Cartagena


Cartagena, poco amable con las personas con diversidad funcional

ERICA OTERO BRITO

03 de diciembre de 2012 05:21 PM

"Cuando un conductor de bus no atiende mi señal de pare me siento discriminada", asegura  Gina Pérez, quien camina con muletas tras haber superado en su primer año de vida la enfermedad de la poliomelitis.
Esta docente universitaria en Linguística y Semiología explica que a los conductores de buses en Cartagena no les gusta transportar a las personas con discapacidad porque según ellos les hacen perder tiempo.
El transporte público es la segunda causa que limita la autonomía de esta población en Cartagena. "Si no tengo plata para taxi toca transportarme rodando en la silla porque los buses no están acondicionados para uno acceder a ellos y los taxistas se aprovechan. Le cobran a uno mil pesos más por llevar la silla de ruedas y lo peor es que preguntan: ¿hay que llevar la silla?", comenta el ingeniero de sistemas, Guillermo Villanueva, quien quedó paralítico a los 13 años, luego que una bala perdida perforó su columna vertebral.
Al escucharlo, Gina agrega: "Una amiga a la que un taxista le hizo esa pregunta le respondió: claro, no ve que usted deja las piernas en su casa cuando va a la calle".
Aunque entre finales del siglo 20 y lo que va del 21 se ha avanzado mucho en el reconocimiento social de las personas con discapacidad, las pocas oportunidades educativas y laborales siguen siendo unas limitantes fuertes para que estos ciudadanos alcancen sus metas.
En Cartagena, según el censo hecho por el Dane, en 2005, la población con diversidad funcional alcanzaba el 5,5% del total de residentes y según un dato aportado en este 2012 por la Organización Mundial de la Salud, la cifra asciende a un 10%.
A cambiar el discurso
Tristemente el perfil de las personas con discapacidad en Cartagena demuestra las pocas oportunidades a toda escala que enfrenta esta población. La mayoría tiene bajos niveles de estudios, son solteros, no tienen casa propia, viven con familiares y los que trabajan, la mayor parte lo hace de manera independiente en actividades que no alcanzan a ganar ni siquiera un salario mínimo.
Esas pocas oportunidades parten del estigma que se ha posado sobre las personas con alguna limitación física o sensorial, precisa Olga Montes de la unidad de atención distrital a este tipo de población. Por ello, dejar de llamarlos inválidos o discapacitados es un comienzo excelente para contribuir a un clima favorable para estas personas.  Además de ser un término peyorativo es asimilado, sin que esto sea lo que signifique, como si las personas no tuvieran ninguna capacidad, lo cual no corresponde a la realidad.
“El lenguaje crea imaginarios que logran interiorizarse colectivamente, muchos de ellos errados y que hacen daño, como en este caso. Por eso queremos cambiar el discurso. Una persona con diversidad funcional puede hacer las mismas cosas que cualquier otra persona, sólo que por su limitación física las hace de manera diferente”, manifiesta Gina Pérez.
El término diversidad se usa mucho en Colombia y en el mundo para referirse a las minorías étnicas y a la población LGTBI (lesbianas, gay, travestis y bisexuales), pero no para referirse a las personas con discapacidad.
“En la palabra diversidad se incluye todo tipo de diferencia, nuestra labor actual se encamina no a sensibilizar sino a promover una toma de consciencia de nuestra diferencia y hacerla visible en ese término de diversidad. Discapacidad no significa incapacidad ni mendicidad”, reafirma Gina Pérez.
Oportunidad y decisión
Guillermo Villanueva comenta, que a los 15 años, cuando recibió la noticia de que no volvería a caminar fue muy duro para él, quiso hasta morir, pero con el pasar de los días se dio cuenta que llorar no le devolvería la facultad de caminar. “Entonces debí decidir entre seguir adelante o ver pasar el mundo delante de mis ojos, y escogí continuar”, expresa.
Según Gina Pérez esa fuerza de voluntad y superación encuentra un anclaje en la familia. “Ese apoyo es el más importante de todos. Una diferencia física o sensorial puede ocasionar situaciones de señalamientos y burlas, sobre todo en la infancia porque los niños por su misma inocencia y falta de educación en esos temas pueden llegar a ser crueles en los comentarios”, expresa.
Para que los niños con diversidad funcional ganen autonomía es importante que los padres no los sobreprotejan y que les incentiven el aprovechamiento de sus capacidades.
Una mirada evolutiva
El estigma de incapacidad que aún persiste sobre las personas con diversidad funcional tiene un origen histórico. Por muchos años fue visto en un contexto religioso como un castigo divino o señal de brujería por la cual las personas con discapacidad podían recibir hasta la sentencia de muerte.
Luego, con la evolución de la ciencia, fue visto en un contexto médico que dio lugar a que las personas fueras aisladas y a mediados del siglo 20, gracias a los movimientos activistas, se le dio apertura a un modelo social en el que se aclaró que las mayores limitaciones de las personas con discapacidad las constituyen las barreras sociales.
Acogiendo como base el modelo social se evolucionó al modelo universal o actual que reconoce que la discapacidad es una característica inherente del ser humano ya que en cualquier momento, debido a un accidente o enfermedad, puede padecer una limitación.
Este reconocimiento ha permitido que los países creen leyes para proteger los derechos de esta población. En el caso de Colombia, las leyes 361 de 1997 y la 1145 de 2007 contemplan todas las garantías para estos ciudadanos, por eso el tema ya no es de normas sino de cambio de pensamiento y comportamiento cultural.

 

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