Ella se sienta al borde de la cama para cargar a su hijo a ‘tuche’. Lo agarra con fuerza, coge impulso y se levanta. Su nieto le ayuda a acomodar al joven de 21 años que lleva en su espalda.
Son las 8:00 de la mañana, así inicia la rutina de Yamir y Orquídea, para salir de su casa rumbo al trabajo.
A sus 39 años, esta madre luchadora sube todos los días, con mucho esfuerzo, la distancia de unas tres cuadras, pero el camino se siente más extenso por lo destapado y empinado.
La primera prueba por superar son las escaleras imperfectas hechas con tierra y tablas que están a la salida de su hogar.
Con vitalidad las ‘trepa’ rápidamente, como si solo soportara el peso de su propio cuerpo.
Sin embargo, a unos cuantos pasos, por la trocha y el monte, que también hacen parte del paisaje de la ciudad, Orquídea empieza a respirar profundo para tener alientos, porque como ella misma dice: “Viene lo más duro”.
Se acerca a los segundos escalones, los más difíciles de subir y bajar, pues aunque son de concreto, tienen peor diseño que los primeros. Hace una pausa, sin soltar a su hijo que la impulsa a luchar día a día. En voz alta expresa: “Dios me da la fuerza” y continúa.
Una vez más lo logra. Las gotas de sudor bajan por su frente y mejillas, mientras que el rostro de Yamir se torna rojizo, también por el cansancio y quizás por la angustia de saber que a su mamá aún le faltan metros por recorrer.
Lo que menos esperan, quienes la ven en esta travesía por primera vez, es que le queden ganas de sonreír…y lo hace varias veces, mientras no para de caminar. Entre carcajadas le expresa a un par de extraños: “Ustedes se cansan más que yo”.
Está cerca a la meta, al final del camino ve a Brayan, su hijo menor, con la silla de ruedas alquilada. Llega a la orilla de la carretera, se sienta junto con Yamir y luego lo acomoda con todo el cuidado y cariño, como solo una mamá lo sabe hacer.
Los dos quedan exhaustos, Orquídea se masajea las manos para calmar el dolor por la fuerza que ejerció para no dejarlo caer. Él la mira con un profundo agradecimiento.
“La quiero mucho, todas las mamás no hacen ese esfuerzo por sus hijos… muchas mujeres los dejan abandonados en hospitales o centros de rehabilitación”.
La voz de ella se quebranta: “Me siento cansada, con los años se me van acabando las fuerzas, pero compenso con mi valor…Dios me da la fortaleza”.
Esta historia, se ha repetido durante 10 años, en las mañanas de subida y en las tardes de bajada. En todo este tiempo han hecho una cantidad de trámites ante el gobierno municipal, departamental y nacional, para conseguir una vivienda digna.
Su sueño es tener una casa, de la cual puedan salir y entrar sin colocar en riesgo su salud y la vida misma. Orquídea se ha caído varias veces, “pero no he dejado que él se golpee”.
Cuando llueve Yamir queda aprisionado en su rancho, construido con tablas, plástico, lona y tejas.
En Brisas de Provenza, un asentamiento humano al sur de Bucaramanga, esta humilde familia se ubicó al borde de una loma. Allí encontraron refugio, al huir de la violencia. Es una zona propensa a los derrumbes; en invierno la tierra se desmorona.
El camino continúa. Esperan la ruta de Metrolínea, en esta ocasión contaron con suerte, pues el bus alimentador sí tiene plataforma para subir a Yamir en su silla.
Muchas veces el vehículo no cuenta con esta estructura y Orquídea tiene que caminar, empujando a su hijo, más de diez cuadras, hasta la calle 105 de Provenza para acceder a otra ruta.
Deciden ir a la Plaza Satélite a ofrecer sopas de letras y libros para colorear; así se rebuscan el sustento diario. A punta de ventas ambulantes recorren los barrios del área metropolitana y para ampliar los ingresos a veces viajan a otros municipios de Santander y el Cesar.
