Colombia


En San Vicente del Caguán, aún duelen las heridas

REDACCIÓN COLOMBIA

20 de febrero de 2012 12:01 AM

El “beri beri”, como llama Carmen* el eterno temblor que le dejó en el cuerpo los sustos provocados por las explosiones, un día después de terminada la zona de distensión en San Vicente del Caguán, hace 10 años, no ha podido quitarse ni con las ramas de ruda que le recomendó un chamán indígena ni con los medicamentos recetados por uno de los mejores médicos de Florencia, Caquetá.
-Si las pastillas no le han servido, a usted ese tembleque solo se lo quita otra zona de distensión-, le dijo el galeno en su última visita, hace dos meses.
-Ni lo quiera Dios, respondió la mujer, ya casi anciana y con los recuerdos vivos de ese febrero de 2002.
“Esa bendita zona de distensión lo único que nos trajo fue desgracias, muerte y dolor”, expresa Carmen, mientras balancea sus diminutos pies, morenos y arrugados, en una silla mecedora de su casa de madera en el barrio Paz y Libertad, en San Vicente del Caguán.
“Eso fue muy duro. Al pasar los días comenzaron a matar gente y a desaparecer personas a las que les decían que eran colaboradores de la guerrilla. Otra distensión me llevaría a la tumba”, afirma Carmen, quien perdió un hijo una semana después de que el expresidente Andrés Pastrana Arango ordenara recuperar el territorio ocupado desde hacía tres años por las Farc.
Cuentan los habitantes de San Vicente del Caguán, que al pasar una hora de la perentoria orden de Pastrana, el pueblo enloqueció. “Todos los guerrilleros comenzaron a tirar los carros lujosos, camionetas bien caras y motos bien bonitas al río. Este se volvió como un cementerio de metal. Otros hicieron filas con los carros y les echaron candela. Parecía el fin. Unos corrían, otros recogieron lo que podían y salieron corriendo, se estrellaron carros por el afán, fue un caos total”, relata Óscar, uno de los conductores que en ese tiempo se hizo “unos pesitos en la zona”.

CONOCIERON EL ARROZ CHINO
La zona de despeje llenó de contrastes a San Vicente del Caguán. Desde el momento en que fue incluida para comenzar diálogos con las Farc, el municipio vivió una bonanza económica y otros cambios.
“Una vez llegó un tipo de afuera y me dijo que si tenía pollo broster. Yo le dije que qué era eso y el me respondió que comida. Le dije que no, pero que se lo preparaba. Su respuesta fue que tenía afán, entonces busqué quién me dijera la receta. Al otro día se me llenó el negocio y vendí todo”, dice Rosa.
Entonces, las mesas de los pocos restaurantes se llenaron de comensales que pedían cosas que las cocineras más expertas del pueblo no conocían. Hasta que un día Jorge*, uno de esos campesinos arraigados pidió lo que un gringo se estaba comiendo en la mesa de al lado. “Tráigame de ese arroz con ramas, le dijo al que lo atendía.
-Arroz chino, ¿señor?
-No, arroz con ramas.
Jorge se atragantó con el arroz chino y la receta fue tan exitosa en ese momento, que medio Caguán comió en ese restaurante el nuevo menú.
La época en la que se establecieron las mesas de diálogo en San Vicente del Caguán, fue una era de bonanza para todos. Crecieron los restaurantes, se vendieron cosas que nadie necesitaba, o como explica Óscar Enrique Prieto, alcalde (e) de San Vicente del Caguán, la gente llegó por la bonanza económica y se quedó. “Acá creció el comercio, había once empresas que vendían productos veterinarios. A la zona de distensión llegaron una gran cantidad de extranjeros demandando servicios, aumentó el comercio, esto se volvió sitio turístico”, y para algunos, el mejor vividero de Caquetá. Pero los problemas llegarían después.

