Dos meses después de ocurrido el atentado a las Torres Gemelas, un matrimonio de indígenas de la etnia embera katío, asentada en una reserva del municipio de Tierralta (Córdoba), se presentó a la registraduría de esa población con la intención de registrar a un bebé de escaso tres meses de nacido. Después de ejecutado el papeleo respectivo, la funcionaria a quien le tocó el caso preguntó a los padres por el nombre con que pensaban llamar al niño.
Osama Bin Laden, respondió automáticamente el padre.
¿Cómo?preguntó la funcionara con un gesto facial entre asombrado y risueño.
Osama Bin Laden, repitió el padre con la misma seguridad de la primera vez.
De ahí en adelante surgió un intercambio de palabras mediante el cual los padres del niño se reafirmaban en su deseo contumaz, mientras la funcionaria intentaba convencerlos de lo contrario, hasta que el registrador (un hombre entrado en años) salió de su oficina espoleado, no tanto por lo prolongado del alegato, sino para confirmar si había escuchado bien el nombre con que querían registrar al pequeño embera-katío.
Perdón dijo el registrador, ¿cómo es que quieren ponerle al niño?
Osama Bin Laden, tronó nuevamente el papá.
Después de quedar varios segundos en silencio, el registrador se dirigió suavemente hacia la pareja de indígenas:
Miren les dijo, ustedes no pueden ponerle ese nombre al niño, porque es el nombre de un señor muy malo, a quien la policía mundial anda buscando, porque mató a mucha gente en Estados Unidos. Se pueden meter en problemas. ¿Por qué quieren poner ese nombre? ¿Acaso no hay más?
Es que lo vimos en la televisión y nos pareció bonito.
Pero es un peligro para el niño.
La discusión terminó cuando el padre, no sin antes mirar con un dejo de desprecio al registrador, cargó al bebé y se lo puso en los brazos diciendo:
Entonces, ponga nombre usted.
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