Colombia


Guardia indígena, un ‘ejército’ que se enfrenta sin armas

COLPRENSA

01 de junio de 2014 01:39 PM

Jueves 29 de mayo. El celular timbró a las siete y media de la mañana. Al otro lado de la línea, una voz alterada le hablaba a Diomar de una emergencia: una niña de 10 años fue secuestrada por hombres armados en Guachené, Cauca.

Testigos contaban que el carro en el que se llevaron a la pequeña salió hacia la vía que conduce a los municipios de Caloto y Toribío.

Apenas dos horas antes, el coordinador indígena había terminado su turno de vigilancia. Empezaba una búsqueda maratónica.

A las nueve de la mañana, Diomar ya había alertado a los casi mil miembros de la Guardia Indígena del resguardo de Toribío, Tacueyó y San Francisco. En los radios de comunicación de cada uno de los líderes, se escuchaba el mismo mensaje: “la niña aparece porque aparece”.

Los indígenas se repartieron en varios grupos: algunos se ubicaron en las entradas y salidas de todas las veredas, otros se desplegaron hacia las montañas; mientras el resto investigaba en los cascos urbanos el paradero del vehículo de los secuestradores. “La niña aparece porque aparece”...

Y apareció. A las siete y media de la noche, doce horas después del plagio, Alejandra fue liberada cerca a la plaza principal de Toribío.

Aunque las autoridades y la misma comunidad de Guachené se movilizaron para buscar a la niña, fue la presión de la Guardia Indígena, en cada uno de los rincones de la región, la que habría dejado a los secuestradores en un laberinto sin salida.

¿Puede el valor llegar a ser más poderoso que las armas?

***

Viernes 30 de mayo. Son las diez de la mañana y Diomar está parado en una de las montañas que rodean Toribío. Está vestido como todos los días: gorra, camiseta blanca, jean, botas pantaneras y una pañoleta roja y verde amarrada en el cuello: son los colores de la Guardia Indígena.

En el idioma ‘nasa ywe’, este grupo es conocido como los ‘kiwc thegnas’, es decir, cuidadores del territorio. Y esa es su labor: estar siempre alertas, durante el día y la noche, sin horario, listos para apoyar a la comunidad.

En una región como el Cauca, donde la guerra es un asunto cotidiano, la vigilancia de la Guardia Indígena se ha vuelto determinante. Si hay un combate, la guardia se encarga de reubicar a la población en un sitio seguro; si los militares o guerrilleros invaden sus sitios sagrados, la guardia también aparece para exigirles que se marchen; si un niño es reclutado, la guardia ubica su paradero y llega hasta al monte para arrebatárselo a los grupos armados. Si secuestran a un líder, la guardia sale a su rescate.

Pero esa misión protectora no solo surge para ayudar a la comunidad indígena. Diomar explica que el lema del grupo es defender la vida de cualquier ser humano, sea afrodescendiente o mestizo o policía o militar o guerrillero. “Porque nuestro único bando es el de la paz”.

Así ocurrió, por ejemplo, con Alejandra. Aunque la niña no hacía parte del Pueblo Nasa y vivía a casi una hora y media de Toribío, en el resguardo todos participaron en su búsqueda. Es que -dice- a ningún menor deben involucrarlo en el conflicto. “La niña aparece porque aparece”.

Diomar, como todos los miembros de la guardia, carga un bastón; pero aclara que no se trata de un arma, es solo un “amigo espiritual”. Un símbolo de autoridad que jamás puede utilizarse para agredir a otros.

El líder levanta su bastón con dirección al cielo, lo agarra fuerte con sus manos grandes, de venas marcadas, y advierte que no es un simple palo de madera. Hay todo un ritual detrás. Cada bastón se corta en el Páramo en un día, hora y tamaño específico ordenado por los ‘thew ala’: esos médicos tradicionales de la comunidad. El bastón es, entonces, personalizado, como una extensión de cada uno, como su otra mitad.

Eso explica, quizá, porqué la comunidad indígena parece tan valiente cuando se enfrenta a los grupos armados. Como si esos bastones tuvieran el poder de blindarlos contra las balas de los fusiles, los explosivos, las minas.

El reloj ya marca las once de la mañana. Diomar decide sentarse un rato en la montaña, mientras espera a sus otros compañeros de la guardia, quienes apenas se ponen al día con las labores, pues hasta las dos y media de la mañana estuvieron en Guachené .

Entonces confiesa que es cierto, que esos bastones sí los han defendido de aquellos que utilizan la violencia para someter a los débiles. Y es que así, armados solo de valor, en los últimos años han rescatado a trece personas que fueron retenidas por los grupos ilegales en Toribío, uno de los pueblos más afectados por el conflicto armado. Allí, donde la población ya está acostumbrada a despertarse con el estruendo de los disparos, con el miedo, con la sensación de que su vida depende del azar, de una ruleta rusa. Allí, donde sobrevivir es una batalla diaria, hay un grupo de indígenas que combate solo con palabras.

