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Con la promesa de darles dinero, niños del Cauca son reclutados para la guerra

EL PAÍS

10 de mayo de 2015 11:46 AM

Esperanza, baja estatura, la piel morena, los ojos pequeños y una sonrisa blanquísima, dice que allí, en la vereda San Pedro de Corinto, Cauca, las Farc no están reclutando niños.

“Ya no reclutan, el problema es que ahora muchos se van solos. Ya no se los llevan a la fuerza, sino que se van porque quieren”, dice la mujer.

Esperanza, 36 años, es indígena de la etnia Nasa, es madre de cuatro niños, es campesina también y profesora de un equipo de fútbol de su vereda.

El equipo está pidido en dos categorías, la de los niños menores de 16 años y la de todos los jóvenes, adultos y ancianos que deseen jugar los martes y jueves en la cancha de la vereda.

Según dice Esperanza, el equipo es una forma de evitar que los niños y las niñas sean atrapados por la guerra. “Nosotros descubrimos que cuando los niños no tienen nada para hacer, entonces les da por acercarse a los soldados o a los guerrilleros a conocer las armas, y le van cogiendo afición a esas cosas y cuando uno menos piensa, se van”.

Allí, en esa vereda, los campesinos conviven con los guerrilleros de las Farc y con los militares, de modo que los niños, los adultos, las mujeres, los ancianos, están acostumbrados a todas las manifestaciones de la guerra: los tiroteos, las explosiones de las bombas, los guerrilleros que suelen pasar por las calles del caserío con sus fusiles, las plantaciones de coca, de marihuana, la precariedad y la ferocidad de vivir abandonados entre el fuego cruzado.

Las trampas de la guerra
Justiniano, uno de los líderes indígenas Nasa de Corinto, cuenta que hasta hace unos tres o cuatro años los guerrilleros de las Farc reclutaban a muchos niños y adolescentes a la fuerza: cargaban con ellos, amenazando con los fusiles a sus padres, y los llevaban a los campamentos.

Ese reclutamiento forzado, dice Justiniano, se acabó pues los indígenas, armados de bastones, empezaron a enfrentarse a los guerrilleros y a no permitir que hurtaran a sus niños. “La gente con la Guardia Indígena empezó a rebelarse contra eso, a no dejar que se llevaran a los niños y pues los guerrilleros, para evitarse problemas, decidieron dejar de reclutar a la fuerza”.

Sin embargo, los adolescentes seguían figurando entre las filas de los guerrilleros. Así lo percibían los Nasa, así lo señalan las estadísticas del Icbf, que indican que entre 2011 y 2014 el departamento del Cauca tuvo el mayor número de niños desvinculados del conflicto con un total de 55, seguido por Putumayo, con 29 y Nariño, con 28; además, según el Ministerio de Defensa, la población más afectada es la indígena.

Justiniano y Esperanza, con una franqueza que llega a intimidar, explican que en últimas el problema va más allá de que las Farc recluten a la fuerza o no.

“Mire, usted que vino a la vereda pudo darse cuenta. Aquí mucha gente vive de raspar coca y de sembrar marihuana. La carretera es una trocha durísima, ni siquiera hay acueducto. La gente trata de sembrar otras cosas, pero les sale muy caro llevarlas al pueblo a venderlas. Entonces los niños se acostumbran a ver la coca, la marihuana, la gente que la compra, ven que por ahí hay una posibilidad de tener dinero. Entonces, solitos se van, solitos...”

San Pedro, la vereda, es una pequeña hendidura en el dorso de la vasta cordillera central, apenas un manojo de unas 50 casas, la mayoría de guadua, construidas frágilmente sobre las pendientes.

“Ahí es donde uno se da cuenta de que mucha gente hace la guerra es por pobreza y como la pobreza sigue, la guerra también sigue”, dice Esperanza.

