Cartagena


"No quiero que otra mujer viva el infierno que yo viví"

ELEANA MARTELO TIRADO

13 de marzo de 2017 03:07 PM

Desolación, arrepentimiento y el deseo de querer despertar de una pesadilla, es lo que siente hoy Adriana Patricia Romero Mora, una mujer de 39 años, dedicada a la música, que pensó que había encontrado el amor verdadero, pero, a golpes, la vida le enseñó que cuando se ama no se lastima. Esta es su historia.

Todo empezó en el 2009 cuando Adriana cantaba en la plaza de Santo Domingo, en el Centro Histórico de Cartagena. Allí conoció a Deivis Pineda Ortega, ahora de 36 años, también músico. Compartían shows en las concurridas calles del Centro y con el tiempo se enamoraron y se fueron a vivir juntos.

Pero el idilio de amor dejó de ser color de rosa. Deivis comenzó a ser agresivo y maltrataba a los hijos de su mujer, de 9 y 11 años en ese entonces. 

"Él me maltrataba de todas las formas psicológicas y verbales, diciéndome que yo era una porquería, que era una vagabunda porque tengo tres hijos de hombres diferentes, pero nadie sabe que esas veces intenté buscar mi felicidad (...) El ponía a dormir a dos de mis hijos en el suelo, las agresiones cada día eran peor, me tiraba el desayuno al piso si quedaba mal hecho, me insultaba. La primera vez que él golpeó a mi hijo le dio una patada en los testículos cuando estábamos en un hotel", relata la mujer, quien aún no ha podido superar aquellos momentos.

"Hay algo de lo que me voy a arrepentir toda la vida y es haber puesto a un hombre por encima de mis hijos", cuenta entre sollozos la barranquillera, mientras intenta seguir con la historia.

"Me manipulaba hablándome de Cristo"

Pese a que las exparejas de Deivis le decían que él también las trataba mal, le advertían que se alejara y sus hijos le rogaban que lo dejara, el apego emocional que sentía Adriana y la dependencia económica no le permitían ver más allá.

"Él me manipulaba hablando de Cristo, porque es evangélico, y siempre me decía 'yo quiero que seas siempre sumisa, que te portes a la altura, como a Cristo le gusta' (...) Mi auoestima llegó tan bajo que llegué a pensar que no valía nada, que yo era la del problema. Entonces me esmeraba por ser esa mujer ideal que él me decía, para hacerlo feliz y me olvidé de mis hijos, él era el centro de todo. Estaba obsesionada, me volví masoquista y le decía a mis hijos que no lo provocaran", sostiene.

Golpizas, maltrato verbal y psicológico era el pan de cada día en la vida de Adriana. Varias veces le mandaron a desocupar las habitaciones donde vivía por las constantes agresiones que él tenía con ella y sus hijos, y que desesperaban a los vecinos.  Sus hijos se orinaban del miedo por todo lo que ocurría.

"Recapacité"

Adriana siempre terminaba perdonando sus maltratos y se echaba la culpa cuando él lo hacía. Era tanto su amor que decidió, al cabo de un tiempo, darse una nueva oportunidad y casarse con él, pues se mostraba arrepentido y "un hombre nuevo".

Pero nada cambió, todo siguió igual. Entre agresiones en la calle, hospitalizadas por maltrato, perdones y lapsus de "amor puro" de Deivis, transcurrieron tres años.

Un día, según manifiesta, su hijo estuvo al borde de la muerte. Su padrastro lo golpeó e intento ahorcarlo. Desde ahí, entendió que su vida no podía continuar así y que no debía seguir exponiéndolos. Entonces sacó fuerzas y lo denunció.

"Me maltrataba y después me decía que me amaba, pero que yo lo provocaba. Quise quitarme la vida y acabar con esto. Sentía que no podía arrancarme ese apego hacia él, como si fuera una maldición. Veía a mis hijos sufrir, pero no era capaz de protegerlos (...) Un día Deivis le habló mal a mi hija y su hermano reaccionó, entonces él lo cogió por el cuello mientras le pegaba en el abdomen. Lo mandó al hospital", sostuvo mientras por momentos el llanto le impedía continuar.

"Yo le pido a las mujeres que no me imiten en nada. Primero están los hijos, por ellos hay que darlo todo", concluyó.

Deivis en la cárcel

Hoy, su hija, de 17 años, sufre de depresión e insuficiencia renal a raíz de una caída por las escaleras cuando discutía con su padrastro. Su otro hijo, de 15, también tiene secuelas del maltrato. No recibieron apoyo psicológico porque Adriana no se atrevía a delatar al que consideraba "el amor de su vida".

Su hijo mayor reside en Barranquilla con su padre, mientras que los otros dos, que vivieron en carne propia la violencia intrafamiliar, tratan de dejar atrás esos episodios de dolor e impotencia por todo lo que sufrieron.

Ella quedó con el tabique desviado por tantos golpes que Deivis le propinaba y con el corazón roto que, asegura, "hasta ahora Dios lo está resturando".

Desde el 1 de noviembre del 2016, él está en la cárcel de Ternera por el delito de violencia intrafamiliar agravada con menor de edad. "Entre chantajes, se niega a darme el divorcio e insiste en que todo fue mi culpa y que retire la denuncia", expresa Adriana.

El próximo 17 de abril un juez le dictará sentencia. Un abogado de la Defensoría Regional del Pueblo la asesora en el proceso para lograr romper, en papel, el vínculo que aún tiene con el hombre que marcó de dolor su vida.

Cifras

Como Adriana, decenas de mujeres en Cartagena y en el país son maltratadas a diario por su pareja, pero no se atreven a denunciarlo, por temor a quedarse solas o por dependencia económica.

De acuerdo a estadísticas de la Mesa del Movimiento Social de Mujeres de Cartagena y Bolívar, en 2016 fueron reportados a la Comisaría de Familia 947 casos de violencia contra la mujer, donde el principal agresor fue la pareja o expareja.

Según el Centro de Observación y Seguimiento al Delito (Cosed), el año pasado fueron asesinadas 13 mujeres. Desde el 2008 a la fecha, 137 han perdido la vida.

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