Los habitantes de la costa del golfo de México en el estado de Veracruz (este), recibieron el impacto de los fuertes vientos del huracán Karl que derribaron postes, árboles y viviendas precarias, como la de Filemón Calderón. “Ahí se junta el río con el mar, no tarda en tragarse todo, mi casa ya se me derrumbó anoche”, se lamenta Calderón, de 59 años, mientras observa el amenazador cauce del río Colipa, que acrecentado arrastra el lodo y ramas que encuentra a su paso. Karl, considerado el huracán más fuerte que ha afectado las costas de Veracruz, tocó tierra en Chachalaca, a sólo siete kilómetros de la planta de Laguna Verde, la única central nuclear de México, cuyos reactores fueron apagados por precaución. Al tocar tierra Karl, que tenía vientos superiores a los 190 km por hora, comenzó a debilitarse. Un balance parcial del organismo de socorro Protección Civil, sólo reportaba caída de árboles, postes y avisos callejeros, el cierre de carreteras y viviendas destechadas, sin dar cifras ni reportar víctimas. Entre las casas que Karl derribó se encuentra la de los Calderón, que ya había sido reblandecida por las lluvias que las últimas dos semanas cayeron sobre Veracruz, un estado costero pero además cruzado por numerosos y caudalosos ríos. “Mi casita era de madera reforzada con unos colchones viejos. Se nos cayó encima anoche, se mojaron todas las camas y los poquitos muebles. Mi hijo sacó algunas cosas para llevarlas a la casa de mi otra hija, donde pasamos la noche”, relata Calderón, que se mantiene de trabajos ocasionales. Karl amplifica la emergencia en Veracruz y otros estados. Según el gobierno mexicano, el país vive la temporada de lluvias más fuerte desde que hay registros y que ha dejado casi un millón de afectados y 25 muertos. Acompañado de su esposa Amalia y su hijo Mario, de 22 años, Filemón acudió junto a un puñado de vecinos a observar el caudal del río Colipa. En Las Higueras el temor es latente, porque en años anteriores el Colipa ha arrasado viviendas y campos de cultivos de esta pequeña comunidad de menos de 2.000 habitantes dedicada a la pesca y la agricultura, y que se erige justo entre el río y el mar abierto. “Mire ya como está el río y eso que aún no entra toda la fuerza del huracán”, dice desolado Calderón, mientras espera a los vehículos de Protección Civil que lo deben llevar a un albergue en la iglesia de Vega de Alatorre, a unos tres kilómetros. La escuela es una edificación de muros y techos de lámina y amplios ventalanes que fue improvisada como refugio anticiclónico. En una casa vecina, José Mora, de 50 años, abandonó la vivienda -donde también funciona una papelería- por temor a que el río se desborde o que el techo salga volando. “Yo soy de Puebla (centro, vecino de Veracruz), venimos de vacaciones a visitar a mis suegros, pero nos agarró el huracán y ni tiempo nos dio de ir a la playa”, comenta.
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Pobladores de la costa este de México sienten impacto de Karl
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