Cartagena


Los Pérez aún lloran a “El Chaqui Chaqui”

Carlos Pérez Ardila tiene claro que a estas alturas nada ni nadie le devolverá la vida a “El Chaqui Chaqui”, pero lo que sí le parece justo es que le paguen una indemnización con la cual hacerse a otra bestia para seguir trabajando. “Chaqui Chaqui” es el nombre de un mulo de tres años de edad que Carlos le compró a un cuñado por 250 mil pesos, y lo bautizó con ese nombre tal vez para no olvidarse de la enfermedad que estaba matando al animal cuando lo adquirió. Residente en la Calle Las Américas, del barrio Antonio José de Sucre, Pérez Ardila es, desde el año 2000, un discapacitado visual, quien por culpa de un glaucoma, todo lo ve borroso, por lo que siempre necesita de la ayuda de sus hijos o nietos para trasladarse, aún dentro de su propia casa. Antes de que el glaucoma apareciera, Carlos ganaba dinero como albañil, pero en cuanto su capacidad visual se fue deteriorando también se hicieron poco frecuentes las salidas en busca de ocupación, hasta que la limitación fue tanta que decidió confinarse hasta nueva orden. En 2006, y durante ese proceso, fue cuando se enteró de que un cuñado estaba vendiendo el mulo que durante mucho tiempo le había ayudado en su oficio de reciclador. Carlos se ofreció como seguro comprador, aunque el pariente le advirtió que la bestia sufría una enfermedad en las orejas, que lo más probable era que terminara por matarlo. “Véndemelo así. Yo lo curo”, sugirió Carlos. A la semana siguiente comentó entre sus vecinos que el mulo sufría de “chaqui chaqui”, especie de hongo que le estaba corroyendo las orejas y que terminaría por introducirse en su cerebro, a través de los orificios auditivos. Uno de los escuchas le sugirió que podía curarlo con ácido de baterías para carros, pero con la poca vista que tenía en esos momentos Carlos presenciaba los berrinches del mulo cuando sentía los candelazos del líquido sobre sus orejas en carne viva. Al tercer día de tratamiento, y viendo que el mulo era mucho más lo que sufría que lo que se aliviaba, decidió regresarlo a su casa, en donde otro vecino, dueño de dos tractores, le comentó que podría curarlo con el aceite quemado que se utiliza en la maquinaria pesada. El mismo Carlos aplicó el tratamiento, y el mulo se curó en cuestión de pocas semanas. “Se veía tan saludable y tan alegre que ya jugaba con mis nietos y los hijos de los vecinos”, recuerda Pérez Ardila, quien a los pocos días mandó a construir una carreta de madera con neumáticos de automóvil para instalársela al mulo, que desde ese momento comenzó a ser llamado “El Chaqui chaqui”. EL MULO MILAGROSO La llegada del mulo suavizó un poco la situación económica de la familia. Una mañana de octubre de 2007, Carlos salió, como acostumbraba, a comprar el maíz para “El Chaqui Chaqui”, que había quedado amarrado en un árbol de tamarindo plantado desde siempre en la terraza de los Pérez Peroza. Transcurrieron unos 15 minutos cuando Carlos regresó con el alimento, pero el mulo no estaba en el sitio en donde lo había dejado. “Nadie en la casa se dio cuenta de en qué momento se soltó. Entonces salí con uno de mis hijos a buscarlo. A los 20 minutos vinieron a avisarnos que el mulo se había electrocutado en un poste del barrio 20 de Julio”, relata Carlos, quien de inmediato se trasladó al sitio de la tragedia. El tensor de un poste que, al parecer, estaba haciendo mal contacto con las redes eléctricas, hirió al mulo en el cuello, quitándole la vida instantáneamente. Eran las 9 de la mañana, pero los operarios de Electricaribe aparecieron a las 5 de la tarde, acosados telefónicamente por los vecinos que no querían esperar a que el tensor matara a uno de ellos. “Enseguida –dice Carlos– les preguntamos a los de la cuadrilla que cómo hacíamos para que Electricaribe nos respondiera por el mulo, y ellos nos dijeron que enviáramos una carta a las oficinas del Centro Comercial La Plazuela. De una vez nos dirigimos a la Inspección de Bellavista, y la secretaria nos hizo la carta”. “A las 10 de la noche, una volqueta, que no tenía emblemas de ninguna empresa o entidad pública, se llevó al mulo quién sabe hacia dónde. Al día siguiente mi hija llevó la carta a La Plazuela –donde hay una oficina de Electricaribe– y le dijeron que la respuesta la daban las directivas de Barranquilla y que eso demoraba como 15 días”. UN VAIVÉN Transcurrido ese tiempo, Nerlis Peroza, la hija de Carlos, volvió a La Plazuela y le dijeron que debía anexar fotos del animal electrocutado en el lugar de los hechos. Afortunadamente, un vecino fotógrafo había tomado impresiones del animal, las cuales fueron aportadas a las peticiones, pero después les comunicaron que debían esperar otros 15 días, porque el proceso se estaba dando en Barranquilla y era demasiado lento. “Pero a los 18 días –continúa Carlos– Electricaribe me mandó una carta en donde me decía que mi hija había renunciado a todos sus derechos. Ahí fue cuando busqué la ayuda de un amigo abogado, que no me iba a cobrar honorarios, pero se aburrió al poco tiempo, porque en la empresa no le daban la cara y le decían que debía ir a Barranquilla a arreglar ese problema. Cuando me dijo que no seguiría en el caso, le pedí que me devolviera toda la documentación que la habíamos dado, pero resulta que la botó con todo y fotos. Ahora, lo que tengo son unas copias”. Después de 24 días de acaecido el hecho, los funcionarios de Electricaribe le comunicaron a la hija de Carlos que debía aportar la certificación de un veterinario que determinara que efectivamente el mulo había muerto electrocutado. “Y yo no sé de dónde diablos querían que sacáramos esa certificación, si el mulo no sólo estaba muerto hacía de 24 días, sino que también se lo llevaron y no se sabe qué hicieron él”, manifiestan los Pérez Peroza. HABRÁ PRIORIDAD Voceros de Electricaribe aseguraron a El Universal haber dialogado con Nerlis Peraza, la hija de Carlos Pérez Ardila. Con ella constataron que los documentos aportados por la familia nunca llegaron a la sede principal de la empresa, en el sector Chambacú, por lo cual el caso será sometido a revisión, dándosele la prioridad debida.

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