Ella misma confiesa que suele trabajar recogiendo café cuando hay cosecha, que en su casa siembra plátano y yuca para darle a su familia pero que cuando no hay en qué trabajar, le toca raspar coca. Tiene cuatro hijos que alimentar, dice.

Natalia Springer, politóloga y periodista, autora del estudio sobre el reclutamiento infantil en Colombia titulado 'Como corderos entre lobos', afirma que una de las principales razones por las cuales los adolescentes son fácil presa de los grupos armados es exactamente la pobreza. “Los persuaden prometiéndoles dinero. El reclutamiento infantil es una política dirigida contra los más vulnerables, que saca ventaja de su condición”.

Los guerrilleros ya no reclutan a los menores, pero si ellos deciden hacer parte de sus filas tampoco se lo niegan.

Springer sostiene en su estudio que la mayoría de los niños y niñas víctimas del reclutamiento provienen de familias de composición atípica que hacen parte de la fracción más pobre de la población colombiana. La pobreza, una trampa de la guerra.

La degradación en números
Instituciones como la Defensoría del Pueblo, el Icbf y el Ministerio de Defensa, coinciden en que es imposible saber cuántos menores actualmente hacen parte de grupos armados.

Solo puede hacerse un cálculo a partir del número de niños y adolescentes que se desvinculan del conflicto. Desde 1991 hasta marzo de este año, la cifra es de 5.753 niños, niñas y adolescentes desvinculados, la mayoría de las Farc.

La Defensoría admite que desde el 2010 ha habido un descenso general en todo el país del fenómeno, pero aclara que en algunas zonas el reclutamiento sigue siendo grave. Solo en el norte del Cauca esa entidad registró 60 casos en 2014 y, según un informe entregado a principio de 2015, en 27 de los 32 departamentos del país fueron reclutados niños por grupos armados.

Las zonas más afectadas en los últimos dos años, de acuerdo con el Icbf, son Tolima, Arauca, Putumayo, Antioquia, Cauca y Valle del Cauca, y del total de las alertas de riesgo de reclutamiento emitidas por la Defensoría del Pueblo, el 51 % corresponden a las Farc.

El fenómeno persiste, sus monstruosidades se repiten: las niñas abusadas y obligadas a abortar, los niños enseñados a odiar y a disparar, los niños obligados a caminar interminablemente por las selvas, obligados a matar.

Datos de la Defensoría demuestran que Bacrim y Farc son los mayores responsables del reclutamiento infantil en el país, y que las estructuras criminales como el ‘Clan ‘Usuga’, ‘los Rastrojos’ y ‘la Empresa’, han llevado el delito a sus manifestaciones más degradantes.

En Buenaventura se han documentado casos en los cuales los niños son primero inducidos al consumo de drogas y, una vez adictos, les ofrecen los alucinógenos a cambio de que hagan parte de las estructuras criminales.

Resistir contra la guerra
En la vereda San Pedro de Corinto, en el Cauca, un grupo de niños juega fútbol cada tarde en una cancha sobre la cima de un pequeño cerro.

Esperanza, profesora del equipo, dice que es una forma de resistir contra la guerra, de enfrentarse a la guerra con una pelota.

“Los niños aprenden a jugar fútbol, les gusta, vienen y ya no piensan en armas, ya el mundo para ellos deja de ser el conflicto. Si usted habla con ellos se da cuenta de que muchos quieren ser futbolistas”.

Fabio, portero, 10 años, el cabello erizado, dice que un primo suyo sí se fue para la guerrilla y que al papá le tocó ir a reclamarlo. “Yo no, a mí no me gusta nada de eso, allá ni siquiera se puede jugar fútbol”, dice Fabio. El chico cuenta también que algunas veces ha ido con sus padres a recoger hojas de coca.

Frente a la cancha en la que juegan los niños hay una plantación de marihuana, es como si alrededor de cada uno de ellos acecharan las trampas de la guerra. 

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