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Industria del vestido podría salvar a Haití

REDACCIÓN MUNDO

21 de febrero de 2010 02:06 PM

En el afán por reconstruir Haití, la comunidad internacional y cámaras empresarias están desempolvando un plan anterior al terremoto, que proponía extender la industria del vestido para estimular la recuperación. El gobierno estadounidense, que apoya el plan, exhorta a los vendedores minoristas a comprar en Haití por lo menos el 1% de la ropa que venden. La pregunta es si esto le será útil a un país que debe reconstruir su economía a partir de cero. Pocos haitianos tienen ingresos constantes y el desempleo es incalculable. Antes del terremoto se calculaba que los trabajadores sin empleo eran de entre el 60% y el 80%. En las ciudades, la mayoría gana centavos de dólar con la venta callejera o trabajos temporales, o bien dependen de las remesas de parientes en el exterior, que constituyen la cuarta parte del Producto Interno Bruto de 7.000 millones de dólares anuales. La industria del vestido ocupa un lugar central en el plan de crecimiento que preparó el economista Paul Collier, de Oxford. El plan de 19 páginas fue preparado por encargo del secretario general de la ONU, Ban Ki-moon y es promovido por su enviado especial a Haití, Bill Clinton. El sector, dicen, podría crear rápidamente cientos de miles de empleos gracias a dos factores principales: un acuerdo de preferencias comerciales vigente con Estados Unidos y la mano de obra barata. El acuerdo es una ley aprobada en 2008 por el Congreso estadounidense para promover las oportunidades económicas en la isla por medio de sociedades comerciales. El año pasado, la ropa fabricada en Haití y exportada a Estados Unidos, por valor de 513 millones de dólares, apareció en el mercado bajo marcas como Hanes y New Balance. Los márgenes de beneficio de las fábricas son en promedio de 22%, según Nathan Associates Inc., de Washington DC. La mano de obra barata está representada por personas como Jordanie Pinquie Rebeca, quien gana 125 gourdes (3,09 dólares) por jornada de trabajo de ocho horas. El traje que ella ha cosido se venderá en Nueva York por 550 dólares. La fábrica de capital surcoreano donde trabaja Rebeca emplea actualmente a unas 1.200 personas que ganan el sueldo mínimo de 125 gourdes, apenas unos centavos más que en 1984. El año pasado, el congreso elevó el sueldo mínimo a 5 dólares diarios. Los dueños de las empresas dijeron que tendrían que despedir trabajadores y reducir la producción. El presidente René Preval se negó a sancionar la ley. Rebeca duerme en la calle y casi no tiene para comer. Un día de trabajo le alcanza para comprar una taza de arroz, viajar en taxi colectivo y pagar su deuda por el apartamento destruido por el terremoto. Con lo que resta puede comprar minutos de teléfono celular para hablar con su novio, evacuado a la República Dominicana con una pierna fracturada, o a su hijo de cuatro años, a quien envió a vivir con parientes en el campo. El sueldo “es insuficiente para una vida digna, pero es el primer paso” hacia la recuperación económica, dijo George Sassine, presidente de la Asociación de Industriales Haitianos. El conocido economista haitiano Kesner Pharel no está de acuerdo. “El sector del vestido está generando problemas para la economía debido a las tensiones sociales y los bajos salarios”, dijo. El primer ministro Jean-Max Bellerive, también economista, sostiene que si bien la industria textil es importante, las mayores inversiones deben ser para la agricultura y el turismo. AP-NY-02-21-10 1359EST<

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