DIEZ AÑOS DE TRAGEDIAS
Nadie ha podido olvidar la imagen de hace 10 años del expresidente Pastrana sentado en la mesa de negociación solo, mientras el viento lo despeinaba y esperando a “Manuel Marulanda”, que lo dejó en medio de la nada. Este y otros hechos del grupo subversivo “que marcaron la deslealtad y la falsa sinceridad de haber jugado con el pueblo y con la nación”, como asegura el sacerdote del pueblo, Ricardo Tovar Sánchez, fue uno de los hechos que llevó a que se terminará con los diálogos.
“Hubo errores, pero no creo que haya sido una farsa. Tampoco estoy dudando de la guerrilla, pero la esperanza que se colocó durante el despeje y las negociaciones, los anhelos de la sociedad civil y el Gobierno mismo de llevar a cabo un proceso de paz y que se respondiera con lo que pasó, llevó a la frustración y desesperanza. Para esa gente tuvo que ser un impacto muy fuerte y lo seguimos viviendo”, explica el sacerdote.
Una semana después de que se congelaran los diálogos, San Vicente del Caguán comenzó a vivir una de sus peores épocas. El conflicto armado se agudizó y con esto vinieron las muertes.
“Comenzó una persecución que usted no se imagina. Algunos señalaban a otros de guerrilleros, los encontraban muertos, muchos fueron desaparecidos, otros fueron descuartizados e incluso sacados del río. A mi hijo, de 17 años, lo mataron dizque por ser auxiliador de esas chuchas”, recuerda un lugareño.
Aunque algunos se quedaron con los televisores, camas, comedores y salas nuevas equipadas por los guerrilleros que vivieron en sus viviendas tras la zona de distensión, los recuerdos del despeje son negativos.
“Después entraron los paramilitares. Ellos se hacían en esta zona que se llama Tijuana. Ahí lo mandaban a llamar a uno y ellos pedían las llaves del carro. Le decían a uno que lo buscara al otro día y lo encontrábamos lleno de sangre. Mínimo habían asesinado o descuartizado a un cristiano. Si usted les decía que no, el que se moría era usted”, recuerda uno de los transportadores del municipio.
Esto es lo que más les duele a los habitantes de San Vicente del Caguán, sus muertos y desaparecidos, y el estigma que aún pesa sobre ellos de pueblo guerrillero.

LO QUE LES DEJÓ EL DESPEJE
“Con un acto el 21 de febrero, le diremos al país que los habitantes de San Vicente del Caguán, durante estos 10 años, después de la zona de despeje, hemos sido estigmatizados y victimizados por el señalamiento. Durante el periodo de la zona vinieron todos los medios de comunicación, organizaciones internacionales y miembros del Gobierno. Todos estuvieron sentados con los jefes guerrilleros tomándose fotos. Pero una vez termina la zona la que fue estigmatizada y victimizada fue la población civil. Y frente a eso queremos decir el 21 de febrero, basta, no más”, expresa el alcalde (e) Prieto.
Tanto para él, como para muchos de los habitantes, el despeje fue un hecho desafortunado en el que “se sentaron las cabezas del conflicto armado a negociar y nunca le pidieron consentimiento al pueblo. Además nos dejaron otra serie de problemas, como el crecimiento demográfico exagerado que no permite una planeación urbanística, ni de servicios públicos, ni de acueducto. En 1993, éramos 18.000 habitantes y pasamos a tener 36.000 en el casco urbano y en todo el municipio alrededor de 65.000, además, el aumento hasta de un 400 por ciento de homicidios en el 2003 y el problema de desplazamiento forzado. En el 2005, tres veredas completas dejaron sus parcelas y se vivieron al pueblo”.
Prieto señala que en estos diez años, la población lo que ha hecho es tratar de construir la paz, pero desde las bases, tratando de solucionar las necesidades básicas como educación, salud.
“Sin embargo necesitamos ayuda del Gobierno para solucionar los inconvenientes. Tenemos carreteras, pero no en muy buen estado, Hay escuelas rurales con un solo profesor. Necesitamos más compromiso del Estado con nosotros. Creo que hay una deuda histórica”.
El sacerdote Tovar expresa que en cuanto a la presencia del Estado, “esta no ha sido mayor cosa. Parece que se hubiera limitado a una presencia policial y militar. Uno no ve que se invierta en el desarrollo de las comunidades rurales. Los mismos caseríos y la gente no pueden estancarse con casas de madera”.
Asegura el presbítero que se hicieron promesas que no se han cumplido como la ayuda a las comunidades en cuanto al mantenimientos de sus plantas eléctricas y subsidios para el combustible y pone como ejemplo la localidad de Guayabal, a la que hace tres años les deben los subsidios para el combustible y la planta hace siete meses no se ha encendido. “Se ofreció para la educación y es una vergüenza lo que se está ofreciendo en materia de educación en las escuelas rurales”.
Hoy las Farc siguen afectando a la población. Aunque ya no se ven uniformados, siguen las extorsiones y el temor de la gente para hablar o expresarse libremente es grande frente a ciertos actos de la guerrilla. En varias vías hay vallas en homenaje a “Mono Jojoy” y “Alfonso Cano”, dados de baja por las Fuerzas Armadas, denuncian los habitantes.
El coronel del Ejército Freddy Gómez, comandante del Batallón Cazadores, señala que en estos 10 años la seguridad ha mejorado en la región, “que se ha finiquitado con diferentes operaciones ofensivas en diferentes resultados. Llevamos un proceso de judicialización contra las milicias que hacen parte de la estructura de la Teófilo Forero, hemos hecho un buen trabajo”, destaca Gómez. Lo que más anhelan los habitantes del Caguán es quitarse el estigma de pueblo guerrillero, al punto que muchos de sus jóvenes no quieren sacar su cédula allí.
A Carmen poco le importa si la tratan de guerrillera o no. Su sueño es morir en este pueblo que la vio nacer y por sobre todas las cosas de la vida, acabar con ese le “bery bery” para volver a dormir plácidamente, así retumben bombas o helicópteros a media noche.
*Nombres cambiados.

