El miércoles 26 de abril había sido bueno para los obreros de Portales de Blas de Lezo II. Aprovechando que el cielo se nubló justo después de almorzar, Alex Madera dejó la mezcla que estaba haciendo con su papá, Rafael Mendoza, subió al cuarto piso y se ajustó el arnés para seguir empañetando las paredes exteriores del edificio.
Fue Wilman Tirado, esposo de su hermana Kelly, quien le hizo señas desde otra pared para que dejara el repello y buscara espacio seguro dentro de la obra.
“Se vino el agua”, pensó e hizo una mueca de fastidio. Quería terminar el cuarto piso ese mismo día.
Había sido un buen miércoles hasta las 3 de la tarde, porque tras abrigarse entre las ya endebles paredes del edificio, los más de cuarenta obreros sintieron caer el aguacero más grande de abril y cada gota calaba tanto en sus corazones como en los ladrillos baratos que 20 horas después caerían sobre ellos.
Los dueños de la obra, entre ellos Wilfran Quiroz, completaban 20 días sin pagarles.
En eso pensaba Hermes Viloria, que llevaba un mes trabajando y solo había recibido un pago. En la mañana, antes de salir de su casa, le dijo a su madre que ese sería su último día de trabajo si no le pagaban, pero a mediodía la esposa de Quiroz lo convenció de que siguiera yendo, porque el jueves llegaría el dinero. “Solo un día más”, se convenció, y siguió mirando la lluvia.
A las 4 de la tarde, Lewis Padilla se agachó y miró el piso encharcado. El agua se metía por las ventanas sin terminar.
“No voy más a ese edificio-le diría en la noche a su esposa Rosa María Utria- porque está muy deteriorado. Se llenó de agua, hay una raja, mañana habrá que achicar todo eso”.
Todos se dieron cuenta de los pisos inundados y las paredes humedecidas. Alex, quien trabajó antes en otros edificios de los Quiroz, recuerda hoy que nunca había visto una obra tan entristecedora.
“El edificio nos estaba mandando señales, que ninguno vio. Yo estaba en esa obra junto a seis familiares más. El primer día de trabajo, dos semanas antes, encontramos que se había caído el primer tramo de la escalera. Nadie supo por qué. Lo que hicieron los dueños fue comprar un ladrillo macizo y se hizo la escalera otra vez, no pensamos en el peligro”, analiza Alex, un año después.
Ese miércoles, al cesar la lluvia, Alex, su hermano Mario, su papá Rafael; Wilman, su cuñado; y sus primos Over y José David Pastrana, se reunieron en la calle frente a Portales de Blas de Lezo II. Como todos los días, se fueron juntos hasta Nelson Mandela, donde los esperaban sus esposas, hermanas y madres. En sus mentes daba vueltas la idea de que el 27 de abril sería un día duro: reparar los estragos de la lluvia, los pisos inundados, los repellos caídos y los agrietamientos.
Lewis Padilla y Hermes Viloria se fueron por distintos caminos, pero con el mismo pensamiento: no querían volver a la obra, al uno le parecía peligrosa y el otro estaba harto de trabajar sin pago.
Al día siguiente ambos se levantarían de sus camas en la madrugada, saldrían de casa, se despedirían de sus familiares, recibirían la bendición y caminarían hasta la manzana 8 de la tercera etapa de Blas de Lezo a comenzar el trabajo del último día de sus vidas.
La trampa mortal avisó
Entre los testimonios que la Fiscalía recogió tras el desplome del edificio, el obrero Jair Montes contó que él y Clever Bello fueron quienes demolieron la casa que estaba antes en el lote y juntos hicieron las zapatas. “Medían como dos metros. Cuando hacía las excavaciones, cada rato se me desplomaban los huecos. Para mí el terreno era muy blando. No hubo estudio de suelos ni ingeniero de planta”, describió.
El 17 de abril de 2017, un primer aguacero había caído sobre Portales de Blas de Lezo II. Ramón González, vecino del edificio, recordó que uno de los obreros notó una grieta en el primer piso. “Él nos contó que subió a hacer otras labores y cuando bajó, por la misma raja ya se le iba el dedo, que le avisaron al dueño, pero dijo que eso era normal, que se curaba y ya”, dijo González.
El hermano de Luis Guillermo Monsalve, otro vecino, también había puesto denuncias en la inspección de policía de la zona, pero curiosamente después de ese día no volvieron a ver ningún funcionario de los que “llegaban, se sentaban y conversaban con los jefes de la obra”.
Entre los obreros que murieron, varios estaban convencidos de no trabajar el 27 de abril, pero la necesidad del pago los hizo ir, con la esperanza de que ese fin de semana tuvieran el dinero por 20 días de trabajo. De los obreros mencionados en esta crónica, solo Alex, Mario, Jair y Clever sobrevivieron.
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