Cartagena


El médico de los desahuciados

La señora María Beleño conoció el máximo grado de la tristeza cuando los médicos le comunicaron, muy sutilmente, que Sandra Rodríguez, su hija, viviría el resto de sus días co-mo un vegetal. Meses atrás, Sandra había sufrido un derrame cerebral que la mantuvo más de 40 días en la Unidad de Cuidados Intensivos de una clínica de esta ciudad. Posteriormente, la bajaron a una habitación del mismo establecimiento, pero advirtién-dole a la familia que pronto le darían hospitalización domiciliaria y que pasaría el resto de su existencia confinada a una cama. Algo parecido le sucedió a Raomir Arellano Quintana, un lugareño del municipio de Turbaco, quien en incontables ocasiones debió ser incapacitado en la empresa donde labora-ba para someterse a continuos exámenes médicos que le detectaron un tumor canceroso en el cerebro, el cual debía operarse de inmediato para que no siguiera creciendo. Se sometió a tres operaciones y hasta le recomendaron una cuarta, pero se negó, a pesar de que su apariencia física no era la mejor: apenas balbuceaba algunas palabras, dejó de caminar y tenía el rostro torcido por una parálisis facial. No sufrió menos Hortensia Cañate, una habitante del barrio Manga, quien padecía con-tinuos ataques de reflujos gástricos, dolores de cabeza y una masa tumoral en su cuerpo. Los tres pacientes tienen en común el haber superado ostensiblemente sus problemas de salud y alcanzado una mayor calidad de vida, después de haber visitado el consultorio de Teofilo Tipón Juliao, un homeópata cartagenero, residente en el barrio Paseo Bolívar. “No es alternativa, es complemento” En los 20 años que lleva practicando la medicina homeopática, después de haber egresado de la “Asociación Médica Homeopática Colombiana”, en la ciudad de Cali, Tipón Juliao di-ce que sin proponérselo ha terminado por convertirse en el médico de los desahauciados. A su consultorio del Edificio Tequendama, en el Paseo Bolívar, han llegado los casos que otros médicos y especialistas han calificado de incurables o cuya única posibilidad de calidad de vida es mantenerlos bajo tratamiento eterno. “Aquí llega la gente que ha recorrido la seca y la meca con su enfermedad”, dice Tipón, quien, a la vez, asegura (al parecer, sin arrogancias) que de Venezuela, España, Estados Uni-dos, Alemania, Perú, Ecuador, Panamá y Aruba, entre otros países, vienen pacientes cargan-do los más diversos males que poco a poco se van reduciendo con los tratamientos que se les aplican. Y la clave parece sencilla: Tipón, quien también practica la medicina bioenergética, receta unos pequeños frascos de plástico de los que sus pacientes extraen unas cinco o seis gotas en periodos que dependen de la enfermedad y del estado de quien la padece. Lo demás corre por cuenta de la disciplina y de la paciencia del afectado. “La medicina tradicional —comenta— sigue siendo muy importante, pero qué bueno se-ría que quienes la practican también estudien homeopatía, la mal llamada medicina alternati-va, porque en realidad es complementaria. Si eso se hiciera, los médicos conseguiríamos unos resultados extraordinarios”. Explica que el objetivo de la medicina homeopática es curar de adentro hacia fuera y no el de detenerse en el alivio del síntoma, “porque es desde ahí cuando algunas enfermedades son declaradas incurables, sin que lo sean del todo. A mí me han llegado casos de mujeres que llevan hasta 20 años sufriendo de migraña, y para ello toman medicinas que les alivian el do-lor de cabeza, pero resulta que la raíz del mal no lo tenían en la cabeza sino en el útero”. “Otras veces —continúa— se me presentan pacientes que se volvieron asmáticos después de haber experimentado un fuerte disgusto, pero siempre los trataron con corticoides. Para estos casos, la homeopatía también tiene sus tratamientos en el campo psicosomático”. “A veces nos toca duro” Sin embargo, Tipón Juliao aclara que en el proceso curativo de la homeopatía no todo es color de rosas, pues la mayoría de las veces debe enfrentarse a la incredulidad de aquel pa-ciente que lleva 25 años padeciendo cualquier afección, pero pretende curarse con la primera receta. “Aquí es donde uno tiene que adoctrinar al paciente acostumbrado a suministrarse la me-dicina química y a sentir el alivio inmediato. Si el homeópata no lo adoctrina, puede correr el riesgo de que lo vea como a un charlatán. Pero lo peor no es eso, sino que el paciente puede abandonar el tratamiento y dejar que la enfermedad lo acabe, que es lo que no queremos. En el fondo nos importa más la cura del enfermo que la parte económica”, asegura. A grandes rasgos, puntualiza en que la medicina homeopática no tiene nada del otro mundo, dado que lo único que ella busca es que el cuerpo del paciente active sus propios métodos de cura. “Es decir, cuando uno aplica una receta, en realidad está estimulando al médico que cada ser humano tiene por dentro. Por eso, todo medicamento homeopático es en verdad una sustancia parecida a los componentes de la enfermedad, para que ésta se combata a sí mis-ma”, enfatiza, sin dejar de reconocer que “en esto, como en otros tipos de medicina, el que cura es Dios. Uno es apenas un instrumento de él”. “No hay que desahuciar” Para Tipón Juliao no están descartadas las intervenciones quirúrgicas cuando son estric-tamente necesarias, aunque otro de los objetivos que persigue la homeopatía es tener al qui-rófano como la opción más remota del proceso curativo. “La homeopatía tampoco riñe con los tratamientos de la medicina tradicional. Por eso nunca me atrevo a decirle a un paciente que suspenda el tratamiento que le recomendaron en su EPS”, anota, y opina que no es muy prudente ni ético el que un médico asegure que va a curar a un paciente o que a éste le queda cierto tiempo de vida. “Esas cosas sólo las sabe Dios —afirma—. Cuando me traen un paciente deshauciado, nunca le digo que lo voy a curar, ni que no tiene cura. Sólo le pido que se deje tratar para ver qué quiere Dios con él”.

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