Columna


Abusos de un agente (I)

MIGUEL YANCES PEÑA

04 de octubre de 2010 12:00 AM

MIGUEL YANCES PEÑA

04 de octubre de 2010 12:00 AM

Poder es discrecionalidad: no es posible imaginar un poder sin discrecionalidad, es decir completamente reglado. Y viceversa, discrecionalidad es poder. El diccionario de la RAE define “discrecional” como: “Que se hace libre y prudencialmente. 2. Se dice de la potestad gubernativa en las funciones de su competencia que no están regladas.” Y Poder como: Tener expedita la facultad o potencia de hacer algo. Es decir son sinónimos. Y la discrecionalidad (igual el Poder) está expuesta al manejo caprichoso, interesado, alejado del concepto de lo justo, de lo más indicado, lo lógico, lo racional, lo ético, y de lo moral: en otras palabras, es caldo de cultivo de la corrupción. Un buen administrador sabe que no puede dejar mucha discrecionalidad en la base de la pirámide jerárquica, so riesgo de perder control de la empresa y eficacia en la gestión. No obstante es imposible concentrar toda la discrecionalidad (todo el poder) en el vértice; hay que delegar, y hacer control posterior. Sin embargo en la administración pública, y algunas veces en la privada, en los puestos que tienen contacto con el público, se cometen todo tipo de arbitrariedades, y si se eleva el reclamo, se asume que el empleado tiene la razón, por dos razones (ninguna de las dos válidas): primera el quejoso está ofendido, y no es objetivo en el reclamo; y segunda, es más cómodo ignorar al quejoso, a quien muy probablemente no se volverá a ver (hay toda una serie de artimañas para evadirlo) que sancionar a un subalterno que no se puede despedir, y puede convertirse en un incomodo enemigo metido en casa; casando fallas en el jefe para indisponerlo (o haciendo circular chismes de él): es mejor rodearse de amigos que de enemigos sabe la gente. Y así no solamente nada cambia, si no que el empleado va tomando conciencia poco a poco, del poder que tiene en la base de la pirámide. Crecen las arbitrariedades y el ciudadano se siente indefenso. Y eso no tiene arreglo porque mientras más alta sea la instancia ante la cual eleve la queja, encontrará que este principio “es mejor rodearse de amigos que de enemigos” está más arraigado, porque se gana más, y es más fácil ser despedido. Es un problema “ético” y estructural de ciertas organizaciones. Miremos por ejemplo, el caso de los agentes del tránsito. Observen el “poder” que tienen en sus manos, y la forma caprichosa, yo diría que en algunos casos vengativa, en que lo manejan: especialmente los cachacos que no solo le quitan empleo a los nativos, sino que desconocen la idiosincrasia, y parecen sentirse superiores y odiarnos, Frente a uno de estos señores no valen las explicaciones. Hay que tratarlos con guantes de seda -humillárseles- porque como su “tan sensible personalidad” detecte algún grado de inteligencia en usted, o de dignidad y orgullo que les haga sentirse inferior, o perciba que se está poniendo en entredicho su “poder”, le colocan un comparendo que se expresa en múltiplos del SMLV (510.000 pesos). Mucho dinero, mucho poder en un nivel tan bajo de la organización. Y estas altísimas sanciones no tiene instancia posible, ellos son una especie de Alta Corte, cuyas decisiones son inobjetables. La próxima semana la segunda parte: un caso típico. *Ing. Electrónico, MBA, pensionado Electricaribe myances@msn.com

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