Cartagena


El amor de Yuri y Néstor, medicina para dejar la droga

ANÍBAL THERÁN TOM

03 de octubre de 2010 12:01 AM

La mirada huidiza que refleja el desespero que acompaña a Néstor Hernández Núñez, contrasta con la sensualidad envolvente que brota de los ojos negros de Yuri Andrea Prada. Ellos, dos jóvenes que por diferentes causas se convirtieron en habitantes de la calle, sostienen una relación senti-mental y ahora tratan de salir del mundo de las drogas y la delincuencia. Ambos han sentido el apoyo de los funcionarios de la Secretaría de Desarrollo y Participación Social de Cartagena y de la Corporación Mayaelo, que coordinan un trabajo encaminado a resocializar a los habitantes de la calle. Yuri y sus ojos vivaces A simple vista, Yuri Andrea Prada, morena delgada de 21 años, bien vestida, de pelo negro liso y brillante, parece una joven universitaria que lleva una vida normal. Yuri habla lentamente de su realidad, coordinando perfectamente sus ideas, usando el lenguaje de una persona ins-truida. No en vano terminó con honores el décimo grado de secundaria en su natal Ibagué. Con desparpajo dice que los pro-blemas familiares y la pobreza extrema la llevaron a salir de su casa, donde vivía con su madre y dos hermanos peque-ños. Deja ver la blancura de sus dientes cuando dice que demoró dos años vagando por las calles de su ciudad natal haciendo cualquier cosa para sobrevivir. Allí, en callejones oscuros y en los interiores de casas abandonadas, perdió la inocencia de niña buena, luego de pro-bar una droga que se conoce como patraciao, que no es más que residuos de base de cocaína y otros químicos, que la elevaba al punto de perder el miedo a cualquier cosa. En este momento de la conversación, la tristeza le nubla el rostro que cambia de expresión hasta perder su sonrisa cuando dice: “Yo caí en las manos de un grupo de ‘coletos’ que se dedicaba a robar a la gente. Con ellos aprendí la técnica del cosquilleo y así robaba carteras y cualquier cosa de valor como cadenas de oro, aretes y relojes, sin que la víctima se diera cuenta. Me ganaba la confianza de la gente, en su mayoría hombres mayores, usando mi cuerpo, mi sonrisa y les robaba su cartera. Casi nunca me prostituí, pero uno por la droga es capaz de cualquier cosa”. Según Yuri, cansada de la persecución de gente mala en Ibagué e incluso de las autoridades, decidió con un grupo de 15 amigos, todos drogadictos, abandonar la ciudad y buscar un nuevo norte en su vida. “A veces caminábamos, pero la mayoría del tiempo viajábamos en tractomulas, escondidos en medio de la carga y cuando nos descubrían, nos dejaban en plena carretera con insultos. Así llegamos a varias ciudades. Primero llegamos a Santa Marta, luego a Barranquilla, donde se quedaron mis compañeros de viaje. Hace tres semanas aterricé sola en Car-tagena, la ciudad que siempre quise conocer, no sólo por las murallas y la historia, sino por el reinado de belleza”. A Cartagena llegó desde Barranquilla en un camión que venía cargado de madera, cuyo conductor se condolió al ver-la en su estado de indefensión. Con los pocos recursos que tenía llegó una tarde de septiembre pasado al centro de la ciudad. De inmediato, fue abordada por un grupo de jóvenes de la calle, quienes le regalaron varias porciones de patraciao, que consumió de in-mediato para entrar en un mundo irreal, en el que dice perdió el deseo de vivir. Dando tumbos, por los efectos de la droga, caminó el Centro Histórico y reconoció la emblemática Torre del Reloj y las murallas. Esa noche, la primera en Cartagena, perdió la conciencia y despertó cuando el sol de las nueve de la maña-na le quemó el rostro. No pasaron 10 minutos de su nuevo día cuando volvió a drogarse y así pasó hasta que conoció a Néstor Hernández Núñez, otro habitante de la calle en proceso de resocialización, quien la invitó al hogar de paso de la Corporación Mayaelo. “Allá llegué y me dieron comida, me permitieron ducharme y hasta ropa limpia me regalaron. Con el permiso de los que dirigen el hogar pude dormir en una cama blanda y desde entonces, con su apoyo, he ido dejando la droga. Salgo todos los días a vender artesanías en el Centro y vuelvo al hogar. Espero darle un nuevo rumbo a mi vida”. “Mi mamá está muy feliz porque ha notado el cambio. Incluso me ofreció enviarme el pasaje para que me regresara, pero yo le digo que no, que me dé un tiempo. La verdad quiero cambiar”, dice la joven. Néstor, impulsivo Néstor Hernández Nuñez, de 27 años, de cuya vida se podría escribir una novela, dice que con intervalos ha pasado más de 8 años en la calle. “Salí de mi casa un día de enero del 2000 cansado de tantos problemas familiares y llegué a las calles de Cartagena, donde comencé a consumir drogas y a vivir sin Dios ni ley. Mis hermanos eran jóvenes como yo, quienes por conseguir plata para la droga hacíamos lo que sea, desde atracar a una persona, hasta meternos a robar un apartamento o carros”, advierte, mientras se mece en una silla plástica blanca. En la calle conoció a una mujer que le enseñó a fabricar artesanías y le dio dos hijos que ahora tienen 3 y 5 años de edad, y viven en Cartagena; pero la droga lo alejó de ellos y otra vez lo devolvió al mundo cruel y solitario de la indi-gencia. “Yo soy monteriano de pura cepa, nacido y criado en la calle principal del barrio La Granja, cerca del Comando de la Policía. Mi mamá falleció de un derrame cerebral cuando yo tenía 14 años y por eso abandoné todo y me vine para Car-tagena donde encontré refugió en la droga. Luego de un tiempo, emocionado con una paisa, me fui para Medellín, donde viví dos años. Después, volví a Cartagena y desde entonces no he vuelto a salir”. Quizá por los efectos de la droga, que aún consume, según él, en pocas cantidades, Néstor habla con impetuosidad y siempre está a la defensiva. “La vida en la calle es dura. Pero lo más duro es cuando me ha tocado pelear con los com-pañeros. Yo consumía patraciao, pero ya no lo hago. Ahora consumo boxer, marihuanita y ribotril de dos miligramos, que son unas pepas que le sirven a uno para que la droga no lo asuste ni le haga tanto efecto. He peleado mucho y por eso me han herido en varias partes. Tengo más de 50 puntos en todo el cuerpo, por los machetazos que he recibido en las peleas”. Néstor asegura que su deseo es salir de ese mundo y por eso trata de mantenerse alejado del vicio. En su corta estancia en esta ciudad estuvo detenido 17 veces en Asomenores y en varias oportunidades ha estado en los calabozos de varias estaciones de Policía, por posesión de droga. “Siempre he tenido el deseo de cambiar. Por eso he estado en procesos de rehabilitación del Hogar El Caracol, Niños de Papel, en el internado de Patrix y otros sitios. Sé que no he sido tan bueno, pero quiero cambiar”, señala. Empeñados en cambiar Yuri Prada y Néstor Hernández, novios desde hace unos 20 días, reciben ayuda de la Corporación Mayaelo y del Distrito. Néstor es uno de los 16 adultos habitantes de la calle que recibieron capital semilla para ambos adelantar negocios y poder ser autosuficientes. El amor se les cruzó en el camino y esperan que ese sentimiento que los mantiene idiotizados desde hace tres semanas, sea el motor de su verdadero cambio.

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