Sentado en las ruinas de la vivienda que habitó por más de 40 años, Eduardo Cabrera ha permanecido sin importarle la lluvia pertinaz y los 23 grados de temperatura que acompañaron la brisa fría que hubo hasta la media mañana de ayer en el barrio San Francisco.
Él es un trabajador independiente que impotente vio como la naturaleza le arrebató su único bien material: su casa.
Cabrera llora a ratos y es quizá una de las pocas personas que no ha asimilado aún el desastre que el invierno ha causado en San Francisco y tiene a unas 100 familias en la calle y a otras 250 en alerta porque sus casas se agrietan con el paso de las horas debido a una falla geológica que afecta a la Loma del Guerrero, donde fue construido gran parte del populoso sector cartagenero.
La tristeza lo embarga porque no sabe qué hacer.
Los funcionarios del Distrito le advirtieron que se debe ir a otro sitio a vivir, y aunque su familia ya se acomodó en la casa de unos parientes, Eduardo se niega a abandonar los escombros de la residencia que habitó con su esposa y sus hijos.
Su casa se desplomó hace dos días y algunos vecinos, con apoyo de funcionarios del Distrito, terminaron de derribar las columnas a punta de mona.
“Es que hay algo que me ata a este pedazo de tierra. Lo peor es que no hay quien nos responda y sabemos que si nos vamos, entonces se olvidan de nosotros, las familias que hace 41 años compraron unas casas al extinto Instituto de Crédito Territorial (ICT) en un lugar seguro, que ahora resultó en zona de alto riesgo”, advierte el trabajador independiente.
A su lado se sienta su vecina Genoveva Castro González, sexagenaria que comparte la tristeza de haber perdido su casa.
Ambos contemplan las ruinas en silencio, mientras los Castro y los Pérez, vecinos de toda la vida, sacan enseres de sus casas, casi corriendo, y se abstienen de regresar a la vivienda para evitar morir bajo los escombros.
Cabrera es el primero en hablar cuando advierte que ya la Loma del Guerrero seguro no aguantará más porque las grietas que son como una plaga, han afectado hasta las vigas de las casas. “Por eso es que todo el mundo debe salir a salvar sus vidas”, remata.
Genoveva Castro señala: “Yo sé que todo el mundo debe irse, pero cómo hace uno si no tiene un peso para pagar un arriendo. Es difícil vivir una situación como ésta. Mi casa la habitábamos 10 adultos y cuatro niños, mis nietos. Ahora para dónde nos vamos. Los $150.000 que ofrece el Distrito para pagar un arriendo no alcanzan para alquilar una casa grande, sino para un cuartico y allí no podemos vivir todos”.
Genoveva Castro hace un gesto mirando hacia el cielo y como implorando ayuda divina dice: “Yo creo que hoy dormiremos en la calle porque no hay de otra. Desde ayer no comemos nada de servicio porque no hay donde cocinar”.
“¡¿Por qué nos pasó esto Dios mío?!, pregunta en voz alta Genoveva Castro.
Su vecino calla para dar paso a las lágrimas otra vez, por lo incierto de su futuro. Se levanta porque la lluvia arrecia y le dice: “Vámonos que hay que seguir viviendo y ésta agua es mala para los viejos”.
INCERTIDUMBRE
Con el pasó de las horas la incertidumbre crece para el clan de los Anaya, otra de las familias que ayer debió abandonar su casa en el barrio San Francisco porque las grietas de las paredes crecieron demasiado, y en el piso se abrió un hueco profundo que se tragó una pequeña mesa y un florero.
Artis Anaya, uno de los miembros de esta familia, advierte que en San Francisco, un barrio con mala imagen por las peleas de pandillas y el azote de la delincuencia, la gente se está volviendo loca. “Es que nadie está preparado para perder su casa”, dice.
Artis advierte que las grietas en su casa empezaron a aparecer hace poco más de 10 años, pero siempre eran selladas con cemento y no pasaba nada.
“Pero hace dos semanas comenzaron a aparecer en las paredes y de tres días para acá hemos visto como se han venido al suelo casas grandes, porque su estructura se debilitó”, dijo.
“Tocará pedir alojo a los familiares porque la Alcaldía está auxiliando con $150.000, pero hay que hacer un contrato de arrendamiento y nadie entrega una casa sin la plata. La incertidumbre es grande. Mucha gente no sabe para dónde agarrar”, dijo el hombre.
Otros habitantes de San Francisco señalan que el Distrito debe tener en cuenta que su situación es diferente a la de los demás afectados por deslizamientos que habitaban en zonas invadidas.
“Merecemos un trato diferente. Eso se lo pedimos a la Alcaldesa para que no nos mande para Colombiatón”, dijo una mujer que lloraba por tener que despedirse de su barrio a buscar otra vida junto a sus padres que le darán alojo temporalmente en Nariño, un barrio con viviendas también en alto riesgo.
DESLIZAMIENTOS EN LA PAZ
A las 6:30 de la tarde del viernes 3 de diciembre, Gloria Julio Páez, madre de tres niñas, sintió un estropicio acompañado del grito de una de sus hijas.
Cuando salió del pequeño baño de su casa, localizada en la Calle 68 del barrio La Paz, pudo ver que el cuarto que había construido con madera el marido de una de sus hijas, había sido sepultado con todo lo que había dentro.
“Menos mal que no pasó nada, pero es triste ahora vivir con este miedo. La gente de la Alcaldía me dice que me vaya, pero no tengo adónde ir. Fíjese, a mi mamá Juana Páez también se le está cayendo su casa en San Francisco”, dijo.
La mujer advierte que por la humedad penetrante se desplomó el muro de la casa de al lado, de propiedad de Remberto Pastrana. “Nosotros tenemos 20 años de vivir aquí y no tenemos adónde ir”, dice.
Su vecino Remberto Pastrana señala que el Distrito también lo mandó a mudar, pero no tiene dinero para pagar un arriendo.
“Si esta lluvia sigue, el barrio desaparecerá por completo”, sentenció.
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