Colombia


Bojayá está sometida a un olvido tan duro como la masacre

COLPRENSA

02 de mayo de 2012 10:48 AM

En sus piernas, Flora Rosa Caicedo Blandón (Yeya, como la conocen en el nuevo Bellavista) lleva la marca que le dejó la tragedia: una cicatriz de más de 20 centímetros, en la que cabe la mitad de su dedo meñique, le recuerda a aquel 2 de mayo de 2002 cuando el techo de la Iglesia de Bojayá se puso negro, y desde el cielo cayó un cilindro con metralla y gases que mató a 78 personas.
Con esa acción el bloque José María Córdoba de las Farc  pretendía acabar con los paramilitares del bloque Élmer Cárdenas, apostados en aquel pueblo, ubicado a orillas del río Atrato. Pero la orden errada del comandante guerrillero, alias “Silver”, terminó con la vida de 48 menores de edad y 30 adultos que en ese momento se refugiaban en el templo por la balacera.
Con la tragedia de Bojayá llegaron el llanto, el luto, el miedo, el desplazamiento, las amenazas y tiempo después, las promesas y el olvido. En desbandada arribaron representantes de tres gobiernos y hasta organismos internacionales que, según los propios habitantes, “prometieron cielo y tierra, pero de eso nada ha llegado”. Agua potable, energía diaria y otras promesas hacen parte del paquete que siguen esperando.
Yeya lo ha vivido, como afirma, en carne propia. Lleva ocho años aguardando una cirugía reconstructiva en su pierna izquierda que le borre la inmensa cicatriz, pero no ha obtenido respuesta. “Nos prometieron vivienda digna. Es cierto que nos reubicaron pero cuando entregaron las casas a algunas les faltaban puertas, ventanas, no tenían servicios. Nos pasamos así porque la necesidad era mucha. Hoy por hoy algunas siguen así y otras se están tarjando”, dice.
La mujer se siente agradecida con su casa, pero dice que le faltan otras cosas para tener una mejor calidad de vida. “Puede que sí hayamos mejorado en cuanto a lo de la vivienda, pero sin agua y energía seguimos atrasados”.
A Domingo Valencia lo recuerdan y respetan en Bojayá porque fue uno de los pocos hombres valerosos que tres días después de la explosión, desafió a los guerrilleros y a los paramilitares que seguían disparándose de orilla a orilla entre Vigía del Fuerte y el viejo Bellavista o Bojayá.
El 5 de mayo de 2002 Domingo volvió y encontró la desolación y la muerte en su pueblo. Cuando ingresó a la iglesia solo tuvo el valor de decirle a uno de los que lo acompañaban que le sirviera un aguardiente, mientras se le estremecían las entrañas por el olor de los muertos descomponiéndose, un olor a azufre como él lo describe.
“Fue duro ver cómo el sol que entraba por el techo de la iglesia sin tejas había terminado de desbaratar los cuerpos. Tuvimos que espantar a los gallinazos que rondaban por el lugar y empezamos a sacar a esas personas en bolsas. La guerrilla nos decía que le hiciéramos rápido”, recuerda Domingo con su vozarrón y sentado en la estancia de su casa en el nuevo pueblo.
Domingo hizo luto por las familias de los muertos que quedaron en la iglesia. Todas se marcharon ante las amenazas de los nuevos ataques. Les cantó los cánticos y salmos, según las costumbres chocoanas, y los llevó a una tumba común. Por eso lo conocen como Domingo el cantante.
Hoy no entiende por qué  no se ha dado una reparación que les de una vida digna. Domingo afirma que “si nos prestarán mejor ayuda podríamos retornar a cultivar el campo. Nosotros somos del campo y en la ciudad no pegamos”.
Dice Domingo que es duro para él y la gente de Bojayá comprar dos cuartos de plátano por 9 mil pesos, cuando “nosotros lo cultivábamos y si sobraba se lo dábamos al vecino”. Ahora ni pueden hacerlo porque no tienen recursos para volver a sembrar, además, en muchas de las parcelas hay presencia de las Farc.
Una de las cosas que más indigna a Domingo y a Yeya es ver pasar temprano a los muchachos en dirección al río para bañarse y luego ir a estudiar. “Nos prometieron un acueducto. Pero ni eso tenemos, porque la ponen algunos días por dos o tres horas y no es muy potable. Nos hemos quedado semanas enteras sin agua dizque porque no hay plata para el combustible del motor que bombea el agua hasta las viviendas”, explica Yeya. Sumado a esto, la energía solo la reciben en las  noches, de 6 PM. a 11 PM.
“Que calidad de vida vamos a tener si a veces en el hospital han tenido que atender, incluso partos, a la luz de una vela. Acá hay que buscar en que entretenerse porque a uno lo mata el aburrimiento sin nada que hacer, sin televisión, sin computadores, sin energía”, sostiene Virginia, una estudiante de grado 10 de Bojayá.
La hermana María del Carmen Garzón, una de las misioneras que vivió todo el horror de Bojayá, dice que las víctimas necesitan una reparación integral. “A ellos les destruyeron todo su ser, su manera de vivir y abandonaron todo por físico miedo. Es hora de repararles todos eso daños y cumplirles con lo prometido”.
EL DÍA DE LA MASACRE
El 2 de mayo de 2002 guerrilleros de los frentes 5, 34 y 57 de las Farc se ubicaron en el sector Caño Lindo, al norte de Bojayá y desataron uno de los ataques más fuertes contra las Auc. La población civil había padecido desde el día anterior las vicisitudes de los enfrentamientos. Por esta razón buscaron refugio en la iglesia.
A las 10:30 de la mañana, los guerrilleros lanzaron un cilindro bomba (prohibido por el DIH) que cayó en una vivienda a 50 metros de la iglesia. Allí no hubo víctimas. Minutos después dispararon el segundo cilindro que cayó en el puesto de salud pero no estalló.
Los paramilitares seguían escondidos alrededor de la iglesia. A las 11:00 a.m. los guerrilleros dispararon el tercer cilindro que cayó en la iglesia cuando los allí refugiados tomaban el desayuno. Éste rompió el techo, impactó contra el altar detonando su carga y matando a 78 personas.

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