Podría considerarse que el corregimiento de Pasacaballos es el vecino más cercano que tiene la zona industrial de Mamonal.
Sin embargo, el desempleo en esa localidad es bastante alto, según algunos miembros del Consejo Comunitario, que aún está sin junta directiva y, por ende, sin poder imponer su opinión sobre algunas anomalías que sufre la comunidad.
Pasacaballos tiene 271 años de fundado, 19.258 habitantes, 4.459 viviendas, pertenece a la Localidad 3 y al estrato 1 y está rodeado de cuerpos de agua como el Canal del Dique y la bahía de Cartagena. Es vecino también de la isla Barú, de la vereda Membrillal y de los barrios Policarpa y Arroz Barato.
Sus activistas cívicos cuentan que, básicamente, Pasacaballos era una comunidad de pescadores y agricultores, quienes paulatinamente se fueron viendo envueltos en la dinámica de la zona industrial, sin estar preparados para ella.
Con el tiempo, algunos nativos se prepararon y lograron integrar las filas de trabajadores de la zona industrial, pero lo común sigue siendo que poco participen de ese sector laboral.
“Actualmente --cuentan--, tenemos tres instituciones educativas, de donde los jóvenes no salen bien preparados y por eso no pueden ingresar a la universidad y mucho menos a la zona industrial. Entonces, por no tener oficio, es fácil que ingresen en el consumo de drogas y en la delincuencia, dos aspectos que están dañando la seguridad en el pueblo”.
Solo hay tres colegios en Pasacaballos, pero contra ellos hay una especie de zona rosa donde funcionan más de 20 cantinas con equipos de sonido, que se programan con altos volúmenes todos los fines de semana, contaminación auditiva que se suma a la contaminación de los cuerpos de agua y del aire.
Pese a todas sus limitaciones, el pueblo ha ido creciendo con presencia de foráneos venidos del resto de la región Caribe, del interior del país y de Venezuela, quienes han formado las invasiones que crecen a los alrededores y de donde suelen salir algunos de los jóvenes que protagonizan los problemas de orden público que se registran en esa zona de la ciudad.
Miguel Palomino, uno de los pobladores, considera que el consumo de drogas, la prostitución y la contaminación auditiva, “son la consecuencia de que el pueblo carece de una buena oferta recreativa. Para empezar, tenemos un solo escenario deportivo que sirve para todo. Hay una sola biblioteca que está desvencijada. No hay teatros, no hay grupos culturales ni nada que muestre algo diferente a tomar ron los fines de semana”.
En cuanto a servicios públicos, el signo de su mal funcionamiento son las calles inundadas de aguas servidas, en el verano; y de inundaciones pluviales en el invierno.
El alcantarillado que se instaló hace varios años ya se volvió insuficiente para la población, mientras que las facturas de la energía eléctrica alcanzan cifras de entre 90 y 120 mil pesos, lo que los usuarios consideran exagerado para el estrato uno.
“Algo grave --dice Perfecto Imitola, uno de los pobladores más antiguos-- es la falta de sentido de pertenencia que reina en el corregimiento. Cada cual tira para su lado, en vez de unirnos en un solo sentido y para el beneficio de todos”.
Las amas de casa se quejan del transporte público, pues, aunque los buses comienzan a trabajar en la madrugada, cuando son las seis de la tarde suspenden el servicio, de manera que quienes laboran o estudian en el Centro Histórico, deben tomar varios transportes y pagar más para volver a sus casas.
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