Yamir cuenta que “se hace lo de la comida. Como ocurre en muchos hogares se pasan necesidades… mi mamá también se rebusca turnos para ayudar en restaurantes y mi esposa consigue ‘barbachas’ lavando, planchando y haciendo aseo”.
Yamir creció y la enfermedad avanzó. Como todo niño intentó gatear y lo logró, pero al dar los primeros pasos aparecieron los inconvenientes. “Lograba pararse y caminar con dificultad, la afectación de su movilidad fue progresiva y a los 10 años quedó en silla de ruedas”.
Con su voz serena, Yamir complementa el relato de su madre. “No puedo movilizarme, pero siento las piernas, los brazos, las manos, siento todo gracias a Dios y mi cerebro funciona perfectamente, no tengo ninguna dificultad cognitiva”.
Es un joven que no se acompleja por su estado. Lo único que afecta su ánimo y sus ganas de sonreírle a la vida a pesar de la adversidad, son las trabas que les ha puesto el gobierno para acceder a una vivienda. Sobre todo porque Orquídea y sus cinco hijos hacen parte de la población en condición de desplazamiento.
La anhelada casa. En el 2005, Orquídea inició el papeleo para acceder a una vivienda, los años pasaban y no salía favorecida. La explicación de siempre es que había un cruce de información en el sistema. “Yo ni sé que es eso, lo único de lo que estoy segura es que el gobierno dice que la población desplazada y en condición de discapacidad tiene prioridad. Han pasado 10 años y seguimos viviendo escondidos en la montaña”.
Después de muchos trámites y tutelas, por fin, aparece en la base de datos del Instituto de Vivienda de Interés Social y Reforma Urbana de Bucaramanga, Invisbu. Mediante la resolución 221, del 13 de febrero del 2015, Orquídea León Osma está asignada para una vivienda del proyecto Campo Madrid.
No se conoce fecha de entrega de la casa. Según el Invisbu, las entregas van desde este mes hasta agosto. La fecha depende de la torre asignada.
Mientras llega el anhelado día, Orquídea seguirá desgastando su cuerpo y partiéndose la espalda, porque para esta mamá no importa el sacrificio, ningún dolor físico, ni tristeza de su alma. Ella está dispuesta a escalar la más alta montaña por el infinito amor que siente por su hijo.
EL PRINCIPIO
A los ocho meses de gestación, Yamir fue extraído con urgencia del vientre de su madre. Orquídea había tenido un embarazo sin complicaciones, pero el 19 de diciembre de 1993 se sintió muy enferma.
La temperatura de su cuerpo subió y subió, el escalofrío se apoderó de su existencia y la angustia de perder a su deseado hijo la invadió.
De Sabana de Torres, Santander, fue trasladada a Bucaramanga. Al llegar a la clínica le practicaron una cesárea. A las 8:00 de la noche escuchó el primer llanto de Yamir Campo León, entonces sonrió por el nacimiento de su segundo hijo.
“Pesó dos libras y se lo llevaron de una vez para la incubadora. Después de un mes lo pude sacar para la casa, sin embargo, tuve que ir a muchas consultas con el pediatra”.
Cuando Yamir cumplió los tres meses, Orquídea León Osma asistió con su pequeño a una consulta más.
En marzo de 1994 escuchó las palabras que marcarían el resto de su vida: “Su hijo va a tener complicaciones para caminar, con el tiempo se dará cuenta… pídale mucho a Dios”. Le diagnosticaron Atrofia Espinal Progresiva Tipo II.
Hoy, 21 años después, rompe en llanto al recordar lo que sintió. “Para mí fue muy duro, recibí ayuda sicológica, me decían que tuviera resignación y hasta me hablaron de darlo en adopción”.
Se seca las lágrimas y con fuerza en su voz expresa: “Dije no. Si Dios me dio mi hijo así, me quedó con él y a partir de ese momento me comprometí a ser su motor”.
No sólo ha sido su motor, también sus piernas, sus brazos, su espalda, su mundo, porque Yamir no se imagina como sería la vida sin su adorada mamá.
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