Cartagena


Caño Juan Angola, a merced de la indolencia

En el Caño Juan Angola, Cartagena de Indias tiene uno de sus cuerpos de agua más con-taminados por los ciudadanos de todos los estratos sociales. Según el Establecimiento Público Ambiental de Cartagena (EPA), desde la Laguna de El Cabrero hasta el final de la pista del Aeropuerto Internacional Rafael Núñez, este caño ten-dría casi 5 kilómetros de largo, en cuyas márgenes se levantan los barrios El Cabrero, Marbe-lla, Torices, Canapote, Crespo, Crespito, 7 de Agosto, San Francisco y parte de La María. Todos esos asentamientos urbanos de una u otra forma han tenido influencia no sólo en el deterioro y saturación del cuerpo de agua, también de sus manglares, cuyo arrasamiento casi siempre se basa en pretextos inconsistentes sobre la conservación y visualización del pa-trimonio histórico, estrategias de seguridad y otros argumentos que no justifican con firmeza el daño ecológico. SOS del Caño Partiendo desde la Laguna de El Cabrero, las imágenes más persistentes que el caño se empeña en exponer como pidiendo auxilio, son las acumulaciones de basuras de todo tipo, apiladas de cualquier manera en las orillas y entre las raíces de los manglares, en donde aún pululan aves e iguanas, y peces diminutos entre sus raíces sumergidas. En las orillas también hay personas. No son los antiguos pescadores de los barrios sub-normales. Tampoco defensores del patrimonio natural en alerta contra los depredadores. Ca-da cual anda en lo suyo: rebuscan entre los basureros satélites algún cascarón de nevera eléc-trica para construir un cambuche en los humedales compactados a fuerza de basura y escom-bros. O hacen sus necesidades fisiológicas a la vista de quienes cruzan por los puentes peato-nales entre Crespito y 7 de Agosto, con Crespo. Mientras un indigente se baña con el agua contaminada del caño —pisando la orilla que corresponde a Canapote—, en la otra margen un recién llegado arroja hacia él líquido estan-cado en un casco de motociclista que ha sucumbido a los sudores humanos. Y el espectáculo es deprimente. Piedras que navegaban El Universal recorrió el Caño Juan Angola en compañía del ambientalista cartagenero Rafael Vergara Navarro. Vergara cuenta que en la época colonial los gobernantes de Cartagena construyeron el Caño de Juan Angola, partiendo desde la Laguna de El Cabrero, comunicando humedales hasta llegar a lo que hoy es la Zona Norte de Cartagena, más exactamente hacia el corregi-miento de Arroyo de Piedra. El nombre de esta población lo sugiere: de allá traían parte de las piedras usadas en la construcción del cordón amurallado y las edificaciones que hoy conforman el patrimonio ar-quitectónico de la capital de Bolívar. “Los españoles —explica Rafael Vergara— se dieron cuenta de que en invierno, la boca de la Ciénaga de La Virgen se abría, porque los arroyos que desembocaban en ella, más las aguas pluviales que le caían a su cuenca hidrográfica, la hacían aumentar de tamaño, botaba el ta-pón de arena, sus aguas entraban al mar y se daba el intercambio que hacía salobre las aguas de la ciénaga. Entonces, imaginaron que si unían a la Laguna de El Cabrero con la Ciénaga de La Virgen, tendrían una interconexión con el norte, sin tener que utilizar el mar abierto”. Para ese momento ya se habían percatado de que los territorios que estaban pisando te-nían gran parte de su composición bañada por mar abierto, caños, bahía y lagunas, de mane-ra que el transporte de las piedras cruzaba la Ciénaga de La Virgen, llegaba a la Laguna de El Cabrero y tomaba el Caño de San Anastasio, que hoy es la Avenida Venezuela. Finalizada la construcción del cordón amurallado, el caño siguió siendo utilizado como vía de comunicación hacia y fuente de alimentos marinos, ya que su condición de agua quieta era propicia para las épocas de desove de las variedades de peces locales. Estrangulan el caño Aparte de las basuras a lo largo del caño, también son comunes los espacios en que el mangle está recortado antitécnicamente, o simplemente no existe, dado que alguna empresa o persona particular decidió quitarlo para visibilizar una valla publicitaria o poner una venta informal. Esto también propicia la muerte de la fauna, debido a que las iguanas y serpientes de hu-medales no encuentran las ramas que comunican los arbustos y deben lanzarse al suelo para proseguir su recorrido por el ecosistema, y es ahí cuando aparece el mayor depredador de to-dos, el hombre, para matar las culebras alegando que son peligrosas. Muchos tramos de orilla están acondicionados con terraplenes o albarradas tapizadas con piedras de mar; o planicies burdamente talladas con cemento, en donde sillas, mesas y pues-tos de comida ocupan lo que antes eran las raíces aéreas, o pie de los manglares. Son rellenos agresivos. Entre los barrios 7 de Agosto y Crespo, el caño gira por el borde de la pista del Aero-puerto Rafael Núñez, pero el cauce parece irse estrechando hacia la Ciénaga de La Virgen. Vergara Navarro anota que hace algunos años el caño atravesaba la pista aérea por tuberías enormes, para encontrarse con el sector norte de la ciénaga, pero en la época de los atentados terroristas, las autoridades cartageneras lo taponaron para