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Zelaya, 25 días en la embajada

EL UNIVERSAL

17 de octubre de 2009 12:01 AM

Desvelado cada noche por intensas luces y el sonido estridente de cornetas militares, el depuesto Manuel Zelaya cumplió ayer 25 días refugiado en la embajada brasileña en Honduras, confiando en recuperar el despacho presidencial y reunirse con su familia. Delegados de Zelaya y del gobernante de facto Roberto Micheletti negocian su restitución al poder para poner fin a la crisis desatada por el golpe de Estado del 28 de junio. Desde que volvió a Honduras y se refugió en la embajada el 21 de septiembre, Zelaya pasa gran parte del día en su estrecha oficina-dormitorio, en el primer piso de la residencia de dos plantas, dedicado a su cruzada por recuperar el poder. Esta semana sostuvo varias reuniones con sus delegados en el diálogo con el régimen de facto, su ministro de Gobernación, Víctor Meza; el asesor legal Rodil Rivera y su ministra de Trabajo, Mayra Mejía. Zelaya, de 57 años, es asistido por el abogado Rassel Tomé, el político liberal Carlos Eduardo Reina y el sacerdote de origen salvadoreño Andrés Tamayo, que además confiesa a los zelayistas que están en la sede diplomática y les da la comunión. Pero las presiones del gobierno de facto hacia la embajada no cesan a pesar del diálogo. En las noches, policías y militares apuntan reflectores hacia el edificio, tocan cornetas se hace en los batallones para despertar reclutas, marchan y ha-cen movimientos para que sus huéspedes no puedan dormir. El temor a un asalto militar al edificio mantiene a muchos con los ojos a abiertos en las noches. Al amanecer, los inquilinos de la embajada -Zelaya, su esposa Xiomara Castro, medio centenar de seguidores y casi una decena de periodistas- toman un desayuno frugal y luego inician sus respectivos deberes cotidianos. Los seguidores de Zelaya asean la embajada y arreglan el jardín. Por la mañana, algunos hacen ejercicio en la terraza. Zelaya habla por teléfono con líderes extranjeros y atiende llamadas de periodistas de todo el mundo. También ha recibido a un obispo, a candidatos presidenciales hondureños, a diputados brasileños y a delegados de la OEA. De vez en cuando camina por el patio junto a sus asistentes y se preocupa, cada vez que conversa con los periodistas, de llevar su sombrero de ala an-cha. En el día, los militares hondureños -que tienen restringido el acceso a la embajada- revisan la comida, los útiles de aseo y todo lo que su familia envía a Zelaya. Los mismos controles deben pasar las encomiendas dirigidas a los demás ocupantes. “Algunas cosas se las roban y no dejan entrar jabón, champú y otras cosas que se necesitan”, lamentó uno de los zelayistas de la embajada, que pidió no revelar su nombre. La vida cotidiana transcurre como en una cárcel debido a la rutina, las privaciones y a que está rodeada por militares. Después de 25 días de encierro, Zelaya y sus seguidores añoran salir para ir a la Casa Presidencial, y recuperar su libertad de movimiento. El mandatario depuesto también anhela abrazar a los familiares que no ve desde el golpe, y además conocer a su nuevo nieto, José Manuel, nacido el 30 de septiembre, cuando él ya estaba refugiado en la embajada.

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