ANTECEDENTES LA ZONA DE DISTENSIÓN
El 9 de junio de 1998 el país se sorprendió cuando el entonces presidente electo, Andrés Pastrana Arango, salió reunido en tono cordial y amable con quien era el jefe máximo de las Farc, Pedro Antonio Marín alias de “Tirofijo” o “Manuel Marulanda Vélez”.
Desde entonces, las imágenes de Pastrana abrazado al líder guerrillero recorrieron el mundo con una nueva esperanza de una paz. El 23 de octubre, con Pastrana ya en el poder, se ordenó la desmilitarización de un área de 42.000 kilómetros cuadrados que comprendía cinco municipios de Meta y Caquetá.

CRONOLOGÍA
El fallido proceso de paz entre el gobierno y las farc y sus hechos paso a paso

El comienzo
El 9 de julio de 1998, el presidente electo, Andrés Pastrana, se reunió con “Manuel Marulanda Vélez”, jefe de las Farc, para reafirmar el compromiso de campaña, desmilitarizar cinco municipios.

Decretan la zona de distensión
El 14 de octubre de 1998, el gobierno de Pastrana, mediante la Resolución 85, con el fin de adelantar un proceso de paz con las Farc y así terminar con el conflicto armado en el país.

Entra en funcionamiento
La zona, creada en noviembre de 1998, operó en enero de 1999. Tenía 42.000 kilómetros cuadrados en La Uribe, Mesetas, La Macarena y Vista Hermosa (Meta) y San Vicente del Caguán (Caquetá).

La silla vacía
El 7 de enero de 1999 las negociaciones comenzaron con un mal augurio. El presiente Pastrana asiste a la inauguración de los diálogos y “Tirofijo” lo deja plantado. Se da la famosa “silla vacía”.

El primer congelamiento
El 19 de enero de 1999, dos semanas después de empezados, las Farc, de manera unilateral, congelan los diálogos y “reclaman” al Gobierno una política “más dura contra los paramilitares”.

La agenda para el cambio
El 6 de mayo de 1999, el Gobierno y las Farc dan a conocer la Agenda Común para el Cambio. Tenía 12 temas a tratar en proceso de paz entre los delegados de las dos partes.

Rechazan verificación de zona
En mayo de 1999, las Farc rechazan la Comisión Internacional de Verificación propuesta por el Gobierno Nacional. El proceso era frágil y la guerrilla estaba a sus anchas en una zona estratégica.

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