Las 65 internas que purgan sus penas en la
cárcel de San Diego no pierden el tiempo: preparan pudines, siembran árboles y plantas medicinales, elaboran
muñecas, sandalias, pulseras, bolsos y mochilas.
Mientras unas trabajan la cuerina para hacer sandalias, otras tejen mochilas y algunas asisten a las capacitaciones que les dictan las
Damas Rosadas sobre repostería. La actividad es una constante.
Al fondo del penal, en unas viejas jardineras hay sembrados árboles de ceiba, ají, tomate, sábila y otras plantas medicinales, las que cuidan con esmero varias internas con la asesoría de
Nilda Meléndez, directora del penal.
El ambiente de camaradería reina al interior de la cárcel de mujeres, que por muchos años ha funcionado en el corazón de San Diego y que pese a ordenes judiciales para que entreguen el predio allí se mantiene.
Capacitación, la clave
Nilda Meléndez, directora de la cárcel de San Diego, señala que desde los inicios de esta administración se ha hecho un trabajo de capacitación con las internas, casi que permanente, aun cuando hay una renovación constante, en lo que es la parte ecológica, el reciclaje, y al mismo tiempo se ha adecuado un pequeño sector para sembrar árboles de ceiba y otras especies que serán donados para ayudar a salvar el cerro de la Popa.
“La idea es que por lo menos 100 ceibas que mantenemos en el penal, sean usadas para reforestar la Popa”, dice la mujer.
Añade que se han hecho varios sembrados. “Primero sembramos hortalizas que vendíamos a los restaurantes de la zona, luego comenzamos a sembrar plantas medicinales y ají. Así mismo, hemos hecho énfasis en los frutales y el año pasado regalamos unos 300 frutales para diversos barrios de Cartagena”, advierte Nilda Meléndez.
La funcionaria recalcó que las internas, además, se capacitan en pastelería con las Damas Rosadas, que es un voluntariado que está muy pendiente de la cárcel. “Las internas se capacitan permanentemente en tejido, arte country. Hay un grupo de expertas que trabajan sandalias y zapatos. También hacen artesanías con totumo. Construyen muñecas finas, aretes, pulseras, bolsos y otro tipo de artesanías que se le vende a algunos comercializadores que lo envían al exterior”, dijo Nilda Meléndez.
Reiteró que es una gran satisfacción para los directivos del penal que muchas mujeres, después de cumplir su condena, siguen haciendo artesanías y de eso viven. “Esto hace parte del proceso de resocialización constante en este penal”.
“Ya no hay reinas, hay líderes”
Uno de los aspectos que ha mejorado esta administración tiene que ver con el ambiente de tranquilidad que se vive en la cárcel de San Diego.
“Este es un lugar tranquilo. Hemos creado un modelo de cárcel compartido donde las decisiones se toman en conjunto. Entre todos decidimos qué vamos a hacer. Hemos logrado cambiar las reinas por líderes. La idea principal es que no pierdan la idea de que son mujeres, que deben estar bien presentadas y que deben ser delicadas. Cuando una interna llega, hace un mes de duelo, que es lo más normal por habituarse al encierro, pero es rodeada por las demás. Colocamos una interna que le haga un seguimiento y la acompañe en el proceso de adaptación, lo que hace que su permanencia sea más llevadera”, dice Nilda Meléndez.
En la cárcel de San Diego también hay programas que vinculan a los hijos de las reclusas, algo que las mantiene aterrizadas a su realidad.
Buena convivencia
“Desde que estoy aquí nunca he visto una pelea, ni agresiones entre las internas. La verdad, la convivencia es buena y eso hace que nos sintamos como familia”, advierte Martha Punai, una guatemalteca que cumple una condena de cinco años por tráfico de estupefacientes.
“A mi la vida me cambió de un golpe. Por tratar de ganar unos dólares, perdí mi libertad y la posibilidad de ver a mi hijo, que está al cuidado de mi madre en Guatemala”, dice Martha Punai.
Ella señala que en la cárcel aprendió su oficio de artesana y con lo que gana puede mantener sus gastos, que son mínimos. “La verdad el encierro no es fácil de llevar, pero si siente uno el aprecio de los demás, es mejor”, dijo.
Otra de las que ha aprendido a elaborar artesanías en los cursos que se dictan en la cárcel es Juana Belarde, una mexicana que también ingresó al penal porque le hallaron en el aeropuerto un doble fondo a su maleta donde habían dos kilos de heroína liquida.
“Esto no es fácil, pero la convivencia en la cárcel de San Diego es muy buena. Es más, yo como extranjera prefiero pagar mi condena aquí, pues en las cárceles de México la que manda es la violencia”, señala Juana Belarde, quien llegó a Cartagena como turista y cayó como mula.
“Yo vine con un amigo y estuve de paseo por esta hermosa ciudad por 11 días y el día que partíamos, un conocido de él, le entregó unas artesanías para que la lleváramos a Ciudad de México. Todo iba bien, hasta que un perro de la Policía descubrió que había droga. El final de la historia es que yo estoy aquí y mi amigo en la cárcel de Ternera, purgando los dos una condena por tráfico de estupefacientes”.
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