Cartagena


Preso de Cárcel de Ternera se graduará como profesional de la UNAD

PAOLA PIANETA ARANGO

15 de junio de 2011 10:27 AM

Aunque Harold Lugo siempre quiso realizar una carrera universitaria, la idea se materializó cuando atravesada una de las experiencias más difíciles de su vida: una condena de 28 años en prisión.
Él será el primer recluso de la Cárcel de Ternera, en Cartagena, que se graduará en el Programa de Regencia en Farmacia de la Universidad Nacional Abierta y a Distancia (UNAD), en marzo del 2012.
Harold comenzó su formación en el segundo semestre de 2007, en un programa especial de la UNAD para capacitar a los presidiarios, que se desarrolla en diferentes centros penitenciarios del país.

Historia
El 9 de febrero de 2002 Harold fue detenido, sindicado del delito de homicidio agravado, como coautor.
Ese mismo día le había prestado una motocicleta de su propiedad a un amigo. Cuenta que del vehículo él aún no tenía los documentos de propiedad, pues apenas había firmado la promesa de compraventa.
Pero su “amigo” la utilizó para cometer un asesinato.
Al momento de su captura, Harold se encontraba en la casa de su amigo, recogiendo la motocicleta.
Al ser interrogado por los policías, Harold no pudo explicar qué hacía con las llaves de la moto que había sido utilizada para cometer un crimen, pues en los papeles de propiedad no esta-ba registrado como propietario.
La única persona que podía decir la verdad, que era el amigo que le había pedido prestada la moto, optó por quitarse la vida antes de enfrentar un proceso legal por lo que había hecho.
Así que Harold, quien se había desempeñado como Suboficial por más de 15 años en la Policía Nacional, y tenía año y medio de haber sido retirado de la institución, fue enviado a prisión con una pena de 28 años y nueve meses que debía purgar en la Cárcel de Ternera de Cartagena.

Oportunidad
En los primeros cinco meses de encierro, Harold sufrió de depresión y mantenía todo el día en la celda; sin embargo, asimiló la idea de que tenía que continuar su vida y luchar, ahora desde esas cuatro paredes, por su esposa y sus tres hijos que nunca dejaron de quererlo y apoyarlo.
Mildré Villar, su compañera, recuerda que en esa época tuvo que conseguir empleo como camarera en un hotel, pues las propiedades que poseía junto a su esposo, tuvo que venderlas para pagarle al abogado que llevaba la defensa en el caso.
Pero al parecer este abogado no estaba interesado en defender a su cliente, sino en ganarse la plata y aprovecharse de la situación.
“Si yo estoy preso es por el abogado. Yo quería decir la verdad, que la moto era mía y que apenas iba a pasar los papeles a mi nombre porque hacía poco tiempo la había comprado, para que me condenaran por complicidad, pero el abogado me dijo que no dijera eso, que mantuviera la versión de que la moto no era mía, por lo que el juez me acusó de homicidio”, recuerda Harold.
Más de 20 millones de pesos recibió en honorarios el abogado defensor, que poco o nada hizo por la situación de Harold, y por el contrario, dejó a su familia en una situación económica bastante difícil, según el relato de Harold Lugo.
“Gracias a Dios que la familia de mi esposa es muy buena y siempre nos ayudó”, dice.
Aún así, se las ingenió para poner una venta de tintos en la cárcel, a la que fue sumando jugos y otros productos alimenticios que le ayudaban a contribuir con el sustento de su familia.
Esta situación duró hasta el 2004, cuando prohibieron todo tipo de ventas en los centros pe-nitenciarios del Inpec.
En ese mismo año Harold hizo un curso de primeros auxilios en el que ocupó el segundo puesto, por lo que fue llevado al centro de sanidad de esta prisión para que ayudara a los médicos.
“Ahí empecé llevando las estadísticas de lo que se hacía, reunía los datos del paciente y le dejaba la historia clínica lista al médico para que él la terminara, y de tanto ver a los médicos fui aprendiendo a poner inyecciones y a canalizar, y un día que se presentó un recluso con el labio partido, y no había doctor disponible, me animé a hacer el procedimiento. Le cogí los puntos y el muchacho se fue bien y agradecido conmigo”, recuerda.
Además, Harold estudió durante dos semestres Mecánica Automotriz, que no pudo continuar por la imposibilidad de tener las piezas de carro para practicar. También hizo cursos con el Sena en materia de seguridad industrial, salud ocupacional y panadería y repostería.
En el 2005 fue creada una farmacia en la cárcel, pero la persona encargada de atenderla fue trasladada, por lo que pronto Harold se repartía el tiempo entre el archivo de la enfermería y el cuidado de la farmacia, en dónde fue aprendiendo el oficio de la regencia.
Para el primer semestre del 2006, llegó a Cartagena la modalidad de educación a distancia que ofrece la UNAD, y en el segundo semestre de 2007 esta oferta universitaria llegó a la cárcel como una verdadera oportunidad de resocialización y de cambio para quienes desean redireccionar su destino.
“Conmigo se inscribieron cuatro personas más: dos en Regencia de Farmacia, uno en Administración de Empresas, uno en Sicología y uno en Gestión de Transporte. Nos tocaba pagar 20.000 pesos por el semestre”, explica.
“Los tutores iban martes y jueves y nos dejaban el material de estudio y los libros, y en el área educativa de la cárcel nos daban los cuadernos y demás cosas que necesitáramos”.
Hoy, gracias al esfuerzo y la constancia, Harold se encuentra a un semestre de graduarse. Le falta hacer las pruebas Saber Pro y empezar un diplomado en Salud Pública, los únicos requisitos que lo separan de su título profesional en Regencia de Farmacia.
“La cárcel sí puede resocializar a alguien, pero todo está en la voluntad de la persona. Yo acon-sejo a mis compañeros, porque algunos entran y no saben ni escribir, y yo les digo que aprendan para que cuando salgan hayan aprendido por lo menos a escribir su nombre”.

Situación actual
Por los estudios adelantados y los 9 años y cuatro meses de prisión que ha pagado, Harold Lugo espera una revisión de su sentencia y una rebaja de pena, que lo dejarían libre en año y me-dio, según sus cuentas.
A sus 50 años sabe que la vida le está dando una nueva oportunidad, que tal vez no hubiese tenido en cuenta hace nueve años, cuando aún no estaba preso.
También sabe que al salir de prisión debe enfrentarse al mundo, con sus nuevos conocimientos, para ser el ejemplo por seguir del último de sus hijos, que tiene poco menos de 10 años.
“Le doy gracias a todas las personas que me ayudaron, tanto de la UNAD como en la Cárcel de Ternera”, concluye.
Se refiere a Fredy Barreto Luna, director del Programa de Regencia de la UNAD; Norma Cantillo, directora del Área Educativa de la Cárcel, y la médica Enith Rodríguez.

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