Cartagena


"Siempre se puede renacer": María Bolena Bedoya.

El voluntariado “Nehemías Reedifica” lleva cuatro años tratando de reconstruir las almas de las mujeres que han sido recluidas en la Cárcel Distrital de San Diego.
Fue creado con el respaldo del centro bíblico “Iglesia Central Asamblea de Dios”, y en él participa María Bolena Bedoya Figueroa, una exreclusa que fue condenada a 8 años de prisión, pero solo duró tres y ocho meses por una serie de situaciones que ella califica como obras de Dios.

Es natural de la ciudad de Cali, pero, viviendo en San Andrés Islas, se conoció con un cartagenero recién separado con el que entabló una relación marital, y se vino a vivir a Cartagena.

Las cosas marchaban con relativa calma, excepto por una situación: el hombre era extremadamente celoso. María Bolena se enteró mucho después de que su comportamiento era la consecuencia de la infidelidad de su exesposa, circunstancia por la cual sufrió una severa crisis emocional que casi rayaba con lo demencial.

No obstante, cuando decidió formalizar un nuevo hogar con María Bolena, siguió siendo el mismo hombre trabajador y responsable de siempre, pero el escollo eran sus repentinos ataques de furia y escenas de celos, que, tarde que temprano, desembocaron en maltrato físico.

“La primera vez que me golpeó --recuerda ella--, no lo denuncié porque sus familiares me defendían y lo regañaban, pero justificaban sus agresiones con el trauma que sufrió con su exesposa. Ahora pienso que en ese momento debimos ayudarlo buscándole asesoría profesional, pero ambos lo perjudicamos: ellos por justificarlo; y yo, por no atreverme a ponerle un pare a sus malos procedimientos”.

Vinieron más escenas de celos y más golpizas, en las que María Bolena no sabía cómo defenderse, pues su contextura física no era la apropiada como para contrarrestar los embates de un hombre robusto y de mayor estatura. Pero una noche, después de una velada con licor a bordo, la pareja comenzó intercambiando insultos, prosiguió con las agresiones físicas de las que ella, como siempre, estaba saliendo mal librada, hasta que corrió hacia la cocina, tomó un cuchillo y esperó la siguiente arremetida.

Recuerda que, una vez terminada la riña, el hombre se levantó, se despojó del suéter, lo envolvió de cualquier manera, se lo puso en el cuello y salió de la casa caminando. En la calle se encontró con algún conocido que lo llevó a la sala de urgencias de una clínica cercana, donde no lo atendieron enseguida sino dos horas después.

María Bolena todavía estaba en su residencia cuando llegaron dos agentes de la Policía y le comunicaron que estaba detenida por lesiones personales. Unas horas después, estando en las instalaciones de la Sijín, se enteró de que la acusación se había transformado en homicidio, porque su marido había fallecido en el quirófano cuando los médicos intentaron operarlo.

La primera de las situaciones que María Bolena califica como obras de Dios apareció cuando se enteró de que el juez que se encargó de su caso quería condenarla a 25 años de prisión. Pero ella doblaba rodillas  todos los días, hasta que el  juez, por cuenta propia, decidió que no le interesaba seguir manejando ese proceso, el cual pasó a otras manos que la sentenciaron a 8 años de encerramiento.

Antes de llegar a San Diego, después de enviar a sus hijos a la ciudad de Cali, una agente de la Sijín le recomendó que estuviera siempre alerta porque en la cárcel había lesbianas y drogadictas que tratarían de someterla por las buenas o por las malas. Y aquí apareció otra de esas manifestaciones que ella considera de origen divino.

“Llegué a la cárcel con la mente dañada. Decía que no me iba a meter con nadie, pero si alguien se metía conmigo, no tendría ningún inconveniente en matarlo”.
Nadie se metió con ella. Ni siquiera aquella presidiaria a la que escuchó gritar: “¡Ñerdaaaaaaa! Llegó carne nueva para esta noche”. Nadie la molestó. Más bien le cayó en gracia a las directivas y la nombraron representante de la celda en donde compartía con otras dos mujeres, con quienes trataba y hablaba de la manera más cordial en el día. Pero, en cuanto llegaba la noche y comprobaba que todas estaban profundamente dormidas, se tiraba al suelo, arropada de pies a cabeza, a llorar por su desgracia.

Después de un año soportando las embestidas de la depresión, un viernes se presentaron en la cárcel tres personas que decían pertenecer a un centro bíblico que se había impuesto la misión de llevar el mensaje sagrado a cualquier parte de la ciudad, pero sobre todo donde hubiera gente sufriendo.

María Bolena captó las primeras charlas como si en verdad hubiesen sido preparadas especialmente para ella. Por eso cree que esta fue otra de las manifestaciones divinas que le iban apareciendo en el camino de su proceso carcelario: se sintió tan identificada con las personas del centro bíblico que no supo en qué momento comenzó a servirles de ayudante para la orientación de sus compañeras confinadas.

“Fue por esos días cuando decidí hacer un pacto con Dios: le propuse que si me sacaba de ese sitio, iba a predicar su palabra hasta que me muriera”.

Dos años y 8 meses después, cuando ya había logrado algunos beneficios por su buen comportamiento, se concretó la primera parte del pacto: el estamento decidió otorgarle libertad condicional, pero con una serie de restricciones que ella se comprometió a asumir seriamente.

“Cuando estaba en la calle, me encontré conque no sabía qué hacer, ni a qué dedicar esta nueva etapa de mi vida. Pero Dios se manifestó nuevamente: un allegado me presentó con la señora Blanca Morales, del centro bíblico que iba a la cárcel. Y daba la casualidad de que ella me andaba buscando para que la ayudara con la misión de visitar semanalmente a mis excompañeras”.

Y así nació el “Voluntariado Nehemías Reedifica”, con el cual María Bolena se hace acompañar de dos predicadores, quienes se encargan de las charlas, mientras ella asume la atención personalizada para sus excamaradas, sobre todo las recién llegadas.

“Cuando llega una nueva interna, evitamos, por todos los medios, el preguntarle por su caso o señalarla, porque aquí ninguna es mejor que otra. Lo que hacemos es recibirla con mucho cariño, la rodeamos, le hacemos ver que no está sola y que  puede salir adelante, como cualquiera que haya cometido un error. Con el tiempo, y si lo desea, ella misma pide la palabra y cuenta su caso a manera de ejemplo, para que otras no caigan en lo mismo. Yo pedí la palabra varias veces, y lo seguiré haciendo, si eso sirve para que otras personas cambien a tiempo el ritmo de sus vidas”.

Pero también aprendió manualidades y otros menesteres, que ahora pone a la orden de sus excompañeras: diseña adminículos para venderlos en su propia casa y ayudar a engrosar el presupuesto de sus hijos y del hombre con el que está compartiendo nuevamente su vida.

“Además de las charlas bíblicas, celebramos los cumpleaños del mes, organizamos actividades recreativas, en fechas especiales, para niños y adultos parientes de las reclusas”, anota María Bolena, quien suele iluminar el reclusorio desde que llega sonriendo con sus bolsas de mecatos, kits de aseo o cualquier cosa que pueda alegrar siquiera una vida, tal como se la alegraron a ella cuando se hallaba en el fondo de la oscuridad.

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