Y lo hacen a cada rato. Diomar cuenta que todo el tiempo tienen choques con guerrilleros, militares, narcotraficantes. Uno de los enfrentamientos más fuertes ocurrió el pasado 28 de marzo. Esa vez fue con las Farc, en la vereda San Julián.
Unos 40 milicianos se tomaron el sitio, desplazaron a los niños del colegio, instalaron vallas, repartieron volantes. La guardia llegó al lugar y les exigió que se marcharan, pero los guerrilleros se negaron. Les apuntaron y quitaron el seguro de sus fusiles, como una última señal de advertencia.

La guardia, sin embargo, no retrocedió ni un centímetro, siguió allí, firme, empuñando sus bastones. “No importa si nos tenemos que hacer matar porque sabemos que así no hagamos nada, también nos matan”.

Los guerrilleros no tuvieron más remedio que bajar sus fusiles. Y no solo por la presión de esos mil guardianes, sino de toda la comunidad. Cuando hay una emergencia, todo el pueblo sale a apoyar a sus ‘kiwc thegnas’. Una fuerza que resulta más intimidante que las armas.

***

Feliciano Valencia, uno de los líderes de la Acin (Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca), cuenta que todo empezó el 28 de mayo del 2001. Aunque proteger el territorio ha sido una tarea milenaria de la comunidad indígena, fue en esa fecha que se formalizó la guardia como un grupo de vigilancia permanente. Por esos días la guerra en la región no daba tregua: los paramilitares habían llegado para enfrentarse a muerte con los guerrilleros.

La guardia, entonces, se conformó en este departamento y luego se extendió a otras regiones. Hoy en todo el país hay cerca de mil ‘kiwc thegnas’, de los cuales cuatro mil vigilan el norte del Cauca.

Aunque los indígenas rechazan que comparen su guardia con un ejército, lo cierto es que su cuerpo es igual de organizado. En el norte del Cauca, por ejemplo, el control del territorio se hace en 62 puestos de vigilancia que están interconectados. Incluso existe un centro de información en Santander de Quilichao, que recibe los reportes que cada media hora hacen los miembros de la guardia, a través de sus radios de comunicación, para informar las alertas.

En los trece años de historia de la guardia, Feliciano recuerda dos casos que demostraron el poder que empezaba a tomar este grupo enemigo de las armas. El primero ocurrió en el 2004. Guerrilleros de las Farc habían secuestrado en San Vicente del Caguán (Caquetá) al entonces alcalde de Toribío, Alquímedes Vitonás. La reacción de la guardia fue inmediata: cientos de indígenas se organizaron en grupos, viajaron en chivas y llegaron desde el Cauca hasta el campamento donde escondían a su alcalde. Solo con la protección de sus bastones, no más, obligaron a las Farc a liberarlo.

Lo mismo ocurrió en el 2010, cuando la columna Jacobo Arenas secuestró, en plenas fiestas en Santander de Quilichao, al universitario Francesco Menotti Perlaza. Tras casi un año de apoyar su búsqueda, los guardias indígenas lo rescataron, pese a que la orden de la guerrilla había sido fusilarlo.

***

Varios miembros de la guardia se acercan a la loma donde se encuentra Diomar. El sol ya empieza a esconderse, así que deben prepararse para iniciar la vigilancia nocturna. Ayer fue un día pesado y este, quizá, traerá una nueva emergencia. En el Cauca es así. Nunca se sabe.

José, un hombre de unos 60 años, que acaba de unirse al grupo, habla de valor. Pero también dice conocer el miedo. Sabe que los violentos detectan su debilidad. Entonces, amenazan con “cogerlos solos”, cuando ni la guardia ni la comunidad están cerca. “Nos tiran panfletos debajo de la puerta, nos llaman y nos dicen que nos van a matar”.

Muchas de esas amenazas se han cumplido. Desde el 2000 hasta la fecha, 85 hombres, 17 mujeres y 19 menores de edad de la comunidad han sido asesinados en el resguardo de Toribío, Tacueyó y San Francisco.

Aunque los líderes indígenas han insistido en que no apoyan a ningún grupo armado, muchos han sido perseguidos por las Farc debido a su supuesta colaboración con las Fuerzas Militares. Por eso ayer (el jueves) -cuenta José- casi abandonan la búsqueda de Alejandra. “En todos los medios decían que la guardia estaba coordinando con el Ejército los operativos, cuando nosotros nunca apoyamos a los grupos armados”. José dice tener claro que el día que tomen partido en esa guerra que desangra su tierra, los matan a todos.

Ya son las cuatro de la tarde. Diomar y sus compañeros empiezan a bajar de la loma para dirigirse hacia los puestos de vigilancia. Saben que la noche puede ser larga, que, seguro, los secuestradores de la niña querrán vengarse por el encerrón que les hicieron. Entonces, entonan en voz alta el himno de su guardia. “Cxa, cxa”: “fuerza, fuerza”. Al fin y al cabo, ya han demostrado que, a veces, las palabras logran esquivar los disparos 

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