‘Ceballos’, joven de 20 años, de mirada pérdida, camina descalzo de un lado a otro, desesperado, por un pedacito del sector Las Lomas del barrio San Francisco, donde sólo quedan las ruinas de las casas que comenzaron a desmoronarse por causa de las filtraciones de agua que debilitaron ese terreno en noviembre pasado.
Esconde detrás de unas gafas negras, las mismas que regalan en las salas de cine para ver películas en tercera dimensión, sus pupilas dilatadas, que denotan el efecto de la marihuana que acaba de fumar.
Da saltitos como boxeador amateur y abre los brazos como queriendo consentir a la brisa fresca que el mar les regala a los pobres de San Francisco. Ríe a diestra y siniestra por cualquier cosa. Sus amigos escrutan su ser y entre carcajadas advierten que está en el mundo de la cannabis sativa, donde todo se ve y se siente bien.
‘Ceballos’ no habla. Simula hacerlo mientras agita sus manos, como si quisiera saludar a un numeroso público desde una gran tarima. A veces baila, sin parar de reír, pero su felicidad se esfuma cuando ‘El Pérez’, joven famélico con voz de líder, lo baja de su nube con un grito cariñoso: “Deja el vacile”, y unas palmadas en la espalda. Sus compañeros de ‘parche’ se acomodan para jugar siglo, pero 'Ceballos' sigue en su viaje de alegría.
La realidad de ‘Ceballos’, como la de todo joven nacido en el sector Las Lomas, es otra. Todos cargan con el estigma de ser de ‘Los Tronquitos’, una pandilla, una familia, que vive ‘presa’ en su propio barrio por la guerra que libran con otra pandilla de la parte baja de San Francisco, que se hace llamar ‘Los Rincón Guapo’.
Ellos, unos 60 jóvenes, se reúnen en la planicie del sector Las Lomas, de San Francisco. Desde allí cuidan que a su territorio no llegue ningún extraño porque es considerado enemigo. Estos jóvenes invisibles para el resto de Cartagena, son respetados en su barrio y para todo el mundo es común que no hagan nada, salvo defenderse, fumar “vara” y algunas veces hacer fechorías. Admiten que huyen de sus enemigos y de la Policía que los persigue de día y de noche.
El inicio
El apodo de ‘Los Tronquitos’ surgió hace unos 30 años, cuando un grupo de entonces jóvenes, liderados por Pablo Padilla, un respetado comerciante de Bazurto, se alistaban a bailar con el pick up ‘El Gran Tony’, en Daniel Lemaitre.
Esa noche, recuerda Pablo, todos sus amigos estrenaban mochones de todos los colores que habían adquirido en el almacén Caribú, a pocas cuadras del mercado de Getsemaní, donde laboraban los ‘pelaos’ de San Francisco vendiendo pescado, frutas o haciendo mandados.
Debió pasar más de una hora para que apareciera Heriberto, el más chiquitico y mamador de gallo del grupo. Cuando llegó, para no dar espacio a reclamos, Heriberto dijo: “¡Aquí llegó el man tronco!, listo para bailar en la Supercasa”. De ahí, advierte, Pablo Padilla, nació el apodo de Tronquito porque él era chiquitico. De ahí en adelante nos han apodado ‘Los Tronquitos’.
“Pero ninguno de nosotros andaba peleando, ni robando. Nada. Por el contrario, lo que hacíamos era trabajar y salir a bailar. Aún seguimos trabajando en el Mercado de Bazurto, rebuscándonos la comida de nuestras familias y cargando ahora con el miedo, porque somos blanco para los enemigos de ‘Los Tronquitos’”.
Según Alfía Padilla, a quienes muchos conocen como la Piedad Córdoba de San Francisco, por su papel de mediadora en la guerra de pandillas que se libra en ese barrio, todos los problemas comenzaron en el 2005 cuando los de Rincón Guapo asesinaron a Néstor Adolfo Cantero Rocha, el 1 de enero de ese año.
Él era albañil y llevaba una bicicleta que un tipo apodado ‘El Gordi’ le intentó robar, y como no se dejó, le hizo la cacería y lo mataron a la una de la mañana del 1 de enero.
Según Alfía esta muerte sembró el odio y desde entonces cada vez que se encuentran los de La Loma con los de Rincón Guapo, se forman peleas que han dejado varios muertos. La cuestión, dice Alfía, ha llegado al punto de que las pandillas demarcaron el territorio y si cualquiera pisa tierra ajena, lo más seguro es que se forme la balacera o la tiradera de piedras. “Por eso todo el mundo anda con cuidado en este barrio”, dice.
