Desde muy pequeña, en su natal Bocachica, Enith Castro, una morena de sonrisa eterna y cuerpo grande como su cara sus ojos, emprendió una batalla contra el hambre suya y la ajena, que aún libra día a día. En su memoria permanecen intactos los recuerdos de una época difícil que vivió hace casi 50 años, cuando los peces escasearon en el mar y el verano fue tan intenso que se perdieron los cultivos de pancoger de la isla, por lo que el hambre, como un fantasma, apareció en todas las casas de Bocachica. Recuerda que en su casa hacían una sola comida en la que no faltaba el arroz y cualquier pescadito que todos devoraban con avidez; pero ella compartía su plato con dos primos más pequeños que daban alaridos cuando tenían el estómago vacío. Desde ese día, sin quererlo, Entih comenzó una lucha contra el hambre, que es quizá la única realidad que afrontan las personas pobres como ella. A sus 57 años, Enith Castro vive de su trabajo como cocinera. Todos los días prepara un sancocho suculento, ensalada, arroz, granos, carne, pollo o pescado, en la terraza de la casa de una tía en el barrio San Francisco, en Cartagena de Indias, donde funciona el Restaurante “Aquí sí hay”. Allí sus vecinos y cualquier cartagenero puede saciar su hambre con $500 en adelante. Enith está vinculada al programa social “Olla Comunitaria”, del Gobierno Distrital, que incluye a otras 300 cocineras de barrio en distintas partes de la ciudad. Ellas ayudan a mantener el equilibrio nutricional de los más pobres de Cartagena. El día de Enith A las 5 de la mañana de todos los días se levanta Enith Castro y lo primero que hace antes de tomarse el tinto cerrero, es medirse el nivel de azúcar en la sangre con un glucómetro. Después le prepara el desayuno a su marido Carmelo Corpas, vendedor de licores que trabaja hace 20 años en las playas de Bocagrande. Él siempre ríe y se queda un rato abrazándola y jurándole amor eterno. Antes de 7 de la mañana, Enith parte al corazón del Mercado de Bazurto a comprar la carne y demás elementos para preparar las exquisiteces que devoran sus clientes, en su mayoría niños, ancianos y madres gestantes. A las 11 de la mañana en el Restaurante “Aquí sí hay”, Enith mueve con una cuchara grande la sopa espesa, de color gris, en la que se cocinan pedazos de hueso blanco y hueso negro, carnudo, de res. Revisa cuidadosamente la cocción, y echa varios pedazos de yuca, ñame, papa y un puñado de verduras picadas. Luego tapa la olla. De inmediato destapa otro caldero en el que cocina medio centenar de alas de pollo, lo menea con otra cuchara de palo y lo vuelve a tapar. Así continúa su recorrido ahora por el caldero donde se guisan trocitos de carne y otro donde reposa la lenteja. “En diez minutos está el sancocho, lo demás ya se cocinó”, dice Enith a Leyla, una de las mujeres que le ayuda a preparar los alimentos. Enith supervisa todo lo que cocina. Lo prueba con una cucharita pequeña y si hace falta sabor, machuca un ajo con un poquito de sal, que según ella es la receta que da la sazón. LOS ACOMODA A TODOS Enith por su problema de azúcar no come harinas, pero es feliz mordiendo un hueso blanco que le da lidia varios minutos, mientras degusta la sopa. En la sopa y demás alimentos Enith invierte $82.000. Saca bien sus cuentas y advierte que en las 40 albóndigas de carne, 15 contramuslos de pollo, 13 presas de carne en bistec y los 44 huesos carnudos de res, puede recaudar $100.000. En esas está cuando un muchacho de 13 años llega con $1.000 a comprar una sopa para él y su hermano. Se las sirve con tres huesos, un poquito de arroz y dos albóndigas. Los jovencitos, cuya madre falleció hace dos meses, comen con ansias y al poco tiempo parten raudos hacia el Colegio Corazón de María. Su padre, en una moto, llega minutos después y le paga haciendo cara de buena persona, dejando ver una sonrisa sincera. La mujer le recibe un desgastado billete de mil pesos, mientras atiende a otra morena de cuerpo esbelto que trae una olla grande y un billete de dos mil pesos en la otra mano. Así van llegando uno a uno los comensales del barrio y Enith Castro los atiende con las mismas ganas: “Aquí hay para todos”, dice la mujer que guarda la esperanza de que la Administración Distrital le entregue una estufa mejor y demás elementos para seguir brindando seguridad alimentaria a sus semejantes. “Todo el que llega a ‘Aquí sí hay’, come. La plata ni importa, lo bueno es que nadie quede con hambre”, puntualiza esta dama de buen corazón.
Cartagena
Enith Castro le gana la batalla al hambre
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