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Buscar tierra alta

Colombia ha soportado catástrofes arrasadoras, como la avalancha de Armero o el terremoto del eje cafetero, pero nunca había padecido un desastre tan implacable y prolongado como el invierno que nos azota.Muchos estarían de acuerdo con el presidente Santos en que este es el “peor invierno de la historia”, especialmente porque muchas regiones no habían terminado de recuperarse de los estragos causados por las lluvias en 2010 cuando ya les estaban cayendo encima las de 2011.
Según el director general del Socorro Nacional de la Cruz Roja Colombiana (CRC), César Urueña, el invierno de 2011 ha dejado, entre el 1 de septiembre y el 6 de diciembre, 134 muertos y unos 500 mil damnificados, y ha provocado además la destrucción de 967 viviendas y averías en 78 mil casas, derrumbes enormes en las zonas montañosas e inunda-ciones graves de poblaciones enteras en 429 municipios.
Desde octubre de 2010, las lluvias intensas han dejado unas 500 personas muertas y al menos 2 millones de damnificados, con pérdidas que se calculan en 5 mil millones de dólares, según el Sistema Nacional de Prevención y Atención de Desastres.
En solo tres meses, los colombianos hemos soportado 859 eventos trágicos, entre avalan-chas, deslizamientos, inundaciones, tormentas eléctricas, vendavales y procesos erosivos.
Son los efectos devastadores derivados del cambio climático, que ya no es una amenaza para Colombia, sino una realidad patética, para la cual todavía no nos hemos preparado su-ficientemente. No se trata solo de reparar daños físicos, o de saber en abstracto que lo que viene es grave, sino de asumir un estilo de vida diferente, que siempre consulte la convenien-cia ambiental.
El asunto es que ya no hay tiempo para una preparación amplia, meticulosa y pacien-te. El desastre llegó hace mucho tiempo, y no sabemos a ciencia cierta cuándo terminará su acción devastadora. Lo primero, después de las labores de atención inicial y mitigación de las consecuencias, es la de conocer la experiencia de las naciones de Centroamérica, que viven desde hace unos tres años un drama de la misma intensidad.
Reiteramos que tenemos que convencernos de que nos tocará convivir con los efectos del cambio climático y aprender a defendernos de ellos, lo cual exigirá un cambio radical de costumbres y una nueva planificación del crecimiento urbano y rural, estableciendo cuida-dosamente parámetros para construir asentamientos humanos y para manejar las cuencas hidrográficas.
Debemos utilizar toda la energía el espíritu de solidaridad que nos caracteriza, que es sufi-ciente para mitigar momentáneamente la tragedia de tantos compatriotas, pero que no al-canza para adecuarnos a una vida donde el régimen del clima se transforma tan rápida y drásticamente.
Pero a la larga tendremos que cambiar muchas de nuestras costumbres y modificar el frenesí ambicioso que arrasa tierras y construye edificaciones por todas partes, sin detenerse a pensar en los efectos a corto y largo plazo.
En Cartagena, es imprescindible poner en marcha una planificación cuidadosa del desa-rrollo urbano, antes de que las aguas nos cu-bran sin remedio. Tenemos que buscar tierra alta, física y mentalmente.

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