crear lo que ahora es el caño para-lelo, que finaliza en parte de los predios del barrio La María, en donde además se inicia la Vía Perimetral, que comunica a San Francisco con la Avenida Pedro Romero. La navegación se hace difícil no sólo por la sedimentación del caño, sino también de la misma ciénaga. Es patética la imagen de una bandada de garzas caminando en un agua que fue profunda. Antes de entrar al caño paralelo a la pista, el piloto de la lancha había advertido sobre la posibilidad de un ataque de pandilleros provenientes de la parte más miserable del barrio San Francisco, pero lo que se percibe durante el trayecto corto son dos o tres jóvenes consumien-do alucinógenos, sin que les perturbe el ruido del motor fuera de borda. Dan un saludo ruti-nario alzando un brazo. Mientras la lancha se dispone a dar la vuelta entre el barrizal y los pilotes oxidados de lo que días atrás fuera un puente, un grupo de niños de escasos 7 años de edad recoge entre el agua llana algunos desechos que depositan en una bolsa de plástico, como si se tratara de un tesoro. No valoramos Predicando en el desierto, Vergara Navarro dice tener “la boca rajada” de tanto protestar contra los planes urbanísticos que atentan contra los cuerpos de agua salobre y toda su natu-raleza, poniendo sobre el tapete la necesidad de conservarlos, a no ser que los cartageneros estén dispuestos a pagar un precio ambiental demasiado alto. Dice que ecosistemas como el Caño Juan Angola y demás de la ciudad regulan el clima, permiten la reunión de diversas especies de fauna, sirven para el control de las inundaciones. Por su parte, el mangle evita la erosión de las orillas. Agresión legalizada De acuerdo con sus investigaciones, el ambientalista relata que, entrado el siglo XX, las políticas urbanistas de Cartagena se centraron en copar los espacios, intención ésta que se fa-cilitó en 1935 con la promulgación de la ley que creó a la Empresa de Desarrollo Urbano de Bolívar (Edurbe S.A.). Muchas de las zonas residenciales cercanas a los cuerpos de agua fueron surgiendo a partir de la destrucción de la naturaleza y del relleno de lagunas y caños, bajo la consigna eufemísti-ca de “recuperar tierra”, pero sin ninguna planeación inteligente ni compasiva con los eco-sistemas. “Aquí comenzaron los problemas con el uso del suelo —expresa Vergara—, porque se su-plantaba lo que era el capital natural para convertirlo en capital inmobiliario, como cuando cerraron el Caño de San Anastasio para construir la Avenida Venezuela: enseguida empeza-ron a aparecer propietarios del suelo que era de la Nación, pero terminó en manos de parti-culares. Así creció La Matuna”. El significado equívoco de la palabra “recuperación” echó raíces en la consciencia de los cartageneros de todos los estratos, quienes aún la entienden como “rellenar”, para sustituir el patrimonio natural por moles de cemento o cambuches. “Tanto ricos como pobres ocupan los terrenos públicos y después consiguen la manera de legalizar la ocupación con todos los documentos pertinentes, sin que la autoridad se preocupe por averiguar cómo obtuvieron esas propiedades”, aclara Vergara Navarro. Más adelante dice que “si se miran los planos de otras épocas, encontraremos que era na-tural meterse en el agua para construir, pero enhorabuena apareció el Código de Recursos Naturales, que establece que en las orillas de los cuerpos de agua hay una franja mínima de 50 metros que pertenece a la Nación, porque son espacios de conservación de agua y biodi-versidad. Sin embargo, en Cartagena esa normativa se ha irrespetado repetida e impunemen-te”. El penar de las orillas Lo que comenta Rafael Vergara sobre el irrespeto a las orillas de los cuerpos de agua en Cartagena, se nota a medida que la lancha continúa su recorrido de regreso a la Laguna de El Cabrero. En predios del barrio Canapote está una estación de bombeo de aguas residuales, de Aguas de Cartagena, de la cual Vergara Navarro dice haber recibido quejas de la comunidad, porque en las madrugadas los operarios hacen descargas al caño y los olores son irrespirables y llegan a perturbar, incluso, a las familias de Crespo que viven casi a las orillas del mar. En Marbella, dos edificios de apartamentos familiares y una caballeriza se levantan a mu-cho menos de los 50 metros que exige la normatividad, lo mismo que una construcción en obra negra de lo que parece será un nuevo hotel para esa zona. Cruzando el Puente Benjamín Herrera, el caño se reduce mucho y su profundidad es mí-nima por cuenta del sedimento, que obliga a alzar el motor fuera de borda y a usar canaletes hasta encontrar el agua menos llana de la Laguna de El Cabrero, pero antes logramos ver un conjunto de viviendas de madera y zinc, casuchas miserables que no sólo violan el derecho de las orillas, sino que arrojan al Juan Angola el agua que desechan de sus baños y cocinas. Para que el Caño de Juan Angola tenga transporte acuático entre las comunidades de la Ciénaga de La Virgen, el Centro y zonas insulares de Cartagena, falta aún mucho trabajo, aplicación de las normas y conciencia del valor de los ecosistemas por donde se piensa mover a cientos de personas diariamente.

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