Son 40 km de un paisaje hermoso y apocalíptico a la vez, similar a las imágenes que se conocen de Marte, de pura piedra, polvo y arena y donde podría filmarse un 'spaguetti western': es el camino de ingreso a la mina San José, en el desierto de Atacama, donde 33 mineros están atrapados desde el 5 de agosto. Camiones transportando material, camionetas con ingenieros y socorristas, familiares de mineros, periodistas: centenares de vehículos cruzan diariamente el paisaje por esta senda sinuosa y empinada, en su ir y venir entre la mina y la carretera a Copiapó, la ciudad más cercana. En las curvas más cerradas la arena de las enormes dunas se desborda sobre el camino, dificultando aún más la tarea de los conductores. Al fondo, los cerros de piedra explotados por mineras. Y muy atrás de todo los picos nevados de la cordillera de los Andes. Es el desierto de Atacama, en el norte chileno, el más árido del mundo, que este año curiosamente tiene muchas partes cubiertas de pequeñísimas plantas con flores amarillas y violáceas, que le dan un toque de color a los cerros vistos a la lejanía. Cuando está así, se lo conoce como “desierto florido”, y es algo que solo ocurre cada varios años, después de lo que para aquí es una 'gran lluvia', en realidad una llovizna para personas de lugares menos secos. Las flores tienen un aspecto tan frágil y milagroso, surgidas directamente de la arena, que uno casi no se anima a tocarlas, mucho menos cortarlas. Parece un buen augurio para las tareas de rescate en la mina, donde tres máquinas en paralelo compiten por ser la primera en cavar un túnel que llegue hasta los mineros, atrapados a 700 m de profundidad. Aunque también es cierto, varios buitres negros de cabeza roja vuelan en círculos por la zona, y algunos pueden verse posados cerca del camino, buscando comida entre la basura que tiran desde los camiones. Por aquí y por allá, una lata de cerveza, una botella de plástico, un neumático viejo al fondo de un barranco: el paisaje es tan hermoso como increíblemente maltratado por el hombre, que lo llena de basura y orada los cerros en busca de mineral. De vez en cuando se ven pequeños altares de homenaje o 'animitas', como les llaman acá: son construcciones precarias con aspecto de tumbas o mini-catedrales, donde familiares y amigos dejan flores de plástico y velas en el lugar donde alguien falleció, la mayoría de las veces por accidentes. “Guillermo Vallejo López, 1947-1989 QEPD. Te recordamos”, dice en una de estas construcciones. En una hondonada al borde del camino, una casucha de tablas, palos y telas con una cruz encima, tiene un cartel que dice “Resinto pribado” en trazos gruesos de pintura blanca. A pocos metros, una 'anacahuita' o 'pimiento' (Schinus molle), el único árbol con porte de tal en todo el camino. Da miedo pensar cómo haría alguien sin vehículo para salir de aquí sin ayuda. Ya llegando a la cumbre, después de casi una hora de manejar, dos policías con una camioneta y un baño químico, en medio de la nada, detienen al visitante y controlan sus papeles de identificación. “Estar aquí en esta pampa de arena con lo básico, haciendo un servicio, es un orgullo para nosotros. Siento que estamos colaborando en algo con este rescate”, cuenta uno de ellos a la AFP, que se presenta como “un simple carabinero”. Unos centenares de metros más arriba, un cartel amarillo de “Fuerza mineros” marca la llegada al campamento en torno a la mina, con su trajín de gente, máquinas, banderas, cámaras y micrófonos.
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El camino de ingreso a la mina San José, paisaje hermoso y apocalíptico
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