Pero además, en San Francisco también hay otras pandillas que se meten para reforzar uno y otro bando. Ellos son Los Californianos y Los Alberquita.
“Aquí se vive pánico. No descansamos de las pandillas. De noviembre a esta parte Los Tronquitos han estado bastante calmados, pero el resto no. Se han adelantado varios procesos para buscar la paz con las pandillas y ‘los pelaos’, por lo menos ‘Los Tronquitos’ están de acuerdo, pero los otros no”, señala Alfía.
Lo cierto, dicen otros vecinos de San Francisco, es que cuando se forman las guerras, lo mejor es encerrarse en las casas y no salir, pase lo que pase.
Balas = muerte
El 4 de octubre de 2009 el cuerpo de Keiner David Altamar Cantero, uno de los líderes de Los Tronquitos conocido como ‘El Cangrejo’, quedó tendido en una calle, después de ser baleado por la Policía.
Ese día Yeiner Ramírez, reconocido pandillero de Los Tronquitos, conocido como ‘El Pérez’, decidió bajar la guardia porque supo que en cualquier momento podía encontrar la muerte.
El nacimiento de Isaac David, su primogénito, coincidió con la muerte de otro amigo de andanzas, ‘El Lapa’. Desde entonces ha estado quieto, pues entregó su arma, un revólver 38 cañón corto, en señal de cambio a la Policía en presencia de la alcaldesa Judith Pinedo, quien, según él, se comprometió en ayudarle.
Ahora solo frecuenta la loma y se reúne con sus amigos, de quienes dice, son ‘pelaos’ como él que no han tenido una oportunidad de salir adelante. La mayoría abandonó los estudios en el mismo momento que se enrolaron en Los Tronquitos.
“Después que tú entras a la pandilla, te conviertes en enemigo de la sociedad y de las demás bandas, como por ejemplo ‘Los Rincón Guapo’. Si sales del barrio expones tu vida. Por eso termina uno viviendo como preso en su propia cuadra”, recalca Yeiner, quien tiene 21 años de edad.
‘El Pérez’ confiesa que desde temprana edad comenzó a consumir alucinógenos como marihuana y cocaína, para escapar de la realidad que le toca vivir.
Dice que ingreso a la pandilla a los 10 años y se inició haciendo mandados a los duros.
Hasta que un día le dieron un arma (changón) y le disparó a uno de los enemigos. No lo mató, pero le chamuscó la cara y cuando cayó en el piso lo atacó a patadas, dejándolo medio inconsciente. A los pocos días, después de cumplir 13 años, le dieron la oportunidad de adquirir un revólver para que se defendiera y sobreviviera. Reconoce que durante los últimos 7 años cometió atracos para mantener el vicio de la marihuana y poder comer.
“Con esa arma me enfrenté a los enemigos en muchas ocasiones y esas actuaciones me dieron reconocimiento, lo que me ayudó a tener muchas mujeres. A ellas les gusta el man del ‘cartel’, que es aquel que siembra el miedo en la zona. Pero ya me cansé y no quiero vivir esta vida. Sólo pido una oportunidad. Fíjese, yo quiero cambiar, pero es tarde porque no puedo borrar mi pasado. La Alcaldesa por intermedio de Alfía nos prometió ayudarnos con una unidad productiva, para que los jóvenes en riesgo como nos llaman, pudiéramos trabajar. Espero que no se olviden que existimos porque si dejan pasar el tiempo, es posible que pueda morir porque los enemigos siguen vivos”.
‘El Pérez’ y sus amigos dicen estar dispuestos para cambiar. Desde hace unos meses se ganan la vida tumbando las casas ruinosas que abandonaron vecinos de San Francisco. Las tumban para sacar el hierro de las varillas y venderlo. “Pero no es nada fijo. A veces me provoca salir a robar para alimentar a mi hijo, pero ni eso puedo porque el fierro lo entregue tras de nada”, dice.
***
El diálogo se termina intempestivamente porque unos disparos alertan a ‘Los Tronquitos’ que salen a buscar sus armas para responder a los de ‘Rincón Guapo’, que se les quieren meter desde hace tres días a la loma. Todos corren en direcciones distintas.
‘El Pérez’ le pide a un amigo que me acompañe hasta la ‘Franja de Gaza’, la Carrera 20 de San Francisco, hasta donde pueden llegar Los Tronquitos.
“Mi vale vaya por la buena”, dice mientras enciende un pequeño cigarrillo de marihuana para envalentonarse y enfrentar mejor a sus enemigos de siempre.
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