 15 pesos. Realmente hubo muchos apoyos extranjeros para la construcción del barrio y eso ayudó a la unión de la comunidad”. A Blas de Lezo llegaron ayudas de la FAO, que por entonces tenía un programa de alimentación en Colombia y según dicen estos veteranos, los dos programas fueron la cuna para la construcción de la primera etapa. “Aquí toditos trabajábamos, era una ayuda mutua, sobre todo cuando empezamos a pavimentar las calles. Los pelaos hacíamos lo que podíamos, veníamos por la colada que hacían con las ayudas de la FAO”, recuerda Jaime, quien ahora tiene 62 años.

Varias décadas
La construcción de todas las etapas del barrio se fue dando paulatinamente, unas partes eran residenciales y otras mixtas (comerciales y de vivienda). Hugo recuerda divertido la construcción del primer edificio de apartamentos en el sector: “hicieron unos que llamaban múltiples, pero eso no pegó en la ciudad. Terminaron negociando con la Armada”, estaba lejos Cartagena de ser entonces la ciudad de los cientos de edificios que ahora abundan en ella.

Como un pueblo
Extrañan del Blas de Lezo del siglo pasado, los bailes  en los centros sociales, que eran los inicios de lo que hoy conocemos como salseros; también hace falta, dice Jaime, la celebración de las fiestas de la Virgen del Carmen, que arrancaba el primer día de novena  y terminaba el 16 de julio, con un fandango, ahí en el parque de la Virgencita. “Eso se acabó porque como era tan popular, se vendía mucha cerveza y toda esta calle se llenaba de orines. Los vecinos se fueron alejando también por las peleas que empezaron a formarse”, coinciden los dos veteranos.

Quieren lo mejor
“Blas de Lezo sigue siendo un barrio bonito pa’ vivir, yo no lo cambio por nada”, dice Jaime. Con él coincide Jorge Luis Torres Pomares, famoso por imitar en las fiestas de Noviembre a Celia Cruz. Su personaje nació por su cariño a la salsa, inculcado precisamente por haber nacido en Blas de Lezo, donde cada fin de semana se celebraban salseros en establecimientos y casas, “si yo quisiera mejorar algo de este barrio es su seguridad, pero no me mudo. Puedo tener pa’ vivir en otro lado y me quedo aquí, porque aquí soy feliz”, concluye Torres Pomares.

Cuando Cartagena creció...
La historiadora y docente de la Universidad de Cartagena, Estella Simancas Mendoza recordó los primeros barrios ‘extramuros’ que aparecieron en la ciudad, conforme fue creciendo. “El crecimiento de Cartagena se da por dos cosas, primero por presión de los cartageneros en territorios valdíos, y segundo, a mediados del siglo, por apoyo del Estado”, Blas de Lezo hace parte del segundo grupo, pero según cuenta la historiadora, la aparición de barrios como Crespito y Canapote, se dio por el traslado (obligatorio y violento) de sectores como Pekín, Pueblo Nuevo y Boquetillo, alrededor de la muralla en una zona ahora ocupada por la Avenida Santander.
Para crecer hacia el sur, muchos de los primeros pobladores fueron ocupando de acuerdo al crecimiento del transporte urbano. “El Bosque, por ejemplo, se armó sobre la línea del ferrocarril, pero también implicó resistencia”, dice la docente.

En el caso de Blas de Lezo, durante muchos años sufrieron con el transporte, debían caminar hasta El Bosque, aunque los niños de la época, entre ellos Jaime, recuerdan esas distancias como algo de disfrute: “cuando llovía, nos íbamos a lo que ahora es Santa Mónica y Plazuela, a coger los frutos que hubieran en la época. Aquí se vivieron todas las fases de la infancia”.

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