Más que las calles que faltan por recibir pavimento, más que los servicios públicos y la falta de un buen puesto de salud, más que la deserción escolar, más que la apatía cívica de su propia gente, lo que preocupa grandemente a los moradores del barrio Lo Amador son los constantes enfrentamientos entre pandillas. La segunda preocupación tiene que ver con las zonas de alto riesgo, tomando en cuenta que las viviendas edificadas en las faldas del Cerro de La Popa vienen sufriendo los rigores del invierno desde hace unos diez años. Pero no sería justo colgarle la culpa únicamente al invierno, pues junto a él también actúan la tala indis-criminada de la vegetación y los cortes desordenados de montículos de tierra para construir viviendas en cual-quier lugar y sin medir las consecuencias. Hace siete años, durante una de las últimas olas invernales que ha sufrido Cartagena, en el barrio Lo Ama-dor hubo varios deslizamientos de tierra que obligaron a la evacuación de las familias que se hallaban en inmi-nente peligro. Por esa misma época, un tubo de conducción de agua potable hizo explosión y derrumbó tres viviendas, a la vez que provocó otro deslizamiento que dejó a varias casas sin el suministro del precioso líquido y sin al-cantarillado. “Mientras tanto, tenemos que tomar el agua de una pluma cercana, porque desde que ocurrió el percance nos están prometiendo el restablecimiento de esos servicios, pero hasta ahora se ha quedado en eso, en prome-sas”, dicen los afectados de la Calle San Fernando, en donde se presentó el derrumbe. Jóvenes, la pregunta del millón El barrio Lo Amador está dividido en dos: los sectores que se levantan a los pies de La Popa y los de las fal-das. Estos últimos, que pertenecen a los estratos más bajos, están identificados por los nombres de las calles: Las Flores, San Fernando y Lomas del Rosario. Y es en estas en donde asechan los derrumbes, la desocupación juvenil, la conformación de pandillas y los enfrentamientos. Gina Carvajalino, la presidenta de las Junta de Acción Comunal, dice ser una de las más preocupadas por la situación de los jóvenes de su barrio. Y su preocupación viene desde hace unos diez años cuando, durante los fines de semana, empezaron las guerras entre las pandillas de Lo Amador con las de Nariño y El Toril, los barrios circunvecinos. No se sabe cuáles son las motivaciones de las reyertas, pero las mismas llevan un significativo saldo de heri-dos y de daños en bienes ajenos, lo cual se constituye en una de las principales quejas de los moradores, quie-nes no se cansan de pedir más presencia policial, sobre todo los fines de semana y alrededor de los sitios en donde se expende licor y música a todo volumen. Intentos fallidos De acuerdo con los miembros de la JAC, hace tres años se hicieron dos intentos de resocialización de jóve-nes pandilleros, teniendo como apoyo a Distriseguridad y a la Secretaría del Interior del Distrito, pero dichos proyectos nunca prosperaron. “En ambos procesos sucedió lo mismo cuentan: vinieron los funcionarios del Distrito, nos reunimos con ellos y con los jóvenes, les prometieron capacitación y trabajo, los jóvenes iban todos los días a esos despa-chos en busca de la ayuda prometida y terminaron aburriéndose, porque nunca les cumplieron. Ahora es bien difícil sacarlos de ese mundo, porque ya tienen una mala imagen del Gobierno y de la JAC”. Como consecuencia, la estampa más común de los sectores pobres de Lo Amador son los jóvenes conver-sando en las esquinas o practicando algún juego de mesa, en horas en que deberían estar estudiando o labo-rando. “Algunos viven del rebusque, porque ya tienen hijos, pero la mayoría se encuentra el día sin saber qué hacer ni para dónde coger. Por eso, su mayor entretención es pelearse con los pelaos de los otros barrios desde que llega el viernes”, dicen los vecinos. Educación Para Antonia Pombo Martínez, de la JAC, variables como el poco ingreso familiar, el aumento del de-sempleo y la crisis económica, son las causas que provocan mayor deserción escolar. Dice que algunos padres no mandan a sus hijos a las escuelas, porque no tienen cómo cubrir los gastos de educación. “Hay muchos niños y jóvenes que se la pasan vagabundeando. La crisis está apretando a los hogares pobres, y si no hay para comer mucho menos para estudiar”, expresa con preocupación. También denuncia que el ingreso a los colegios públicos no es gratuito, como lo anuncian los gobernantes, dejando entrever que algunos rectores cobran dinero para el sostenimiento del sistema escolar. “Es necesario estimular la permanencia de los niños en las escuelas para educarlos y alejarlos de riesgos so-ciales que sobre ellos se ciñen, o que tomen rumbos equivocados desde temprana edad”, manifestó. Agregó que el barrio también requiere los servicios de una institución educativa que brinde formación a personas adultas, debido a que hay muchos que no saben leer ni escribir. Por último, hizo un llamado a entidades como la Secretaría de Educación Distrital y el Sena, para que es-tructuren una oferta de programas para capacitar a personas en distintas áreas del conocimiento, con miras a acércalos al mercado laboral. Salud Los vecinos piden a las autoridades distritales la instalación de un puesto de salud que permita atender sus emergencias. Dicen sentirse preocupados, porque a veces los puestos de salud de los barrios aledaños se encuentran lle-nos; o no son suficientes para atender sus necesidades. “Hacemos un llamado a las autoridades para que piensen en los más necesitados, pues en algunas ocasiones nos toca caminar trayectos largos a altas horas de la noche para comprar medicamentos y ser atendidos”, ase-guran. La comunidad también solicita que se realicen programas de promoción de la salud y de prevención de en-fermedades. Doña “Hono”, eternamente abuela Doña Honorina Cogollo Tovar es la abuela consentida de Lo Amador. Tiene 93 años de estar viviendo en este sector de Cartagena y desde ese tiempo lo ha visto evolucionar. Doña “Hono”, como le dicen, es muy querida en este barrio, entre otras cosas porque a pesar de que nunca ha estado como líder comunal siempre le ha gustado ayudar a los demás. “La gente aquí sabe que siempre he estado dispuesta a ayudarlos hasta donde me sea posible”, dice mientras se acomoda en su silla. Su capacidad de liderazgo le sirvió para que la alcaldesa de Cartagena, Judith Pinedo, le hiciera una visita y le celebrara su cumpleaños número 93. “A mí siempre me ha gustado bailar mucho. Lástima que tengo un problema en la cadera y ya no puedo moverme como antes. Pero aquí, yo siempre me disfruto mis fiestas”, dijo. Además, doña “Hono” será para el barrio eternamente la abuela, porque siempre está rodeada de sus 20 nietos, 15 bisnietos y 7 tataranietos. “A todos los he ayudado hasta donde puedo. Sus papás los ayudan, pero a mí siempre me toca darles una que otra que cosita”. Quienes conocen a Honorina saben que siempre será una persona digna de admirar, pues la “abuela” de Lo Amador siempre ha procurado tener un barrio en buenas condiciones. “El barrio ha cambiado mucho desde que yo nací. Pero sé que algún día se me cumplirá el sueño de verlo como uno de los mejores de Cartagena”, concluye.
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